El pilar más sólido de la economía argentina es el sector agroindustrial. Se trata de la producción primaria agrícola de todas la especies, granos, cereales, oleaginosas, frutas, uva, caña de azúcar, maderas, horticultura, semillas. Carnes de todas las especies, bovino, ovino, porcino, avícola, caprino, pesca. De esa producción derivan variedad de industrias: harinas, aceites, biocombustibles, biomasa para producir energía, burlanda de maíz luego de producir energía.
Hoy en el sector agroindustrial hay varios cadenas que completan la llamada “economía circular”, donde iniciado el proceso en un producto agrícola recorre un circuito donde absolutamente todo se procesa y aprovecha. Es un sector moderno, de avanzada. En algunas actividades de prácticas agrícolas estamos a la cabeza del mundo, como en la siembra directa, que acaba de celebrar 30 años de la asociación que los nuclea (Aapresid), que permitió una extraordinaria recuperación de suelos.
Una derivación de esta práctica es la labranza cero, que se usa en la mayoría de los viñedos con riego por goteo y aún con riego tradicional.
Y la combinación de estos sistemas culturales con los enormes avances en semillas que requieren menor cantidad de agua para producir, se traducen en una reducción muy significativa de la cantidad de agua necesaria para producir un kilo de alimentos.
Todo esto no es producto de la “generosidad de la naturaleza”. Es el resultado de la aplicación del conocimiento científico, de la experimentación constante y continuada.
La naturaleza, sus bondades y dificultades han acompañados a los seres humanos a los largo de su historia. Pero para que esa naturaleza se transforme en la base de la vida se necesita indispensablemente conocimiento, adquirido por la costumbre, la observación, la repetición, durante siglos. Conocimientos científicos desde las aulas, los laboratorios, los centros de investigación. Proceso complejo y costoso de poner en marcha, pero también frágil si las políticas son torpes y tienden a dificultarlo o destruirlo.
Todo ello se ha conseguido a lo largo de varias décadas de esfuerzos empresarios y de organismos estales, invirtiendo asumiendo riesgos, que es la función del empresario.
Sorteando, en no pocas ocasiones políticas equivocadas o directamente de castigo al sector agroindustrial, como ocurrió en la mayor parte del periodo kirchnerista.
El Gobierno del presidente Macri revirtió drásticamente las políticas perjudiciales, tales como las retenciones, regulaciones absurdas como las que impedían exportar carne o trigo. El campo respondió con grandes cosechas, aunque la gran sequía de comienzo del año pasado redujo sensiblemente la cosecha de cereales y las exportaciones, afectando severamente a la economía en un proceso de recesión.
Pero a pesar de que el año pasado el gobierno nacional se vio obligado a reponer las retenciones y no se cumplió el cronograma de disminución de la soja, empresas y productores han respondido ampliamente. Es así como en la campaña 2018/19 se ha registrado el record histórico de producción con más de 140 millones de toneladas. El entusiasmo que se advertía para el ciclo 2019/20 era notable. La cosecha fina, básicamente trigo y cebada sembrada en este invierno apunta a otro record de rendimientos y volúmenes producidos. Pero el desafío mayor es la cosecha gruesa, maíz, soja, girasol. El maíz del ciclo recientemente terminado superó en volúmenes a la soja, primera vez en más dos décadas.
Es de esperar que el resultado de las elecciones presidenciales, sean cuales fueren, continuen y mejoren las políticas en este sector fundamental, en vez de volver a vicios anteriores o prácticas antiguas que sólo pueden entorpecer este desarrollo virtuoso.
