De la cogestión a la resistencia para eternizar el fracaso - Por Luis Abrego

El SUTE repite métodos que no hacen más que agravar el estado de la educación.

De la cogestión a la resistencia para eternizar el fracaso - Por Luis Abrego
De la cogestión a la resistencia para eternizar el fracaso - Por Luis Abrego

“Co-gestionaron la educación y fracasaron” les dijo en Mendoza a los gremios docentes el jefe de Gabinete, Marcos Peña. La frase, una de las más picantes en medio de una anodina Vendimia, puso énfasis en la manifiesta militancia kirchnerista tanto de los sindicatos nacionales como de sus referentes en la previa de un inicio de clases que -como en otros años- la noticia será el paro.

La acusación, sin embargo, no alcanza para la actual conducción del SUTE, aunque sí para sus antecesores que -según admitió el director general de Escuelas, Jaime Correas-, también oportunamente cogestionaron la educación mendocina junto a Celso Jaque y Francisco Pérez.

Desde el desembarco de Sebastián Henríquez el gremio de los maestros exploró, al menos desde lo discursivo, una tónica más “combativa”, de “resistencia” a un modelo “de ajuste” pero que sin embargo echa mano a las mismas prácticas del anterior secretario general, Adrián Mateluna, de inocultable simpatía K.

Por ende, si se repiten los mismos caminos no hay que esperar mejores resultados. Tanto antes como ahora, el inicio de clases con paro parece ser un folclore inevitable, una fatalidad de clave militante que no asegura mejores destinos pero sí fideliza convicciones propias. Nada más. Eso sí, perjudicando únicamente a quienes se dice defender: los niños y los jóvenes.

Henríquez funda su negativa a un acuerdo con la Provincia en que la oferta oficial (15,7% de aumento en tres veces, retroactivo a enero y con cláusula gatillo de ajuste para compensar pérdidas por inflación si esta superara este porcentaje) es un arreglo salarial “a la baja”.

Con ese mismo argumento, Mateluna rechazó el acuerdo en 2017, lo que posibilitó entonces el decreto que se hará efectivo también en esta ocasión y le privó a sus representados el derecho a hacer efectiva esa cláusula gatillo al sobrepasarse el año pasado las previsiones oficiales en materia de inflación.

Un ítem que la gestión de Mauricio Macri aún adeuda pero sobre cuya medición oficial al menos la mayor parte de los argentinos no dudan. Era verdaderamente difícil acordar paritarias con un Indec K que negaba primero y manipulaba después.

Nobleza obliga, ahora podrán fallar las previsiones oficiales pero hay consenso respecto al instrumento y su resultado, por lo que la cláusula gatillo en paritarias  es un claro reaseguro para beneficio de los trabajadores. Y así lo han entendido muchísimos gremios grandes y chicos, privados y estatales en todo el país.

Lo cierto es que cuando el resto de los estatales discutieron la recomposición de 2017 que los docentes no firmaron y que el gobierno de Alfredo Cornejo otorgó en enero de 2018 en forma de un bono de 7.000 pesos, fue el propio sindicato el que pidió ser incluido -pese a que no le correspondía pues así lo había dispuesto sus plenarios al rechazar la oferta oficial-, cosa que así finalmente sucedió. Hubiera sido muy difícil desde lo político, castigar a los docentes por la falta de visión negociadora de sus dirigentes.

Este año, la pelea paritaria tiene un agravante. Casi todos los gremios estatales (a excepción del mismo SUTE y los Judiciales por estar cuestionada la legitimidad de su conducción ante el Ministerio de Trabajo de la Nación) han aceptado y firmado la misma oferta que para Henríquez  es “a la baja”. ¿Tanto poder tiene Cornejo como para convencer a tantos y tan disímiles gremios? ¿Tan inconscientes e irresponsables son el resto de los sindicalistas con sus representantes? ¿El único “combativo” es Henríquez?

Como siempre sucede, agotado el diálogo y sobre el filo del inicio de clases, la tensión repite casi en clave de deja vu la lógica de otros años: paro y aumento por decreto (sin cláusula gatillo).

Y en el medio, los chicos, sus padres y un sistema que no logra salir de una lógica sindical que tanto en la cogestión como en la resistencia solo parece contribuir a eternizar el fracaso.

Un fracaso que supone debería ser de algunas políticas, o de algunos políticos, pero termina siendo en sí mismo, del proceso educativo y sus componentes; incluso de quienes educan, pero principalmente, de aquellos que necesitan y requieren del Estado (y sólo de él) para ser educados.

Luego de la pirotecnia, los cruces, los datos del acatamiento, los descuentos, los escraches (¡?) los maestros volverán a las aulas, y allí seguirán estando los alumnos.

Un círculo infinito que poco tiene de virtuoso y mucho de permanente tragedia.

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