Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Lo mejor de ayer (con Macri) pero también de anteayer (con Cornejo) fue que se trataron de asunciones sin ningún ánimo refundacional, pero que, de algún modo, ambas propusieron volver a empezar. Lo que no quiere decir empezar de cero, que eso sí encierra la pretensión de refundar. No, lo que se quiso decir es volver a las cosas básicas, simples. A esas cuestiones elementales que a pesar de todas sus grandilocuencias ideológicas y de su tamaño descomunal, el Estado ya no es capaz de proveer ni en su más mínima expresión.
Alfonsín tuvo sus utopías: la democracia que educa, cura y da de comer o el tercer movimiento histórico. Menem fue aún más allá: la revolución productiva y las relaciones carnales con el imperio. El kirchnerato los dejó cortos a los dos anteriores: se trató del reinado de todas las utopías resucitadas donde no hubo ni un solo acto de gobierno que no se sobreactuara o falseara como si fuera la toma del Palacio de Invierno en la Rusia revolucionaria o la llegada triunfal de Fidel y el Che a La Habana.
O sea, mientras más fracasos acumulábamos en nuestra trayectoria democrática más delirios refundadores prometíamos como una forma de exorcizar con las palabras lo que no cumplíamos en los hechos. Hasta que nos cansamos y hoy nos conformamos con mucho menos.
Cornejo no dijo ni siquiera que con la democracia se..., sino que apenas afirmó que su propuesta es una escuela que enseñe, una policía que impida que nos maten o nos roben y un hospital donde haya medicamentos. Esa es la módica utopía actual que los mendocinos le piden a su gobierno. Así de bajo hemos caído, pero al menos parece que esta vez los gobernantes no nos quieren engañar con más cuenteríos. Nos prometen apenas eso, aunque lograrlo no será fácil. Es una utopía de las pequeñas cosas.
El breve y acotado discurso de Macri se inscribe en ese mismo estilo. Como diría una de las grandes triunfadoras de esta elección, Elisa Carrió, hoy el retorno de la República es una tarea preideológica, porque mientras no reconstruyamos las reglas del juego y no hagamos que el Estado funcione, gestione de verdad, todo lo demás serán patrañas.
Durante más de veinte años un mismo partido dirigido por casi las mismas personas nos prometió que si nos hacíamos proyanquis primero y antiyanquis después, estaríamos salvados. No tendríamos que hacer más nada. Y así nos fue, nos hemos acostumbrado a pelearnos a los gritos por grandiosas diferencias ideológicas pero no funciona ni una canilla estatal, y lo que funciona lo hace mediocremente. Por eso la sociedad hoy quiere gente que sepa hacer las cosas.
Macri leyó tal reclamo y pretende representarlo, lo que implicará gestionar en serio esa verdadera máquina de impedir que es hoy el Estado nacional convertido en la más grande de las corporaciones sólo al servicio de sus propios miembros (en particular los superiores) que ha olvidado enteramente su obligación de servir al público. Sólo se sirve a sí mismo mediante la prebenda y la corrupción. Por eso ofrecer servicios públicos básicos buenos hoy es también una utopía.
El marco macro donde se inscribe esta utopía de las cosas pequeñas es el de la lucha de dos grandes proyectos políticos que viven en lid permanente desde la reelección de Cristina Fernández en 2011: el proyecto kirchnerista de la reelección indefinida en pos de la constitución de un partido único versus la resistencia a dicho unicato mediante la reconstrucción perfeccionada de la República conculcada a partir de 2001-2, cuando nuestra imperfecta democracia republicana fue sustituida por un pacto entre caudillos donde las personas se pusieron por encima de las instituciones y lo público se confundió con lo privado.
Los Kirchner, al reconstituir la autoridad política, en vez de recuperar y perfeccionar la República pretendieron suplirla por una democracia neopopulista autoritaria, donde la división de poderes políticos, el contrapoder periodístico y la participación de la sociedad civil desaparecieran para que la comunicación directa entre líder y masas fuera la única manera de legitimar la supuesta democracia ya expurgada de aristas republicanas.
