La naturaleza parece empeñada en demostrar que cualquier ficción no supera la realidad, y en ese derrotero nos regala muestras de su extravagante poderío.
En las Cuevas de Waitomo, en Nueva Zelanda, los pasajes subterráneos acuático están sutilmente alumbrados –en tonos verdes y azul turquesa- por luciérnagas.
Se trata de pequeños insectos bioluminiscentes que parecen estrellas cercanas en el techo de la caverna. El efecto es mágico, de ensoñación.
Cuentan que las cuevas fueron exploradas por vez primera hacia 1887 por el inglés Fred Mace, guiado por un jefe maorí llamado Tane Tinorau.
Obviamente las tribus maoríes conocían las cavidades y el efecto de las extrañas luces. Sin embargo nunca habían ingresado hasta las profundidades donde se produce este fenómeno.
Por aquellos días con antorchas y candelabros ingresaron en precarias barcas por el río subterráneo y así tuvieron la fantástica visión de las luces que colgaban del techo de la cueva. Eran miles de insectos destellando su luz creando un efecto alucinante.
En la actualidad hay tours y son miles los visitantes que los buscan. Se ingresa en gomones a través de la selva subtropical de la Isla Norte. Allí los orificios superficiales dan lugar a la experiencia de luz animal en las cuevas transitando por el río subterráneo.
Desde el techo cuelgan las larvas de la Arachnocampa luminosa que, como si fueran arañas, dejan unos hilos de seda colgando, y cuando tienen hambre, generan luz para atraer a sus hilos trampa a mariposas nocturnas, mosquitos y otros insectos.
El dato: No es el único lugar del mundo donde pueden apreciarse los animales bioluminiscentes. Algo similar se da en la Bahía de Toyama, en Japón.