Darte letra

Los músicos escriben en su casa, en los bares, en las servilletas durante sus viajes: literatura, memorias, poesía.

Darte letra
Darte letra

Siguiendo el ritmo de sus pensamientos, se van enhebrando las páginas. Un ir y venir entre ensoñaciones, memorias y deseos. Los tres son distintos pero comparten la pasión por la palabra y construyen sus universos artísticos en formatos abiertos.

Pablo Dacal, el trovador rioplatense. Fernando Samalea, el baterista del rock argentino. Diego Frenkel, el inquieto ex capitán de La Portuaria. 
Pablo Dacal

Dacal agita una lectura fresca de la canción rioplatense pasando por el rock, el folk, el cabaret berlinés, la chanson francesa, los salones literarios del XIX en América Latina; los naufragios porteños de los 60, el underground de los 80 y la bohemia internacional de la música de salón.

“En los 90 comencé a tocar la guitarra, escribí poesía y estudié música académica, en forma intermitente y simultánea. También formé varios grupos con los que me presenté en Buenos Aires y Rosario, ciudad en la que aprendí a tocar rocanrol. En mi regreso, algo decepcionado, sin un centavo y malherido, sólo traje una idea que propuse a mi viejo compadre Manuloop: comenzar a interpretar en guitarra y violonchelo un particular repertorio de versiones y traducciones del cancionero mundial, interviniendo en aquellas obras con la luz del presente, utilizando un registro amplio de estilos para movernos entre los géneros, con atrevimiento y cierto desparpajo”.

Así abre Dacal su libro Las canciones escritas que, explica, compuso y publicó a partir de 2001 junto a diferentes músicos, poetas y artistas contemporáneos.

Sus páginas, pues, son un viaje poético que además traen ilustraciones, artes de tapa, afiches, garabatos creativos, recorridos memorables y una aventura arística y musical deliciosa.

Fernando Samalea

En Mientras otros duermen, Fernando Samalea homenajea a sus compañeros de ruta con las anécdotas que los unieron: García en su incendiario período Say No More; Joaquín Sabina cuando gestaba 19 días y 500 noches, y Gustavo Cerati, a quien acompañó en sus giras Ahí vamos y Fuerza natural.

“En estudios, escenarios, aviones y bares de todo el mundo, los músicos de varias generaciones, estéticas y búsquedas -Fabi Cantilo, A-Tirador Láser, Caetano Veloso, Joan Manuel Serrat, Calle 13, Fernando Kabusacki- protagonizan la novela mayor que cuenta la historia privada del rock argentino y la de la música en castellano”, detalla la sinopsis.

Y es imposible no recordar las memorias de Patti Smith, que a fines de 2016 publicó M TRain, un trajín vaporoso sobre sus ansiedades, soledades, sus vivos y sus muertos, escrito en cafeterías.

“Siempre me sorprendió la musicalidad de Fernando. No piensa como un baterista, no tiene vicios musicales, ni de los demás. Su primer libro me divirtió mucho. ¡Tiene más memoria que yo! Le deseo mucho éxito como escritor. Es el primer escritor-baterista que conozco”, dijo, sobre Samalea, Charly García. “Más allá de que lo admiro profundamente, se me reveló como una persona que irradia un optimismo tan contagioso como vital.

Siempre tiene alguna historia para contarte, internándose sin prejuicios en mundos nuevos y haciendo amigos por doquier. A pura luz y bohemia, Sama propaga el hedonismo romántico que lo ha mantenido casi inalterable a lo largo de estos años. Es un privilegio ser su compañero de ruta y su amigo”, reconoció Gustavo Cerati en 2007.

Continuación del exitoso Qué es un long play, en este segundo volumen de memorias, el baterista del rock argentino explora cronológicamente historias musicales entre 1997 y 2010.

Diego Frenkel

A lo largo de tres décadas de carrera, Diego Frenkel siempre ha buscado puertos por explorar.

Así ocurrió en bandas emblemáticas como Clap, La Portuaria y Bel Mondo. Su carrera solista es, de hecho, un navío inquieto donde probar ideas diferentes.

En el flamante libro A través de las canciones, propone una original recorrida por su vida y los temas que lo marcaron.

La edición -de casi 500 páginas- incluye una sección con unas 50 páginas más de fotos de su archivo.

Un "ácido" fragmento del libro de Samalea

(...) Esa tarde probamos sonido en el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, donde se realizaría la presentación de Ahí vamos. ¡Había olvidado qué habíamos venido a hacer a Medellín! La actuación al aire libre, con una poética luna llena bien visible desde el palco, estimuló nuestros festejos posteriores en camarines, luego de que Al fin sucede, La excepción, Caravana, Adiós, Bomba de tiempo, Crimen u otras canciones de Cerati fueran coreadas por una multitud enardecida.

Atravesábamos un momento magnífico de la banda, tanto en lo musical como en lo humano. Salíamos a la arena cual gladiadores, para culminar sonrientes y a los abrazos envueltos en toallas, empapados en sudor y adrenalina. Contábamos con Taverna operando la consola y era un placer marcar cuatro junto a Gustavo, Leandro, Richard y Fer Nalé.

