Lucir perfectos, a toda hora y en cualquier lugar que lo amerite. Sin rasgaduras ni síntomas que falten a la exigencia de mostrarse pulcros e íntegros. Como si las heridas fueran una anécdota del montón. Pero están ahí, a la espera de ser exhibidas, enseñadas y nombradas.
Porque reflejan un proceso de curación, una prueba de supervivencia y una señal de esperanza, de esas que cada vez cuesta más verlas porque se necesitan como nunca antes. Cicatrices que demuestran valentía, que recuperan lo silenciado e inmortalizan una lucha que puede hermanar a muchas más.
La resignificación de las cicatrices señala el norte de "Cuerpos marcados", una película codirigida por Ciro Novelli y Mariángeles San Martín y estrenada la última semana en el Cine Universidad. Durante los casi 70 minutos de metraje, el filme pendula sobre la tarea creativa de dos tatuadoras, Victoria Bruno y Lily Munster, para acompañar a un grupo de sobrevivientes del cáncer, la violencia obstétrica y el aborto. Mientras se conocen o planean sus futuros tatuajes, las mujeres trabajan, sueñan y abordan en primera persona su lucha, el dolor y la desinformación en el sistema.
"Mariángeles perdió a su mamá por cáncer de mama. En ese camino de memoria y buscando algo para recordarla, leímos sobre el trabajo de algunas tatuadoras que solidariamente trabajan con mujeres con grandes cicatrices y resignifican las heridas. Pensamos que al unir estas historias nos quedaría un documental diverso, con agenda feminista y que aportaba historias que no se ven en la pantalla grande", contó el director Ciro Novelli.
Una de las protagonistas del documental es Marianela Aveni Metz (33), docente y comunicadora social. Su nombre es conocido: en 2017, Los Andes la entrevistó por un posteo en Facebook en el que mostró el rostro del hombre condenado por abusar de ella cuando tenía 8 años. El mensaje de Marian -como le dicen en su entorno- llegó a otras mujeres que buscaban ayuda y necesitaban canalizar sus denuncias.
"Mujeres de varios países de Latinoamérica empezaron a escribirme. Me decían que les había pasado algo similar, que era la primera vez que lo contaban, que nunca les creyeron o que habían abortado a escondidas a los 11 años", recordó Marian, quien participó en una ONG para asesorar a víctimas de abusos que acudían en su auxilio.
“Siempre fui feminista, pero me costó entender el aborto. Yo defendía las dos vidas, hasta que la vida me puso en este lugar de conocer a mujeres que abortaron en soledad, en casas de amigas, siendo tan chiquitas y desprotegidas. Yo era de las que decía ‘cómo puede ser que maten a sus bebés’, que ‘no deciden sobre su cuerpo sino sobre otra vida’... Pero a ellas las mataron mil veces y no tenía alma para juzgarlas”, reflexionó.
Sin embargo, en "Cuerpos marcados", Marianela decide tatuar una cicatriz en su vientre por otra batalla personal. A simple vista, parece que ella tiene tres hijos (Delfina, Clara y Jerónimo), pero en su piel inmortalizó a un cuarto hijo, Vicente. A él lo perdió a los tres meses de gestación en su segundo embarazo. Fue el inicio de un camino empinado y angustioso.
En el tercer embarazo, Marian fue víctima de violencia obstétrica, otra de las tantas formas de maltrato y discriminación que sufren las mujeres y sus hijos, incluso en el parto y el posparto. "Estaba en la semana 39 y el obstetra se enojó muchísimo porque hice una consulta con otro. Me gritó, me maltrató, me echó de su consultorio. Estaba desamparada, y no podía tener ni una contracción porque la cicatriz en el útero del anterior embarazo era muy finita, tenía mucho miedo", comentó. Estéticamente, la marca es imperceptible, pero tocarla aún le trauma.
Antes del documental, Marianela ya tenía algunas impresiones en su piel. A los 15 años, por ejemplo, se había tatuado como acto de rebeldía -"soy la hija del medio, la ovejita negra", dice entre risas-. Cuando decidió ligarse las trompas de falopio, se tatuó los nombres de su esposo y sus tres hijos en la muñeca, en un círculo cerrado, sin fisuras. Y fue mentirse a sí misma. Precisaba portar a Vicente, un símbolo de memoria.
