Dice la ASAP que el déficit del presupuesto nacional acumulado hasta setiembre asciende al astronómico monto de 105 mil millones de pesos. Este dato es el doble de todo el año pasado y el triple de todo 2011.
Pero aún habrá que agregar los resultados del último trimestre del año, que es cuando más se gasta, y el rojo total va a superar cómodamente los 120 mil millones. A esa suma deberá añadirse el rojo del conjunto de las provincias que estará en el orden de los 30 mil millones de pesos.
Pero además, el gobierno considera como ingresos corrientes y genuinos del Estado nacional las ganancias contables del Banco Central y de las inversiones de la Anses, en conjunto unos 30 mil millones de pesos. El déficit bien medido ascendería este año a los 180 mil millones de pesos, que equivalen al 5% del PBI, inflado por las manipulaciones estadísticas.
Esta proporción de déficit sobre el PBI indica que se ha entrado claramente en una situación peligrosa conforme a los antecedentes históricos de las crisis fiscales, monetarias y cambiarias de nuestro país.
Otro aspecto de naturaleza institucional muy importante que destaca la ASAP es la repetida falacia del presupuesto que el Poder Ejecutivo envía al Congreso y este aprueba, incluso con el voto de parte de muchos opositores.
Basta mencionar que el presupuesto aprobado para este año preveía un superávit de 1.000 millones y termina con un rojo de más de 100 veces esa cifra; más falaz aún resulta el aprobado para el año próximo con un superávit de 3.500 millones.
Es sabido que el presupuesto, la principal herramienta de gobierno, no existe en la realidad, que es un mero dibujo que el gobierno nacional va acomodando a sus necesidades y conveniencias, mediante los conocidos Decretos de Necesidad y Urgencia o, más simplemente, mediante las Disposiciones Administrativas del jefe de Gabinete.
Cabe preguntarse qué se hace con tanta plata y la respuesta desalienta tanto más: la mayor parte se malgasta para financiar un presente presuntamente próspero a costa de un futuro que será, sin duda, pobre y angustioso.
Está en la naturaleza del populismo económico y político, “vivir de fiesta”, gastar todo lo que había acumulado la sociedad con anterioridad, el capital acumulado. Eso es lo que se ha hecho en la mentada “década ganada”; se consumieron las inversiones públicas y privadas existentes, sin reponer prácticamente nada. Además, como los vientos fueron favorables, se expolió con impuestos abusivos a los sectores mas eficientes para transferirlos a los más ineficientes y hacia un clientelismo político degradante.
Debe decirse que esta forma de encarar la política no es sólo responsabilidad del gobierno nacional, lo ha sido de la mayoría de las provincias, con unas pocas excepciones y lo mismo ocurre con los municipios.
De este modo el gasto público conjunto y la presión fiscal tomada en la misma forma alcanzan los valores más altos de la historia y los incrementos, con respecto al inicio de la gestión kirchnerista, son asombrosos, en algunos casos se aproximan al doble.
La Argentina es una sociedad dual en varios aspectos, uno de ellos es entre quienes disfrutan del notable aumento del gasto y quienes lo pagan.
Un análisis de esta situación seguramente mostrará a amplios grupos de empleo público, otros que viven del gasto (fútbol para todos, periodistas de medios oficialistas) disfrutando de una gran prosperidad. De otro lado miles de productores agropecuarios empobrecidos, tratando de sobrevivir como se pueda. Pocas veces con el manejo fiscal se han creado mayores injusticias que en estos tiempos.