Como en otras ocasiones, cuando no había boliches cerca para continuar la juerga, Fresco dispuso de un par de bandejas en el propio camarín. Arrancó con White Horse, la canción de 1983 del dúo danés Laid Back, una suerte de himno de nuestras trasnoches.

Su hipnosis colmó la atmósfera, entre decenas de muchachos exaltados y chicas en plan modelos e “It girls”, que lucían gorras, musculosas, atuendos del último fashion y sonrisas de estar en el lugar correcto.

Yo no perdía chance de hacer fotografías amateurs y eternizar esos instantes festivos, apoyando mi camarita digital con trípode en algún estante improvisado.

Al rato, se acercó una rubia platinada de cabello corto. Tenía dientes blanquísimos y ojos achinados. Dijo llamarse Viviana -aunque desde el vamos fue “Madonna” para nosotros, por su aire fisonómico a la diva del Pop-, haber nacido en Chile, tener veintiún años, padres colombianos y ser artista plástica habitué de New York y Marraquech. Poco le costó ser parte de nuestra familia, compartiendo charlas bajo el estruendo musical como buena doncella de mundo que era.

–¿Querés un cuartito, Fer?– me dijo Gustavo acercándose con una sonrisa de oreja a oreja y una remera roja con vinilo impreso al pecho, cuando ya sonaba el reciente Don Gon Do It de The Rapture.

–Uh, es que nunca probé ácido... ¡Pero dale!

Alguien propenso al mundo alucinatorio había obsequiado LSD de muy buena calidad a los visitantes argentinos. Siendo yo un grandulón de cuarenta y dos años, era hora de conocer el descubrimiento accidental del químico suizo Hofmann.

Además, la situación lo pedía a gritos, con ese clima de incubadora y la sensación de dicha generalizada. Tomé el cartoncito con el dedo índice y lo coloqué bajo mi lengua. No fui el único en hacerlo. Una hora bastó para dejar a merced de sus efectos a varios integrantes del staff, incluyéndome.

Sofocados, otra vez junto a Gus y Taverna, salimos a caminar por el parque del Botánico. Posando las pupilas dilatadas en un sinnúmero de estrellas, árboles nocturnos y verdes envolventes, nos concentramos en orquídeas u otras especies, perdiéndonos en charlas inconexas.

Habiéndose retirado el público, se podía caminar a gusto por esa exposición de flora de catorce hectáreas. Alguien sugirió ir al lago y tomar canoas a remos, otro ofreció ir al Patio de las Azaleas y un tercero, más imaginativo, a pasear en burro.

Cada propuesta superaba en extravagancia a la anterior y nadie se tomaba el tiempo de analizarla. Bastante después, regresamos a la carpa y nos mezclamos entre los danzarines.

Dos chicos y tres chicas locales, conocidos de la platinada, propusieron ir a una fiesta en el Parque Lleras. La miré a Madonna y grité “¡Obvio!”. Desde ese momento, ella sería mi protectora lisérgica.

“Che, me voy con los pibes, nos vemos después en el hotel”, comenté al pasar, sin preocuparme si alguien me había escuchado. Salí del Uribe con mis siete amigos instantáneos. Abordamos un Jeep negro de aspecto sospechoso para transitar la avenida Carabobo a toda velocidad, mientras sonaba la radio a alto volumen. (...)

(de Mientras los otros duermen)

Otras novedades de este año

Como el cangrejo, Iván Noble. Editorial Galerna. El ex Caballeros de la Quema recicla el título de una de sus canciones solistas para este libro en el que cuenta historias de giras y reflexiona acerca de cómo la música intervino en su vida amorosa, familiar y social.

Memorias improbables, Willy Crook. Editorial Planeta. El inquieto "marinero del funk" narra su biografía. Historias que incluyen su paso por Los Redonditos de Ricota, Los Abuelos de la Nada, Los Fabulosos Cadillacs, Riff, Charly García, entre otros, hasta llegar a las costas doradas del funk y soul en la Argentina. Muchos años de carretera para disfrutar.

Rec & Roll. Una vida grabando el Rock Nacional, Mario Breuer. Editorial Aguilar. Nadie duda de que en la música argentina hay anécdotas interesantes delante y detrás de escena. Uno de los que la puede contar desde adentro, en relación a la grabación de los discos nacionales imborrables, es este ingeniero de sonido que los conoció a todos: Mario Breuer.

Mesa de luz, Walter "Willy" Piancioli. Editorial Serial. El tecladista y vocalista de Los Tipitos se aventuró a la página y sacó este año su segundo libro de poemas. "Desde chico leí a Ray Bradbury, Edgar Allan Poe, Horacio Quiroga, Chesterton y Jack London. Después me llegaron Borges, Bioy Casares, Abelardo Castillo, Raymond Carver, Fontanarrosa", enumera.

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