En las puertas de una nueva crisis vitivinícola que se anticipa como una de las más graves de los últimos tiempos, cabe preguntarse si en definitiva no es el de la industria un escenario cuyos problemas estructurales tienen más que ver con un modelo de desarrollo, antes que con sucesivas crisis de sobrestock, falta de reconversión, tipo de cambio, entre otros de los argumentos que se utilizan para evitar un análisis más profundo de la problemática. En otras palabras, ¿vamos de crisis en crisis o se trata de un modelo de desarrollo?
Los números resaltan algunas constantes: mientras la superficie cultivada se mantiene, el número de viñedos disminuye (12.000 viñedos menos desde 1990) y la unidad promedio existente es mayor, (9,2 hectáreas en lugar de las 5,8 promedio de 1990) lo que prueba una concentración de la tierra que se consolida cuando vemos que los viñedos de menos de 5 hectáreas, que son el 59% del total de viñedos existentes, sólo representan el 14% de la superficie cultivada. Es decir , pocos viñedos grandes representan mucha producción.
Respecto a la evolución de los precios de la uva y el vino, los números nos indican una caída constante desde el 2010 a la actualidad, aunque en años anteriores son más los períodos de bajas que de recuperación de valores reales. La caída del precio de los varietales, incluso es más acentuada que la de los vinos comunes, por lo que el mercado no estimula el tan ponderado paradigma de la reconversión. Por el contrario, los fuertes y concentrados formadores de precio cada vez se hacen del producto con menos recursos. Y esto lo prueba también la participación que tiene el sector productivo primario en la cadena , ya que por ejemplo respecto a los vinos en botella, en el año 2007 el valor de la uva representaba el escaso 13% del valor total del producto en góndola, mientras que en el año 2015 cayó al insignificante 7% . Es decir, es probable que un día el productor regale su uva, y el vino en góndola siga subiendo.
No es de extrañarse entonces de que caigan las ventas en el mercado interno, y esto lo observamos de manera patente en la constante caída del consumo per cápita, que ha ido disminuyendo ininterrumpidamente a través del tiempo, hasta llegar al triste menos de 20 litros per cápita anual actual de consumo de vino.
Son menos las bodegas que efectivamente elaboran, y son muchos los productores excluidos, resaltando el escaso recambio generacional y la desaparición de los emprendimientos de agricultura familiar, quienes se han visto obligados a salir a buscar trabajos por fuera de sus fincas o aumentar la cantidad de hectáreas, desvirtuándose el importante valor social y cultural que estos emprendimientos tuvieron en nuestra historia.
Sólo van consolidándose las grandes empresas, que cada vez son más fuertes, y menos en cantidad, apalancadas en muchos casos por inversiones extranjeras cuyas posibilidades de endeudamiento e inversión son mucho mayores que las de los acechados inversores locales.
Oligopolios y oligopsonios que hacen uso y abuso de su posición dominante , arrasan con cuanta intención , dicho se a de paso muy tenue, de ponerle algún límite,a un sinnúmero de conductas de comercio desleal. Como fue por ejemplo la ley que exige un contrato para la compraventa de uva, mientras que los formadores de precio deciden por cuestiones financieras no comprar más uva, ni adelantar plata para la cosecha, trasladando así de una manera letalmente asfixiante al sector productivo primario, todos los altísimos costos financieros que tiene la actividad. Mientras que solicitan medidas de mejora de la rentabilidad de las exportaciones cuando vemos en números que históricamente las mejoras en las exportaciones nunca derramaron beneficios concretos en los productores. Este círculo de acumulación de riqueza por un lado, y exclusión por el otro no es coyuntural, sino, por el contrario, responde a un modelo de desarrollo que resalta algunas construcciones terminológicas o paradigmas que impone como únicos y verdaderos, (calidad, reconversión , exportación) cuando podríamos haber resaltado otros como rentabilidad, impacto territorial o capital social. Es decir, podríamos haber puesto el acento, por ejemplo, en la necesidad de que la industria sea rentable para todos los eslabones de la cadena, delimitando conductas de comercio desleal, y permitiendo así la integración rentable de los pequeños productores a la cadena. Sin embargo, hemos sostenido con políticas públicas modelos de acumulación de un sector en detrimento del otro (pensemos en la ley de envasamiento en origen, privatización de Giol, ley de convertibilidad, ley de reforma del Estado de Cavallo, acuerdo Mendoza- San Juan, con las políticas elusivas y evasivas, ley inaplicable de defensa de la competencia, entre otras)
En síntesis, no podemos esperar otra cosa que estos resultados cuando se instrumentan constantemente políticas que fomentan la acumulación por una parte en detrimento de la rentabilidad del sector más débil de la cadena.
Será momento entonces de un cambio de modelo si es que verdaderamente queremos otra industria , en donde no sobre ningún productor, como alguna vez se dijo, antes de que se instale el paradigma de que ahora, los productores sobran. Nadie puede sobrar en la tierra del sol y del buen vino. Será entonces que faltan ideas, nuevos paradigmas y valientes decididos a instrumentarlas. Por nuestra parte, estamos seguros de que sí podemos. Sí que podemos.