Hace dos años, Marian vio una publicación en las redes donde convocaban a mujeres que quisieran tatuarse en una cicatriz. Se animó a esa búsqueda de sanación y no se arrepintió. “Con Ciro [director], el proceso de filmación fue hermoso y respetuoso. Decidí finalmente llevar a mis hijos como flores, una distinta a la otra. Y ahora cada vez que las miro, identifican a cada uno”, confesó.
Por esas fuerzas azarosas del destino, las flores se nutrieron de significados una vez inmortalizados sobre la estela de la cesárea. "La flor de loto nace en el barro y sobrevive. Delfina es así, fue como un embarazo adolescente que me sorprendió en el primer año de mi carrera, a los 20 años. Fue una época complicada de mi vida, de pareja.. Y ella me hizo resurgir en ese momento. Clara es un jazmín y cumple años justo en noviembre, cuando florecen. Jerónimo, el más chiquito, siempre está pegado a mí, como un girasol que mira al sol donde vaya. Y Vicente es una flor de cerezo, pequeña que viene después de un invierno", explicó.
"El universo nos pone cosas para ayudarnos a ver algo. El documental me permitió hacer visible a mi segundo hijo, a dejarlo inmortalizado en mi piel. Para decirle al mundo y a mi piel que no tengo tres hijos sino cuatro".
“El silencio no es salud”
Carolina Morales tiene 25 años, aunque ella no sienta que la cifra refleje su edad. Es que cuando tenía 18 años y recién culminaba sus estudios secundarios, un embarazo de siete semanas se convirtió en una tragedia tanto familiar como personal. Inmersa en el terror y la falta de información, le dijo a su mamá que no era una maternidad deseada.
Con ayuda de una vecina que puso en riesgo su trabajo, Carolina decidió abortar y se transformó en una "asesina", en una "feminazi", como ironiza ella respecto a los términos peyorativos con los que se la tildó. Tras años de ferviente militancia, su experiencia dejó de ser tabú. Y en medio del debate parlamentario por la legalización del aborto, su testimonio en las redes sociales se hizo viral.
"Aborté a escondidas de mi papá y de mis hermanos varones porque tuve miedo de que sintieran vergüenza y me condenaran. Me perdoné por haber dicho miles de veces 'fue una pérdida' en vez de decir 'yo aborté'. El silencio no es salud", tuiteó la joven una de esas tardes de 2018 en que las calles fueron colmadas por sus compañeras de la "marea verde", mujeres que visibilizaban una realidad que otros preferían ocultar.
Tanto en Marian como en Carolina, la responsable de resignificar las cicatrices y darles una nueva vida fue Victoria Bruno (30), una tatuadora nacida en Buenos Aires pero que eligió Mendoza para residir. Siempre vivió el tatuaje y el arte como "algo sanador y sagrado". Pero una experiencia "frívola y muy estética" en un estudio porteño casi la alejó de su pasión. En ese vaivén apareció la propuesta cinematográfica de Curandero -la productora de "Cuerpos marcados"- y le devolvió el equilibrio.
"Al fin y al cabo, el eje del documental era mi día a día. Eran esas charlas privadas e íntimas que tengo previamente con la persona antes de tatuarse, cuando recién empezamos el proyecto. Esas lágrimas, esas melancolías, esas cicatrices físicas o invisibles que trato de acompañar con el lenguaje más sincero, el arte".
“Siento que ‘Cuerpos marcados’ es otro granito de arena más, que invita a todas las mujeres a retomar su voz, a sanar, a no olvidarse de su historia pero sí a trascenderla, a empatizar con los demás y contagiar esa integridad, independientemente del género. Va a llegar un día en el que, sin darnos cuenta, vamos a tener interiorizados muchos conceptos que hoy todavía los tenemos que gritar para que nos escuchen”, garantiza.
Marianela completa: “Hay que hablar para sanar, no hay que guardarlo porque te enfermás. Ojalá que con el documental más mujeres se sientan identificadas y entiendan que no era su culpa, ni dónde estaban, ni cómo se vestían. Creíamos que lo podríamos haber evitado, y eso nos hizo arrastrar la culpa”.