Kang Min-kyu, vicedirector del colegio coreano que viajaba en el ferry hundido hace unos días con cientos de alumnos, se acercó a un árbol, eligió la rama justa, ató el cinturón alrededor de su cuello y se sacó de encima la culpa de un tirón. Dejó una nota que decía: “Sobrevivir solo es demasiado doloroso. Asumo la plena responsabilidad”.
A 19.438 kilómetros de Corea, Ricardo Jaime también se acercó a un árbol, eligió la rama justa y ató el cinturón alrededor del cuello. Eso sí: no del suyo, sino del maquinista Marcos Córdoba, a quien le atribuyó la responsabilidad en la tragedia de Once. Jaime no dejó una nota, pero sí una declaración en una entrevista: “Yo no siento cargo de conciencia, en absoluto”.
Es así, querido lector. Salvo del Estado, en la Argentina no se cuelga nadie. La brecha tecnológica es abismal. A diferencia de los coreanos, los funcionarios argentinos, por una falla de fabricación, no vienen con culpa. La industria nacional los hace de menor calidad moral.
¿Cuál es el único medio de transporte que modernizó Jaime? El carrito portavalijas. Con velocidad y puntualidad del primer mundo, el botones de Néstor llevaba los bolsos “arriba” (fue el primero con tarjeta SUBE). Mire lo que fueron las propinas: trabajando para “el hotel”, pudo adquirir un departamento en Puerto Madero, otro en Avenida del Libertador y Cerrito, otro en Florianópolis, casa en San Isidro, country en Córdoba, casa en Santa Cruz, autos (3), motos (1) y yates (1). ¿Y todo por qué? Porque el carrito portavalijas no choca nunca.
A menos de un mes de haber dicho que se sentía “la madre del país y de los argentinos”, ahora la Presidenta tuvo otra epifanía y se comparó con una locomotora. Escuchen: “Como en un inmenso tren, todo está encadenado con todo. La locomotora que tira, y permítanme que me compare con la locomotora, puede tirar. Pero si los vagones se desenganchan, los que van arriba los rompen y les ponen palos, la locomotora sola no puede”.
La analogía que ella misma eligió es reveladora. Durante el discurso, Doña Locomotora pasó por casi todas las estaciones. Por la estación “los 90”, donde cada vez que para le echa la culpa a Menem. Por la estación “Perón”, a quien ahora comparó con Mao (Zannini, feliz).
Por la estación “Clarín”, donde mostró una tapa de ese diario de 1993, para exhibir un título de entonces sobre inseguridad (“¿Ven? Los hechos delictivos no empezaron hace dos años, ya estaban en 1993”). La locomotora recorrió en su discurso extraviadas estaciones, dando un intencional rodeo para no detenerse en la más importante. ¿Adivine cuál?
En Once, ella tampoco frenó.
Desde aquel 22 de febrero de 2012, las voces oficiales fueron:
-Juan Pablo Schiavi, ex secretario de Transporte: “Si hubiera sido un feriado, no habría habido tantos muertos”.
-Nilda Garré, ex ministra de Seguridad: “El chico (Lucas Menghini Rey, encontrado en el fuelle) iba en un lugar prohibido”.
-Cristina Fernández de Kirchner, materno-locomotora nacional: “Uno viaja cuando tiene que ir a trabajar o estudiar. Hasta 2003 no había que ir a ningún lugar, no había nada que hacer”.
Blandiendo la tapa de Clarín del 93 con el título sobre la inseguridad, la Presidenta, fiel a sí misma, en vez de conciliar y apaciguar, aceleró en el andén: “Señores, como ven, no hay nada nuevo bajo el sol. Lo único nuevo son estos ferrocarriles y los hemos puesto nosotros”.
“Los hemos puesto nosotros”. Esta locomotora no tiene frenos inhibitorios.