En 2012/3 el pueblo movilizado en las calles -por reivindicaciones todas institucionales- y la división del peronismo derrotaron el proyecto re-reeleccionista, que pretendió resurgir en 2015 -ahora mediante un testaferro- pero que esta vez fue derrotado -quizá definitivamente- por una alianza no peronista cuyo único programa de gobierno fue precisamente la reconstrucción de la República conculcada por el autoritarismo.
Tarea por demás compleja ya que nos han dejado sin reglas y sin formalidades democráticas, o sea sin esqueleto institucional donde sostener la República. La decisión caprichosa de Cristina de ni siquiera entregarle los atributos del poder a su sucesor es el ejemplo simbólico final, por el ridículo, de ese intento de hacer volar por los aires todas las instituciones. Reconstruir tanto daño será en extremo difícil, por lo que debemos apoyarnos en los antecedentes de las luchas de estos años. Porque pese a todo lo que hicieron, no pudieron terminar con toda la justicia independiente ni con toda la prensa libre como sí lo lograron sus hermanos ideológicos venezolanos.
Fue por eso que aún con muletas durante esta década se mantuvo la división de poderes y la existencia de contrapoderes. No de casualidad anteayer Cristina se fue prometiendo venganza contra el aparato mediático-judicial, la madre de todos sus desvelos junto a la gran clase media y popular que ayer colmó Plaza de Mayo. En esos vestigios republicanos que libraron la auténtica resistencia contra el autoritarismo están las bases de la reconstrucción propuesta.
Del discurso de Macri lo que más se rescata es su decisión de luchar contra la corrupción. Allí se juega el destino de su gobierno. Con que no quiera jueces macristas, como sostuvo, ni de ningún otro color político alcanzará para que los delincuentes vip políticos y económicos comiencen a desfilar por los tribunales. Pero para eso que parece tan simple deberá resistir a infinidad de presiones, incluso de su propio partido.
No dijo Macri, ni fue demasiado necesario decir, mucho más. Es que en esta década nos han divorciado absolutamente las palabras de los hechos. Por eso, o se pretende decir todo como lo intenta Cristina Fernández, con lo cual la realidad deviene puro relato que no quiere significar nada. O se dice poco, como dijo Macri, a ver si de a poco vamos uniendo lo desunido entre lo dicho y lo por hacer.
Sin embargo, ayer no todo fue pragmatismo o pre-ideologismo sino que también se expresaron dos contundentes definiciones ideológicas.
Una la dijo Macri cuando afirmó que el autoritarismo no es una ideología sino una conducta. Literalmente sostuvo: "El autoritarismo no es una idea distinta, es el intento de limitar la libertad de las ideas y de las personas". Lo que implica que su gobierno no le hará la guerra a una ideología como la que deja el poder, tan legítima como cualquier otra, y a las personas que la profesan, sino al intento de transformarla en un pensamiento único que quiso mandar al basurero de la historia al resto de las ideas. En una República el hegemonismo es necesariamente reemplazado por el pluralismo.
La otra gran definición ideológica la brindó un peronista oficialista, el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, en una declaración contundente y admirable con la cual justificó su presencia en el acto de asunción de Macri pese a que Cristina le ordenó a todas sus ovejas peronistas no asistir. Urtubey dijo: “Como Gobernador de la Provincia de Salta, me siento en la obligación de asistir a la jura como Presidente de la Nación del ingeniero Mauricio Macri. Sería una falta de respeto a la democracia no hacerlo. Los peronistas hemos sufrido a lo largo de la historia persecuciones, proscripciones, torturas y muertes por defenderla. En consecuencia, asistir no sólo es un deber cívico si no también un compromiso militante". Sencillamente extraordinario, contra la deserción a la República que ayer cometieron casi todos los kirchneristas y los sumisos, este peronista con vocación republicana asistió a la asunción de Macri en nombre de la historia grande de su movimiento.
Vaya también un reconocimiento para Daniel Scioli que ayer, quizá por primera vez en la década, se animó a romper la cadena que lo ataba como un pichicho a la que se cree su dueña y asistió a la trasmisión de mando.
En fin, que de lo que se trata es de reunificar todos los restos de republicanismo sobrevivientes, rearmarlos y perfeccionarlos, quizá bajo la consigna de que en un lejano día del ayer un extranjero que supo conocernos y querernos bien nos recomendó sin que lo escucháramos: “Argentinos, a las cosas”.