En diciembre de 2010 tuve la oportunidad de hacer mi primera travesía de cruzar los Andes hacia Chile. Ese año me había mudado de La Plata a San Rafael y estaba en mis planes la travesía en cuanto se dieran las condiciones climáticas. Ese momento llegó el mismo día de mi cumpleaños, el 30 de diciembre.
Uno de los primeros amigos que tuve de este lado del país fue uno que entre otras cosas era baqueano, José Balastegui, que hacía este tipo de excursiones de uno y otro lado de los Andes y me invitó a acompañarlo con otros dos compañeros, Daniel Vicente y Germán Alos. Unos meses antes nos habíamos probado físicamente escalando el Cerro Punta Negra de Tunuyán.
Al principio se vio fácil: una camioneta de un amigo de José nos llevó desde el Manzano Histórico, hasta la base de la ventana de El Portillo, donde desaparece prácticamente el camino de ripio y sólo queda una muy empinada lengua de huellas hasta el cruce fronterizo que sólo queda habilitado para el turismo entre el 1 de noviembre y el 30 de abril de cada año.
Luego vino la larga caminata a pie, cargando la mochila de camping en la espalda y el bolso de mi cámara en el pecho, adaptándonos a una altura de 4.380 metros.
El primer día bajamos hasta el refugio Real de la Cruz, custodiado por el Batallón de Ingenieros 8 de Mendoza. Allí nos encontramos con una docena de turistas españoles y suizos que habían llegado de los dos países a celebrar las fiestas a esas alturas, sumergidos en ese impactante paisaje.
Esa primera noche me encapriché en dormir a la intemperie, solo con un bolsa de dormir mirando las estrellas. Fue espectacular.
Al día siguiente, comenzaron los preparativos para festejar la llegada del Año Nuevo y se armó una enorme parrillada y todos brindamos con fernet, cervezas y champagne. La última noche a esa altura la dormimos en una carpa en el Real de las Lagunitas, dentro del Parque de las Esponjas.
El 1 de enero volvimos a los caminos. Un grupo que viajaba en mulas que venía del refugio nos ayudó a los cuatro a cruzar el torrentoso río Tunuyán. Sin su ayuda, nos hubiéramos quedado varados allí. Igual, este fue el río más problemático. Los demás, tuvieron sus dificultades pero los fuimos sorteándo a todos hasta llegar a las famosas Termas del Plomo, en el corazón de la reserva El Yeso en el Cajón del Maipo, un lugar al que teníamos que llegar ese domingo porque se nos perderían las opciones de conseguir transporte para San Gabriel, el primer pueblo chileno.
Pero antes de arribar nos arrebató una tormenta de nieve y estuvimos tres horas perdidos, porque prácticamente tuvimos cero visibilidad. Nos salvó la brújula de un celular que milagrosamente tenía una línea de batería que nos señaló el Oeste y pudimos continuar. Una familia chilena en las termas, muy hospitalaria, nos dio de comer y nos llevó en su camioneta hasta San Gabriel.
Un compadre trasandino llamado Astorga nos fue a buscar al pueblo y nos hospedó en su casa en San José del Maipo, con su amorosa familia. Como era de esperarse, fuimos otra vez mimados y cobijados. No creo que haya gente más hospitalaria que la chilena.
Después, varios colectivos; uno a Santiago y otro a la playa del Tabo, en la región de Valparaíso y visitamos Cartagena y El Algarrobo, donde pasamos tres días entre arenas y olas y otro final que nos cruzó de vuelta al país por Libertadores.
Fueron siete de esos inolvidables días que me tocaron vivir.