Amy Tinkler, bronce en suelo en los Juegos Olímpicos de Río, rompió el silencio. La estrella británica de gimnasia artística concedió su entrevista desde que denunció el acoso sufrido durante años por parte de Amanda Reddin, la seleccionadora nacional de Gran Bretaña de artística femenina durante los últimos ocho años. Su testimonio es desgarrador. Aunque dejó la gimnasia, aún padece secuelas de tantos años de terror.
“Quiero mejorar, lo estoy intentando”, dice. “Es sólo... es un desastre. Incluso ahora apenas puedo mirar un peso, tuvimos que sacarlo de casa. Si me ofrecen una ensalada, me da un ataque de nervios porque mi cabeza está conectada a la idea de que me llaman gorda. Hace un año mis padres me preguntaron si quería una y me derrumbé”, añade.
Tinkler confesó que vivía “aterrorizada” por Amanda Reddin, quien estaba obsesionada con el peso y que durante cinco años la hizo vivir la cultura del miedo y de la intimidación. Aunque se sabe que no fue la única en sufrir aquel régimen del terror. La medallista olímpica reconoce que denunció ese trato al director de rendimiento de la Federación Británica de Gimnasia, pero que James Thomas no hizo nada.
“Nada era lo suficientemente bueno para ella. Lo del peso empezó cuando yo tenía 13 años. Estaba obsesionada”, recuerda. “Si perdías peso, ella quería que perdieras más. Entiendo que, como gimnastas, necesitamos controlar nuestro peso”, agregó.
Tinkler recuerda cómo era el día anterior a que las pesaran en Lilleshall, el cuartel general de la gimnasia británica y al que define como “una cárcel”. “No comía la noche anterior. Bebía jugo de limón antes de dormir cada noche porque leí que el ácido quema la grasa en tu estómago mientras duermes. Antes de pesarme, no comía ni almorzaba ni cenaba el día anterior”, explica. Aquella obsesión por el peso acabaría derivando en un grave problema de salud mental.
Tinkler vive un infierno en la actualidad derivado de aquellos años de “cultura del miedo”. Incluso confiesa que renunciaría a su bronce en Río por no haber pasado nunca por semejante calvario.
Amy era una niña feliz e hiperactiva que creció en Bishop Auckland, cerca de Durham. Desde los dos años, lo que más le gustaba era dar saltos y volar mientras la miraban.
Su primera competición fue una de carácter regional cuando tenía 7 años. Quedó segunda. A los 11, Amy representaba a Gran Bretaña en la categoría junior y a los 16 años, fue la miembro más joven del equipo de gimnasia en los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro, donde no se esperaba que llegara a la final, pero, con la música de Pretty Woman, voló hasta el bronce de suelo detrás de la gran Simone Biles y Aly Raisman. Fue la segunda mujer británica en la historia, después de Beth Tweddle, en ganar una.
Lo que nadie podía imaginar entonces era el calvario que había tras aquella medalla. “En 2018 me intoxiqué con alimentos y estuve en el hospital. Cuando volví, Amanda dijo: ‘Cualquier excusa para no entrenar’, y luego Colin (otro entrenador nacional) dijo: ‘Bueno, al menos habrás perdido peso y te verás más delgada ahora, sólo trata de mantener ese peso’. Me elogiaron por estar enferma”, relata.
Ese mismo año pasó por el quirófano para una cirugía de tobillo. La madre de Amy habló con Amanda para que fuese compasiva. “Soy su entrenadora, no su amiga”, le dijo. Cuando volví y le dije que me dolía el hombro ella me dijo: "¿Cómo puede dolerle el hombro si no está haciendo nada? Empecé a llorar y ella me dijo: “Si vas a llorar, sal del gimnasio”, rememora.
Una noche de mayo de 2019 ya no pudo más y huyó de la base de la Gimnasia Británica en Lilleshall por última vez, con lágrimas. Antes había hablado con sus padres, que se encontraron con ella a medio camino de casa.
“Nunca pensé en hacerme daño, pero mirando hacia atrás ahora, estaba en un lugar tan oscuro que es preocupante pensar cómo pudo haber ido”, dice. ¿Qué quiere decir eso?, le pegunta Riath Al-Samarrai para el Daily Mail. “Preferiría no hablar de eso”, contesta.