Por Leonardo Rearte - Editor del suplemento Cultura y sección Estilo.
En la antigüedad, los cuentos de hadas, lobos, castillos y madrastras corrían en las aldeas como pólvora encendida; fueron una sana manera que encontraron las sociedades (sin saberlo) de trasladar ciertos valores, de canalizar miedos, de adoctrinar futuras generaciones.
Es decir, el cuentito de la Caperucita Roja es -entre otras cosas- una bajada de línea fenomenal a las niñas (y niños) para que éstas “tengan ojo” con los lobos, sean de la naturaleza que sean... El animal propiamente dicho; el desconocido que siempre puede estar al acecho; o, incluso, el muchacho que se hace el bueno y es flor de sátrapa.
Como verán, la historia de “qué gran boca que tienes abuelita” es una especie de programa multipropósito que se insertó alguna vez en los imaginarios colectivos, y que aún pervive entre nosotros. Un “programita” que ayudaría a cuidarnos... Las leyendas urbanas tienen la misma solapada función.
Me refiero a estas protohistorias que se narran como ciertas (porque le pasó a “un amigo de un amigo”) y que se suelen contar con tanta pasión que no hay interlocutor que atine a dudar demasiado de su veracidad. ¿Ejemplos? Las hay tenebrosas (e infantiles), como la del chico que sale a bailar, se enamora de una bella adolescente a primera vista, y antes de la despedida, ella le da un papelito con su dirección... La del cementerio.
Encontramos algunas más guarras: la del famoso o el empresario (es gracioso, porque según la provincia cambia el protagonista de la leyenda) que tuvo que ir a la madrugada a cierta guardia hospitalaria porque se le había pasado "la mano" con cierto objeto oblongo, en el trajín de una sudada fiesta sexual.
Otro tanto sucede con la “leyenda” de las tráfics. Sí, el caso de las combis blancas que se llevan niños de las plazas y guarderías. Con variantes, esta “denuncia” tiene versiones en todos los países del mundo (1), y creo yo, más allá de la certeza o no de este sistema de secuestro, cumple una función social primordial: alertar a los padres sobre un problema más que serio, el de la trata de personas.
Hace un par de años, la oleada de historias de este tipo se multiplicaron en Mendoza. Incluso, llegó a ser tapa de un diario (que no fue este) y hasta se evaluó la suspensión de las clases. En aquella oportunidad, corroboramos que ninguno de esos casos que tanto se repetían en la calle tuvo denuncia firme. Para la Justicia no existió. Siempre fueron narraciones de algo que le pasó a “un amigo de mi cuñado”.
Tampoco es justo decir que las leyendas urbanas son “falsas” de toda falsedad (como les gusta decir a los políticos por la tele, creyendo que dijeron una genialidad). Estas fábulas modernas se basan en un hecho concreto que luego se deforma y multiplica. Quizá pasó una vez; pero para las comunidades, sucede todo el tiempo.
El mismo fenómeno se observa en las versiones que se desprenden de los diferentes hechos conmocionantes que nos toca vivir-sufrir. Por ejemplo, todo lo que se dice alrededor del técnico “presta-arma” Lagomarsino; o la leyenda del segundo cuerpo al lado del de Nisman; o, más cercano, las supuestas mafias en las que estaría metido el padre de Morena, la chica que sí, fehacientemente comprobado, fue raptada y devuelta... Todo esto responde a los mismos mecanismos distorsionadores y canallas.
"¡Y, claro, si estaba metido en cosas raras!", podría ser la moraleja de muchas de estas historias que pululan en las calles, quizá con el fin de tranquilizarnos (a ellos les pasan esas desgracias porque no actúan como nosotros), de aleccionar, de bajar línea.
“Las brujas no existen, pero que las hay las hay” es otro dicho popular que quizá también cumpla cierta función social. Porque una vez que te cuentan este tipo de “cuentos”, sean reales o falsos, siempre te van a inocular la duda... Si los seres humanos fuimos capaces de sobrevivir como especie, rodeados de todo tipo de peligros y de seres más fuertes y temerarios que nosotros mismos... Si logramos sobrevivir ¡aún rodeados de humanos!, fue, no tanto por la inteligencia, si no por la capacidad de mantenernos siempre alerta. Siempre temerosos.
(1). En unos de los últimos capítulos de la serie norteamericana The Big Bang Theory, el grupo de nerds-científicos protagonista decide invertir en una casa de venta de revistas de cómics. Con cierta ingenuidad, uno de ellos propone como campaña de marketing una que consideran original: alquilar combis blancas, ir a las plazas y llevar niños al comercio de historietas. Otro, entusiasmado a más no poder, cerró: “¡Hasta podemos atraerlos a nosotros con caramelos!”.