Con los sentimientos a flor de piel, la felicidad en la mirada, y el orgullo en cada frase... Así habla Daniel Rueda, de sus hijos Mackenson (10 años) y Emmanuel (8 años), durante la entrevista con Estilo.
Porque, más allá de ser un reconocido galerista, gestor cultural y también abogado, Rueda habla a sus 47 años de su paternidad tan deseada y de sus soles: dos hermanitos haitianos que adoptó y que pudo abrazar (luego de un tiempo) el 28 de enero del 2015.
“Me encontré con ellos en Puerto Príncipe, y desde allí empezamos a escribir la historia de nuestra familia. Si bien nos conocíamos por medio de Skype, el primer gran abrazo fue en el aeropuerto, y luego de una gran travesía que valió la pena”, relata Daniel.
Como el proceso de adopción en Argentina maneja burocracia y tiempos eternos (hay ejemplos de personas que han tenido que esperar casi 10 años) Rueda optó por la adopción internacional; no sin pasar por varios trámites, abogados y asesores para ir paso a paso.
Finalmente lo que había deseado tanto pudo ser, y adoptó a Mackenson y Emanuel, quienes habían llegado a un orfanato haitiano tras el terremoto del 2010, con 1 y 3 años.
A poco del “Día del Padre” entrevistamos a Daniel sobre qué significa para él ese rol.
- ¿Cómo se dio la necesidad de ser padre?
- Sentí, a partir de los 40, muchas ganas de ser papá...Yo por elección había decidido estar solo, sin pareja, y la manera de hacer real este enorme deseo fue la adopción... Algo que convivía conmigo desde hacía tiempo.
Cuando lo pude visualizar, me di cuenta de que no quería pasar por esta vida sin ser papá y, en el 2010, tomé la decisión de ponerme en marcha. Lo que sentí en aquel momento ahora lo tengo totalmente confirmado: la felicidad de ser el papá de mis dos hijos.
“Tener la posibilidad de que dos niños maravillosos me hayan adoptado y elegido para ser parte de sus vidas, y que seamos los tres como un equipo, me cambió la existencia”, cuenta Daniel con ojos brillantes por la emoción.
- Una tarea que implicaba amor y entrega para afrontar la crianza...
- Siempre supe que no es una tarea sencilla la crianza de los hijos, pero del dicho al hecho hay un trecho (ríe). Pero es maravilloso.
- ¿Qué es lo más complejo de ser papá y adaptarse los tres a todo lo nuevo, una vez que llegaron a Mendoza?
- Implicó un comenzar con esta historia soñada y por la que tanto me preparé. Antes de la adopción recurrí a profesionales y psicólogos, para estar lo más preparado posible para cuando estuviéramos los tres juntos.
De todas maneras no hay un recetario para ser padre. Es un día a día de reconstrucción. Como todo papá, se cae en momentos de dudas e incertidumbres que te ponen a prueba, porque uno aprende con los hijos. Lo que sí he podido comprobar es que mi historia no es nada distinta a la de otros papás viudos, o con tenencias compartidas (en el caso de separaciones o divorcios).
Se trata de un trabajo diario que hay que llevar a cabo con amor y constancia. Lo que pasa muchas veces es que estamos en una sociedad muy egoísta.
- ¿Por qué lo decís?
- Porque no es imposible dar amor de esta manera, es decir, a través de la adopción. Muchas personas sólo pasan por la cabeza esta decisión (lo cual está bien, ya que se tiene que ser responsable por los hijos en salud, educación y protección) pero también hay que darle lugar al corazón, si es algo que realmente se desea.
El sistema a veces nos atrapa y nos quita el hecho de permitirnos pensar no sólo en uno mismo, desde el yo, sino también en la circunstancia.
A mí la circunstancia me puso en un lugar privilegiado: el de ser el papá de Mackenson y Emmanuel. Llegaron conmigo hace dos años y cinco meses para nunca más separarnos.
- ¿Cómo lo has vivido hasta el momento?
- Como una alineación de planetas, en donde almas generosas de vecinos, amigos, directivos, docentes, madres y padres de compañeritos de la Escuela Presidente Quintana, me tendieron su mano para la adaptación cotidiana de los chicos.
Además contar con el apoyo incondicional de la familia; en mi caso la “abu”, la tía “má”, y el “tío”. Fue vital para nosotros tres.
- ¿En qué idioma se habla en casa?
