Culillo maleducado

Culillo maleducado

Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Los culillitos maleducados son el resultado de la permisividad de padres y abuelos que actúan con la siguiente filosofía: “¿Cómo le voy a decir que no si es tan chiquitito y lo quiero tanto?” Entonces, los locos bajitos, al decir de Serrat, se dan cuenta de que nada, en su mundo, es imposible, y todo se reduce a pedir con firmeza, o a llorar, o a gritar, o a hacer berrinches.

Actúan como dueños de la situación y cuando no quieren comer escupen la cucharada que alguno de sus progenitores pretende enjaretarles; y cuando los mandan a dormir no sólo no obedecen sino que se ponen a tocar el tambor que tan ocurrentemente les regaló la tía Teresa, para que el resto no duerma; y para conseguir algo que en principio es negado les basta con llorar a grito pelado frente al kiosco y tirarse de los pelos y patear el planeta, con dos objetivos fundamentales: poner nerviosos a sus padres y hacer que los que pasan miren a los padres con actitud crítica, unos pensando ¿por qué no le removés el dorso con una palmadita algo violenta? ; y otros preguntándose: ¿ por qué motivo semejante grandulón hace sufrir a ese pobre chiquillo? Pero el chocolate lo consiguen.

Niños maleducados hay en todo el mundo, pero solamente joden en el entorno familiar. Sin embargo hay uno que jode a todos: el niño de la corriente. ¿Cómo puede ser que una “creatura” en edad de dedicarse al playstation y a su teléfono celular, viva molestando a millones de personas, ah? ¿Cómo puede ser que un imberbe de escasa estatura, aparentemente débil, provoque tifones, tornados, inundaciones, aludes, nevadas, derrumbes, temperaturas extremas y otros climaterios más, ah?

Fíjense ustedes lo que está ocurriendo en nuestra Mendoza. Según los geógrafos que la describieron y describen, Mendoza es un territorio semi-árido de vegetación xerófila y precipitaciones menguadas. Un cuasi desierto que alguna vez los pueblos originarios, ponderando sus bondades, llamaron Cuyúm Mapú, el país de las arenas. Y sin embargo hace más de diez días que su cielo muestra tenedores y cuchillos, o sea está cubierto.

La lluvia intensa o menguada nos cascotea el rancho y eso provoca alteraciones en la conducta del mendocino, que no está acostumbrado y entonces no sale, no se muestra, porque puede mojarse, pero mucho más, porque teme que caiga una granizada y le arruine el auto.

El famoso sol cuyano, ese que alguna vez describió con todos sus rayos el magnífico Tejada Gómez, hace tiempo que no se muestra, y ya nos estamos olvidando si es redondo o cuadrado, si enfría o si calienta. Uno mira el escudo de la provincia y nota que en su cúspide ya no está el sol con cara de enojado, simplemente hay nubes cubriéndolo.

La ciudad se transforma con la garúa, con la niebla, con el gris. Las calles y las veredas están enlluviadas y el paisaje, más que cuyano, parece un paisaje de la Rubia Albión. En cualquier momento uno puede encontrar a milicos de la Scotland Yard vigilando la Legislatura y con una lupa en la mano ver actuar a Sherlock Holmes diciendo la frase que nunca dijo Sherlock Holmes: “Elemental, Watson”.

Todo por el culillo maleducado pero enérgico, tal vez por lo de la corriente. ¿Tendrá incidencia en esto la educación que reciben en los “establo - ecimientos” educacionales? ¿Tendrá que ver esta conducta nociva con el incumplimiento del ítem aula por parte de los docentes? ¿Será la influencia de los medios de comunicación que toman a la niñez no como un sector a cuidar sino como un mercado más?

La corriente del niño nos acosa. En vez de cantar “No es lo mismo el otoño en Mendoza”, deberíamos cantar “No es lo mismo el otoño en Liverpool”.

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