Argentina viene sufriendo desde hace muchos años un crecimiento irracional de las estructuras estatales que la han llevado a la actual situación, donde persiste un elevado nivel de gasto en proporción a su PBI, agravado por un elevado déficit fiscal.
Según datos oficiales, el déficit primario (antes del pago de deuda) llegó al 3,9% del PBI y el gobierno festejó. No obstante, el déficit total creció por el pago de intereses de la deuda. Además, hay que considerar que el gasto bajó porque se eliminaron subsidios a las tarifas de los servicios públicos, lo que significa que el resto de los gastos aumentaron.
Este sobredimensionamiento de los aparatos estatales, tanto en Nación, provincias y municipios es el resultado de un modelo populista encarnado en la sociedad argentina que parece no entender que a mayor dimensión del Estado habrá mayor pobreza, menor grado de libertad y mayor dependencia de la arbitrariedad de los políticos.
¿Es necesario el Estado? Por supuesto, y lo primero que hay que exigir es que cumpla con sus funciones básicas. Estas son las de asegurar las mejores prestaciones en materia de seguridad, justicia, educación y salud, porque es la forma de garantizar la igualdad de oportunidades. El problema es que si las prestaciones no son eficientes no se garantiza la igualdad de posibilidades.
La eficiencia del Estado es algo que se viene reclamando y cuya implementación es resistida por la clase política y por los sindicatos de empleados del Estado. ¿Por qué? Pues simplemente porque estos grupos se adueñaron de su estructura para ponerla a su propio servicio en desmedro de la población que debería ser la principal destinataria de sus acciones.
Fuera de estas estructuras, el Estado ha crecido por una burocracia impresionante destinada a obstaculizar las actividades privadas, llenándola de regulaciones que generan costos explícitos y otros implícitos (coimas). Cada día más funcionarios se encargan de obstaculizar la creación de empresas aplicando regulaciones absurdas.
Pero, por otra parte, este estado “proteccionista” se dedicó a consolidar privilegios a distintos grupos empresarios privados, perjudicando a los consumidores. El modelo corporativista favorece a las multinacionales automotrices, cerrándoles el mercado permitiendo que sean los únicos que pueden importar sin aranceles. Por otro lado subsisten cosas incomprensibles como que los hoteles deban pagarle a Sadaic por cada televisor instalado en cada habitación, aunque esta esté desocupada.
Recuperar la competitividad
No obstante tenemos temas pendientes y de gran importancia que el Estado debe resolver mientras los empresarios se puedan dedicar a lo suyo. Y es el tema de la competitividad. Y es que es un tema fundamental para que Argentina de un salto cualitativo, creciendo en exportaciones y abriendo la economía en condiciones razonables.
Cuando se habla de este tema todos hablan del valor del dólar y es una cultura que hay comenzar a dejar de lado para centrarse en las cosas que verdaderamente importan. El valor de la divisa norteamericana depende de muchos factores, la mayoría de los cuales no están al alcance del gobierno pero deben ser tenidos en cuenta.
El tipo de cambio es libre y el valor de la moneda depende del mercado, pero también de la política de tasas de la Reserva Federal de EEUU y de la política económica de ese país. Hace casi 10 años se desató la crisis de las hipotecas y el organismo monetario estadounidense emitió moneda hasta triplicar el circulante para reanimar a su economía que recién ahora parece retomar algo de ritmo.
Pero, en el medio, inundaron de dólares los mercados financieros del mundo y eso explica que hoy esa moneda esté devaluada ante el euro, habiendo tocado 1,23 esta semana. Si se devalúa en el mundo, mucho no puede subir en Argentina.
Cada día queda más claro que el Estado, en su formato actual, es el principal obstáculo para el crecimiento de la economía.
Además, el gobierno está tomando deuda en los mercados internacionales y eso genera ingresos de divisas adicionales, mientras que la política de tasas para frenar la inflación que aplica el Banco Central atrae capitales financieros que aportan más dólares. Así el mercado está saturado de dólares.
La segunda consideración de la competitividad son los costos internos, y en este caso se ha iniciado un camino lento para bajar cargas impositivas y, en lo posible, reducir regulaciones. No obstante, la persistencia de un fuerte déficit fiscal no hace posible bajar impuestos si no se bajan gastos con más decisión.
Un tercer elemento a tener en cuenta es la falta de acuerdos internacionales que permitan ingresar a terceros países sin aranceles o con rebajas que nos pongan en condiciones similares con nuestros competidores. Argentina, en los últimos años, jugó todas las fichas al Mercosur y abandonó negociaciones bilaterales. Hoy se está negociando un acuerdo con la Unión Europea, con muchas dificultades de salir en el corto plazo. Además, Brasil pone trabas porque el lobby empresario es proteccionista, como el argentino.
La única relación que se profundizó fue con China, pero siguen algunos problemas para ingresar. Se acaba de terminar una exitosa negociación que permitiría el ingreso de carnes con hueso, pero el horizonte requiere abrir negociaciones con muchos mercados y para una gama de productos más amplios, sobre todo los que tiene mayor valor agregado.
El otro elemento es el empresario. Nuestros grupos empresarios se han acostumbrado a que el Estado les resuelva los problemas y en esa posición termina siendo dependientes.
El Estado no soluciona problemas, los agrava y en la medida que no lo entienda tendrán cada día más problemas, salvo que asocien a funcionarios.
Nadie puede esperar un gesto generoso de un enemigo. El Estado es el enemigo. No esperen nada bueno. Solo exijan que liberen trabas y póngase a trabajar y competir.
El desafío empresario
Si el Estado bajara regulaciones, consiguiera acuerdos de libre comercio y tuviéramos un tipo de cambio competitivo, probablemente aumentaríamos las cantidades exportadas pero no la variedad de productos. Esto se vio entre 2002 y 2007, cuando el tipo de cambio era tan favorable que ingresaron muchas divisa por exportaciones, pero no diversificamos productos ni mercados.
Cuando se habla de estos temas los especialistas suelen decir que todas las empresas o sectores deberían descubrir su “malbec”, haciendo referencia a la estrategia de la industria vitivinícola que puso en esta cepa insignia la responsabilidad de abrir mercados para la industria.
Y el malbec tuvo éxito porque, además de ser buen vino era distinto, no era conocido en el mundo y permitió una estrategia de diferenciación en un mercado con abundancia de oferta. Y además, por detrás, una planificación plasmada en el Plan Estratégico Vitivinícola (PEVI).
El gran desafío del sector empresario será diseñar productos con valor agregado y, sobre todo, que generen un valor diferencial para los consumidores de todo el mundo. El problema más grave de Argentina en cualquier mercado es conseguir la escala productiva suficiente para poder acceder y mantenerse en el mercado. Quizás avanzar en mayor asociatividad o con el concepto de “clusters” deba profundizarse.
Si se avanza en mayores exportaciones se producirá un crecimiento genuino que traerá aparejada una mayor creación de puestos de trabajo y como consecuencia, un aumento del consumo interno. Pero esto debe salir de la propia iniciativa de los empresarios. Si esperan que sea el Estado el que tome la iniciativa, no llegarán a ningún lado.