David Lonjedo, espíritu transgresor que se ganó la popularidad

Su carácter le valió odios y amores. Fue locutor durante 23 años. “Hay que hablar el lenguaje de la gente”, dice.

David Lonjedo, espíritu transgresor que se ganó la popularidad
David Lonjedo, espíritu transgresor que se ganó la popularidad

Con su experiencia de 23 años atrás de un micrófono, Edgardo David Lonjedo (41) afirma y comprueba en forma práctica que es tan importante lo que puede decirse como la forma de comunicarlo.

Autodefinido como "animador", siempre fue víctima de su carácter transgresor y jamás supo encarrilarse en los cánones que la sociedad y las buenas costumbres imponen desde sus orígenes a los medios de comunicación masiva.

David fue, es y será el irreverente de la radio al que la misma audiencia que pidió que lo despidieran de alguna de las tantas emisoras de Alvear y San Rafael en las que trabajó, luego se arrepintió y abogó para que volviera al aire.

A los 41, y alejado de las programaciones estándares de las radios desde hace unos 8 años, se dedicó desde entonces a cultivar con ganas su rebeldía natural. Terminando de darle forma a una acidez madura que utiliza el humor como vehículo de impacto.

Retirado oficialmente de la radio, paradójicamente sigue siendo el locutor más escuchado porque suena en todas al mismo tiempo.

Abocado de lleno a su estudio de grabación y producción de contenidos publicitarios multimedia, David Lonjedo ha visto correr demasiada agua debajo del puente de una trayectoria que comenzó "de contrabando" en FM Viñas, la primera emisora en frecuencia modulada de Alvear, un fin de semana en el que se aburría tanto que estaba a punto de dormirse encima de los controles.

Con 18 años y "aterrizado" en la radio como operador, una siesta dominguera de 1990 se hartó de pasar música de planilla y se le ocurrió instalar un micrófono para presentar "Los enganchados de la 96.3", donde los oyentes podían programar la música a través del teléfono. Al cuarto saludo inventado, oyentes reales empezaron a comunicarse y la catarata de llamados recién cesó a las seis de la tarde, cuando se despidió del aire después de haber combinado, con un "oído gourmet", al cuartetero Sebastián con los Redonditos de Ricota.

Orgulloso por su hazaña atendió una vez más el teléfono, para oír las primeras voces furiosas de los dueños de la emisora.

Un prometido despido mutó a una suspensión de pocos días, que tampoco se concretó, y la reposición de su flamante programa con un locutor "de verdad" y él en los controles se prolongó algunos meses, hasta que, de tanto insistir, por fin le permitieron tener su programa.

Es obvio que no sabían lo que estaban haciendo. Liberaron a un destructor sistemático de los esquemas clásicos que nunca se arrepentiría.

El micrófono se volvió una extensión de su propio cuerpo y las siguientes dos décadas no paró de rodar por casi todas las radios de Alvear y San Rafael, donde desembarcó en 1994 de la mano de Andrés Bianchi. Allí pasó por radio 95.7, radio Show, participó del envío "Jugando por la tele" dos temporadas y recaló en LV 4, a la que llegó por un reemplazo y terminó conduciendo la mañana durante un año. "Fue el mejor trabajo de mi vida", asegura.

Pero el guión de la historia nunca cambió. David supo ganarse el odio de los viejos oyentes que reclamaron su despido inmediato, y luego el clamor popular de la misma gente para que lo repusieran al aire. Fiel a su estilo, se burló del presidente de la República en la radio del Estado y explicó de igual forma por qué lo echaban. Otra vez, el despido no se concretó.

En 2004, el apego por su tierra pudo más y retornó a Alvear, pero la idea que venía madurando de trabajar como "freelance" ganó terreno y, con su propio estudio montado, abandonó las emisiones en vivo un año más tarde.

El hombre que durante una década y media supo entrevistar a figuras tan variadas como Miguel Mateos, Adolfo Pérez Esquivel, Luis Landriscina, Machito Ponce y Juan Antonio Ferreira, con quien hoy mantiene una amistad, se quedó en su casa.

Desde entonces vive en su reducto tecnológico, una suerte de baticueva repleta de computadoras, micrófonos, cables y monitores, que es la cocina de los miles de audios que graba en forma constante y que con su voz (o mejor dicho, sus voces) dan cuerpo a incontables publicidades, historias, salutaciones, eventos y espectáculos de todo tipo.

Económicamente gana lo mismo, más y menos de lo que alguna vez cobró siendo empleado de los medios. "El objetivo siempre fue hablar el mismo lenguaje de la gente, romper el acartonamiento", concluye.

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