- Tanto Mackenson como Emmanuel hablan francés e inglés, pero gracias a todos ya, tienen internalizado también el español. Para Emmanuel fue más fácil que para Mackenson, porque empezó desde primer grado acá y el proceso se dio más natural.
Para Mackenson en cambio fue adaptarse a un nuevo idioma cuando él ya tenía otro, no sólo el creole (que es un francés criollo), sino el inglés del orfanato; ya que estaba bajo una misión evangélica norteamericana.
- ¿Qué descubriste a partir de la convivencia con ellos?
- Me di cuenta de la inteligencia que podría haber sido desperdiciada si ellos no hubiesen tenido posibilidad de educación. Para mí son dos milagros que me han cambiado la mirada que tenía de muchas cosas y de mi mundo. Trabajo en gestión cultural, una labor en la que sigo vehemente porque es mi personalidad, tengo vocación y amo lo que hago, pero no muero por esto.
Cada uno es constructor de su propio destino, y el mío ya lo abracé. Es simplemente ser papá de dos personitas que me sacan una sonrisa todos los días.
- ¿Qué te enseñaron Mackenson y Emanuel?
- Lo que he aprendido de ambos es algo que teóricamente sabía, pero cuando lo viví fue cuando en realidad lo entendí. Es nada menos que el sentido de pertenencia que necesitamos los seres humanos. Algo que va para todos los niveles de la vida: el social, laboral, económico y, por supuesto, familiar. El ser humano necesita pertenecer, y cuando lo hace tiene todas las herramientas en sus manos para ser feliz.
Ese mismo sentido lo veo desde los detalles más pequeños, como cuando me di cuenta de que mis hijos eligen la ropa de acuerdo a lo que me pongo yo (ríe). La otra vez vi que ambos habían ido a buscar chalinas, cuando me vieron que salía con una.
En otra ocasión hicieron lo mismo al verme que armaba mi portafolios con trabajos, se hicieron el suyo propio y sumaron libros de cuentos y lápices. ¡Me matan! Es como que van tomando su identidad de lo que observan y les gusta. Me hacen profundamente feliz.
- ¿Cómo es cada uno?
- Mackenson es sumamente exigente con la escuela. Indudablemente tiene un deseo de superación muy grande. Él mismo se pone solito con sus deberes y me corre con consultas. Tiene notas increíbles igual que Emmanuel. Son sumamente prolijos y aplicados.
Emmanuel, al ser más chico, es más disperso; como que quiere jugar más.
Mientras Mackenson ama las matemáticas, a Emmanuel le apasiona escribir cuentos, escuchar historias y pintar de manera permanente todo tipo de ilustraciones.
Ambos cantan todo el día, ponen el equipo y se ponen a hacer pasos de baile y a interpretar en inglés. ¡Son un espectáculo!
Ambos son muy colaboradores en casa. Somos un gran equipo. Además son muy solidarios con sus compañeros y amigos, saben compartir y eso me encanta.
- ¿Qué le dirías a alguien que quiere adoptar, pero que tiene miedo de hacerlo?
- Le diría que todas las preguntas que no pueda responderse, las escuche con el corazón. Es la mejor posibilidad de vida; que si bien adoptar implica un cambio radical, no se va a arrepentir si es lo que desea.
Por otro lado, para aquellos que tienen la bendición de tener hijos, les diría que valoren mucho el trabajo de la mujer. En mi caso, al cubrir ambos lugares en la educación y crianza, me di cuenta del enorme valor que tiene la tarea de la mujer; quien además de trabajar afuera y en sus obligaciones, llega a su casa para hacer el seguimiento de lo cotidiano con sus hijos: desde lo educativo con la tareas, hasta el cuidado, la contención y el juego.
No soy quién para dar consejos, ya que cada persona tiene su propia historia de vida y la construye de acuerdo a sus necesidades y también limitaciones. Sólo puedo decir que mi decisión tuvo que ver con el corazón y con permitirme no pasar todo por la cabeza.
Cuando veo en un acto, cómo mis hijos me buscan con la mirada para ver si estoy, basta ese sólo momento para saber que dejarme llevar por el corazón fue lo mejor que pude hacer.
- Una apuesta desde el corazón que vale la pena...
- Absolutamente. A los papás y mamás que quieran serlo, les diría además que no olviden que los padres perfectos no existen, y que asumamos el compromiso de educar a nuestros hijos sin culpabilidad, porque todos sin excepción sufren, se enfrentan a crisis y dudan; pero el amor puede con todo.