Se sabe que va a pasar algo entre ellos porque la campaña de difusión hizo foco en eso: los personajes que interpretan
Julio Chávez
y
Benjamín Vicuña en “Farsantes”
se van a enamorar y esa historia de amor es uno de los dos ejes de la serie, que se transmite todos los días en el prime time de El Trece y aquí por Canal 7.
No es la primera vez que dos hombres van a besarse en televisión, por supuesto, ni tampoco es la primera vez que se muestre a dos personas del mismo sexo viviendo una historia de amor. Sin embargo hay cuestiones como el horario, la frecuencia diaria de emisión y la centralidad narrativa de la historia entre ellos dos, que le dan a “Farsantes” un aire de pionera, una cierta atmósfera identificable con algunos cambios en la sociedad argentina a partir de algunas ampliaciones de derechos que comenzaron en 2003 con la Ley de Unión Civil de la Ciudad de Buenos Aires y continuaron con la aprobación, en 2010, de la Ley de Matrimonio Igualitario (tema tratado en “La viuda de Rafael”, emitida en 2012 por la TV Pública y protagonizada por la cordobesa Camila Sosa Villada).
“Farsantes” se suma de un modo particular a una tradición ecléctica de representación de la temática homosexual en la televisión argentina: su intento de “naturalizar” la historia de amor entre dos hombres como una más de las historias en tensión en la serie, contradice en los papeles (en los dos primeros capítulos no se ha desarrollado más que alguna insinuación al respecto) el lugar común del recurso escandaloso inaugurado por “Zona de riesgo” en 1990, así como también el folclore de parodia denigrante en comedias costumbristas como “La familia Benvenutto”.
Por supuesto, hay que tener en cuenta que cualquier representación de la cuestión LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans) en la televisión argentina discute contra 500 años de represión. Como explica el periodista Osvaldo Bazán en su libro “Historia de la homosexualidad en la argentina”: “No debe ser casual que la diversidad sexual se pueda contar desde su negación”. Además, cualquiera de esas representaciones, hasta ahora, ingresa en una norma descripta por el investigador y crítico Gustavo Geirola en su estudio sobre la representación de la homosexualidad en las telenovelas, publicado en la revista “Afuera”: “La homosexualidad masculina es tolerada siempre y cuando acepte los protocolos performativos de la familia burguesa, es decir, mientras los homosexuales validen su práctica desviante y por lo tanto la normalicen, mediante el ejercicio de su sexualidad dentro del marco de relaciones duraderas, según el dictado de la versión ‘decente’ americana (...). Salvo en “Zona de riesgo”, donde aparecía un grupo de gays organizados para enfrentar el sida, puede afirmarse que, hasta el momento, los personajes homosexuales no son representados en su capacidad de agruparse y de reclamar sus derechos. En general, los homosexuales, masculinos o femeninos, aparecen siempre involucrados en la historia de amor y, en cierto modo, bastante deshistorizados, como si no derivaran genealógicamente de una familia ‘bien constituida’, e incluso de ésta como metáfora de la nación”.
Justamente, “Zona de riesgo” es reconocida como la serie pionera en mostrar relaciones homosexuales en la ficción argentina: en 1992 puso en pico de rating el beso entre Gerardo Romano y Rodolfo Ranni, los protagonistas (fue el primer beso entre hombres de la TV argentina) y en sus cinco temporadas posteriores puso en pantalla relaciones homosexuales. Los guiones de Maestro y Vainman planteaban desde el título de la serie una relación directa entre la homosexualidad y el peligro (el tema de un posible contagio de sida fue el motor de la segunda temporada) y el foco estaba puesto en el placer sexual y en la oscuridad de los secretos más que en el enamoramiento.
Las locas
Antes de “Zona de riesgo”, en el ciclo de sketches “Matrimonio y algo más”, Hugo Arana había popularizado su personaje de Huguito Araña, una parodia de un hombre amanerado que nació en 1982 como presentador y participaba en algunas escenas cómicas. Ese personaje, que en la ficción debió casarse con una mujer interpretada por Mónica Gonzaga por las presiones del gobierno militar sobre la producción encabezada por Hugo Moser, marcó una estética de representación burlesca, el inicio de una tradición en TV que continuaría en la senda del humor costumbrista en series como “La familia Benvenutto” (1991 a 1995), con el personaje de gay “loca” interpretado por Fabián Gianola: un acosador serial pero inofensivo, que nunca concretó más que alguna anhelada proximidad con el bigote del protagonista (Guillermo Francella) y que fortaleció la imagen clown zarpada y fluorescente del estereotipo marica.
En esa misma senda, aunque con un notable rebaje del color magenta en el vestuario y un registro menos ridiculizante, se ubica el personaje de Nicolás Scarpino en la segunda temporada de “Sin código” (2005), la serie cómico policial de Pol-ka. Un punto excéntrico y al mismo tiempo culminante de esta tradición fue la travesti interpretada por Florencia de la V en “Los Roldán”: un rulo irónico de la historia provocó la conjunción de exceso y realidad (una travesti amanerada interpretada por una travesti amanerada) y casi que cerró la puerta de esa escuela, dejando en evidencia el riesgo de esperpento agresivo y burdo para los casos de homosexuales no interpretados por actores homosexuales.
Los “serios”
En otra dimensión menos paródica, en 1996 un personaje gay interpretado por Damián De Santo tiene un papel protagónico en “Verdad/Consecuencia”, el primer gran éxito de Pol-ka. Allí, entre otras cinco historias de amigos de la infancia, un abogado gay futuro padre de familia se encuentra ante un conflicto de decisión.
“El tiempo no para”, serie de 2006 producida por Underground, replicó esa estructura de amigos que vuelven a juntarse, y también introdujo al gay del grupo, en este caso interpretado por Walter Quiroz, que además es “papá postizo” del bebé de su pareja.
Pero volvamos a la línea Pol-ka: la progresión en el tratamiento de la temática gay en la productora puede rastrearse por dos vertientes: la cómica, con Scarpino y Suar en lógica de amanerados, y el registro de escándalo ético y pico de rating que había comenzado en “Verdad/Consecuencia” y que sumó un ingrediente propio del cine erótico al incorporar escenas de sexo lésbico en “099 Central” (2002), con Carolina Peleriti y Eugenia Tobal perturbando moral y pantalones con su historia de amor.
Esa fórmula de trauma cachondo volvió a ser usada en “Locas de amor” (2004), con la Frida interpretada por Andrea Pietra y su amor patológico por María Eva (Soledad Villamil), en “Mujeres de nadie” (2009) con la Virginia de Laura Novoa, y en “Para vestir santos” (2010), con los encuentros calientes entre Celeste Cid y Martina Guzmán, y en la misma Celeste y Julieta Díaz.
La escenas entre hombres no han desarrollado esa veta erótica: se limitan al beso y a la sugestión de una continuidad en la cama, como el beso entre Christian Sancho y Ezequiel Castaño en “Botineras”, de Telefé (2010). No hay exploración de los cuerpos ni desnudos parciales, quizá porque algunas cosas siguen siendo tabú.
Habrá que ver cómo sigue este camino, ahora que varias condiciones objetivas han cambiado y que la ficción tiene, en la realidad, algún material para retratar de modo verosímil, finalmente, situaciones más igualitarias.