Cusco: semblante colonial, alma inca

La antigua capital del Tahuantinsuyo remite a las épocas doradas del imperio a través de cimientos, ruinas y el orgullo herido de sus actuales pobladores.

Cusco: semblante colonial, alma inca

"Esta parte de la pared, con las piedras colocadas de forma casi perfecta, la hicieron nuestros antepasados. Esta otra, toda desprolija y mal construida, la hicieron los españoles. Nosotros decimos que la primera fue obra de los incas, y la segunda, de los incapaces". Diego tendrá unos 12 años, los rasgos bien indígenas, y se gana la vida hablando a los turistas respecto del famoso muro de calle Hatun Rumiyoc.

El paredón resume buena parte de lo que es Cusco: una ciudad creada por los incas para ser la médula del imperio y sobre cuyas bases los conquistadores levantaron un patrimonio arquitectónico magnífico. Amén de las palabras de Diego y el ejemplo que señala, en general poca capacidad se ve en el trabajo de los ibéricos. Su pecado (entre muchos otros), fue el no saber valorar lo que germinó de las manos de los nativos y haber tirado abajo tanta maravilla.

Con todo, en la localidad del sur peruano sobrevive el trazado urbano y cantidad de cimientos originales de la época del Tahuantinsuyo, además de algunas ruinas dispersas. Lo más importante: el aura y las voces de un pueblo que aún vencido y casi exterminado, no para de nacer.

Hoy, ayer y antes de ayer

El mercado central es un hervidero de gente. Productos típicos, artesanías y puestitos con tablas de madera donde el comensal se sienta junto a una barra de azulejos, es parte del repertorio. Se ofrecen platos de Ceviche (pescado o mariscos semicocidos en frío, con ayuda del jugo de limón), y el clásico arroz con tomate, huevo y papas fritas.
 
Un par de almacenes también venden el San Pedro, un poderoso cactus alucinógeno que deja a quien lo prueba conversando con ángeles y demonios, y que algunos paisanos se llevan a la panza allá arriba, en los cerros que cubren el mapa, al uso de los primeros habitantes del valle. Afuera del mercado, encantadoras calles de piedra, viviendas con arcos y tejados, las iglesias San Pedro y Santa Clara (siglo XVI) y el Arco homónimo, reflejan el carácter colonial de la urbe.

Aquello se potencia con el arribo al centro. La preciosa Plaza de Armas es un canto a la arquitectura hispánica, rodeada de hileras de estructuras a dos plantas, color, balcones y otra vez los tejados, y las estelares Iglesia de la Compañía (levantada sobre la antigua residencia del emperador Huayna Capac) y la Catedral (construida arriba de lo que fuera el Palacio del Inca Wiracocha).

En esta última, un cura venido de España imparte la misa desde las alturas, rodeado de reliquias que presumen el poder de Dios y cusqueños de cara tostada y tristona. Tendrá sus argumentos aquél que, contemplando el cuadro, quiera pensar que la conquista sigue latente.

Otros referentes del hacer europeo se llaman Iglesia La Merced, San Francisco, Santa Teresa, San Cristóbal (hay muchas más), Casa Márquez y Casa Garcilaso. En varias de estas construcciones y sus alrededores, bien  se aprecia lo del principio: bases de implacable piedra, colocada con un celo y prolijidad asombrosos (gentileza de los incas, claro), sirven de soporte a la obra colonial.

En ese sentido, el caso más emblemático lo corporiza el híbrido Koricancha / Convento de Santo Domingo. Allí se ve con claridad cómo el Convento (estilo barroco, siglo XVII), se asienta sobre lo que ayer fuera un templo incaico, que aún respira. Delicioso resulta traspasar los arcos del patio interior y encontrarse con altares milenarios, hogar de dioses y relámpagos.

Lo sagrado

Los visitantes llegados desde los cinco continentes (julio y agosto son los meses más intensos, con el aterrizaje masivo de los del hemisferio norte y el buen clima acompañando), deambulan el encanto de Cusco con el asombro que una cita así se merece. Mientras, van soñando su viaje al Machu Picchu, joya histórica de nuestro continente, al que llegan tras atravesar 170 kilómetros y varias montañas.

Hasta entonces, subirán entre estrechas callejuelas rumbo al Sacsayhuaman, otrora templo sagrado. Ubicado a dos kilómetros del centro, conserva su hechizo en un espacio abierto a los cielos, con murallas y plaza ceremonial. Los incas lo llamaban "La Real Casa del Sol", aunque luego, durante la conquista, hizo las veces de sangriento campo de batalla.

A lo largo y ancho del valle, hay muchos sitios legendarios reposando en la naturaleza (además del Machu Picchu, figuran Ollantaytambo, Rumicola y Tipón, por sólo nombrar algunos). Pero ninguno guarda el nivel de conexión físico y espiritual con la antigua capital del imperio como Sacsayhuaman. 

Para el final queda la visita al Barrio de San Blas, en los altos de Cusco, con todo su carácter autóctono y pintoresco. Blancas las casitas, igual de tímidas que las señoras de pelo largo y oscuro que marchan con la cabeza gacha y la espalda cargada, y dicen "hola" como pidiendo disculpas. Por allí cerca andará el amigo Diego, mezcla de temple y ternura, para contar una y mil veces más la anécdota de los incas y los incapaces, de cara a ese muro tan glorioso y simbólico como esta ciudad que lo cobija.

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