Se considera que la hambruna que envolvió a China de 1958 a 1962 fue la más mortífera en la historia registrada, matando entre 20 y 30 millones de personas o más, y es una de las calamidades definitorias del dominio de Mao Tsé Tung. Sin embargo, desde ese tiempo, el partido ha envuelto ese desastre en censuras y eufemismos, buscando mantener un aura de reverencia en torno al dirigente fundador del Estado comunista.
Pero, ahora que se aproximan las celebraciones del 120 aniversario del nacimiento de Mao el 26 de diciembre, algunos de sus partidarios y polemistas del partido están yendo más allá de la añeja reticencia oficial sobre la hambruna para argumentar a favor de su propia versión, mucho más tenue, del desastre y para atacar a historiadores que disienten.
Ellos niegan que decenas de millones de personas hayan muerto en la hambruna -cuando más, fueron unos cuantos millones, afirman algunos de ellos- y acusan a académicos que apoyan estimados mayores de propagar un sentir contrario al partido.
“El gran rumor de que 30 millones de personas murieron de hambre en los tres años de penuria”, leía un titular de setiembre en The Global Times, influyente tabloide administrado por el Estado. Eso acompañaba al comentario de un matemático, Sun Jingxian, quien ha ganado publicidad por su alegato en el sentido de que, cuando mucho, murieron 2,5 millones de personas de “decesos nutricionales” durante el Gran Salto Adelante. Argumenta que los estimados mayores son una ilusión fundamentada en estadísticas defectuosas.
Sun afirma que la mayoría de las muertes aparentes fue un espejismo de caótica estadística: la gente se mudaba de aldeas y se daba por hecho que habían muerto, debido a que no registraron sus nuevos hogares.
Un nuevo libro, “Alguien debe decir la verdad finalmente”, se ha convertido en un criterio para partidarios de Mao, quienes niegan que la hambruna haya matado a decenas de millones. El autor, Yang Songlin, oficial retirado, sostiene que ocurrieron cuando más cuatro millones de “decesos anormales” durante la hambruna.
Efectivamente, eso fue una tragedia, reconoce, pero, aduce, se debió mayormente al mal clima, no a malas políticas. Él y otros revisionistas de mentalidad similar acusan a investigadores rivales de inflar la magnitud de la hambruna para desacreditar a Mao y el partido.
“Algunas personas creen que tienen una oportunidad, que mientras puedan demostrar que decenas de millones de personas murieron en el Gran Salto Adelante, entonces el Partido Comunista, el partido gobernante, nunca será capaz de librarse”, dice Yang.
El Gran Salto Adelante empezó en 1958, cuando la dirigencia del partido acogió las ambiciones de Mao de industrializar rápidamente a China a través de la movilización de la mano de obra en una ferviente campaña y la fusión de cooperativas agrícolas en vastas -y en teoría más productivas- comunas populares.
La prisa por construir fábricas, comunas y comedores comunales en modelos de milagrosa abundancia comunista empezó a titubear a medida que el despilfarro, la ineficiencia y el fervor fuera de lugar echaron por tierra la producción.
Para 1959, la escasez de comida empezó a envolver al campo, magnificada por la cantidad de grano que los campesinos eran obligados a entregar al Estado para alimentar a ciudades que crecían a grandes pasos, y la hambruna se extendió. Se llevaron a cabo purgas de funcionarios que expresaron dudas, creando una atmósfera de temeroso conformismo que aseguraba la continuación de las políticas, hasta que la creciente catástrofe obligó finalmente a Mao a abandonarlas.
A partir del comienzo de la década de los ’80, empezaron a aligerarse las restricciones sobre el estudio de la hambruna. Historiadores ganaron acceso limitado a archivos, al tiempo que series de censos y otros datos poblacionales estuvieron disponibles gradualmente, permitiendo que los investigadores dieran forma a una comprensión más detallada, aunque aún incompleta, de lo ocurrido.
Algunos académicos han concluido que murieron unas 17 millones de personas, en tanto otras cuentas ascienden incluso a 45 millones.
“Los académicos disienten, pero sea o no que su estimado es un poco mayor o menor, eso no incide sobre el hecho de que el Gran Salto Adelante creó un desastre masivo”, opina Lin Yunhui, historiadora retirada en la Universidad de la Defensa Nacional en Pekín, quien pasó buena parte de su carrera estudiando la época de Mao: “Mi propio estimado es que hubo aproximadamente 30 millones de muertes anormales”, dice
Pocos historiadores de la corriente dominante, si es que alguno, dan credibilidad alguna a los alegatos de los revisionistas, pero expresan alarma de que el partido, que en décadas recientes ha tolerado investigaciones más abiertas sobre el periodo, parece estar alentando un retroceso hacia ortodoxias engañosas.
“Por largo tiempo he sido calumniado y atacado por mi investigación pero ahora están estas personas que esencialmente niegan que haya habido una hambruna masiva alguna vez”, sostiene el historiador Yang Jisheng, de 72 años de edad.
“Lápida”, el histórico estudio de Yang Jisheng sobre la hambruna del Gran Salto Adelante está prohibido en el territorio continental de China pero ha sido ampliamente leído allá a través de copias de contrabando.
Yang Jisheng estima que 36 millones de personas murieron debido a la brutalidad y escasez de alimento ocasionadas por el Gran Salto Adelante. Dice que las negaciones de hambruna generalizada hace más de medio siglo son un perturbador síntoma de ansiedades políticas de tiempos presentes: “Para defender el status gobernante del Partido Comunista, deben negar que decenas de millones murieron de hambruna... prevalece una sensación de crisis social en la dirigencia del partido, y proteger su status se ha vuelto más urgente, así que se ha vuelto incluso más necesario evitar que se encare la verdad sobre el pasado”, termina.
Los dirigentes chinos no han comentado en público sobre la polémica. Sin embargo, la reputación de Mao aún reviste importancia para un partido que sigue apilando sus reclamos al poder sobre sus orígenes revolucionarios, incluso al tiempo que ha dejado de lado los remanentes de las políticas revolucionarias de Mao.
Además, paradójicamente, Xi Jinping, el líder del partido instalado en noviembre, ha defendido con avidez particular ese legado, aun cuando su familia sufrió más bajo Mao de lo que sufrieron sus predecesores recientes.
Xi es el hijo de Xi Zhongxun, colega de Mao que fue purgado en 1962 y soportó 16 años de encarcelamiento e ignominia política.
Sin embargo, el manejo de Xi del pasado va impulsado por imperativos políticos, no recuerdos familiares, destacó Edward Friedman, profesor emérito de ciencia política en la Universidad de Wisconsin-Madison, quien fue uno de los editores de la versión inglesa del libro “Lápida” de Yang Jisheng.
Xi les dijo a funcionarios que no deberían menospreciar o dudar de los logros de Mao.
Repetidamente ha citado la caída de la Unión Soviética como una advertencia de los costos de la lasitud política. Aprobó una directriz, emitida en abril, que identificó siete amenazas principales de tipo ideológico al dominio del partido, incluido el “nihilismo histórico” -definido como los intentos por “negar la legitimidad del gobierno a largo plazo del Partido Comunista chino - calumniando el registro del partido.
“Ellos necesitan que su gran líder sea puro”, afrima Friedman. “Necesitan tener una visión del pasado por la cual valga la pena sentirse nostálgico”.