Hubo un tiempo en que el cine se acercó al primer plano de la realidad.
En 1967, Jean-Luc Godard, por aquel entonces, de 37 años, había expresado una desilusión sobre su propia filmografía y también sobre lo que se veía en pantalla grande.
Un quiebre radical lo había poseído: ya no quería reformatear géneros clásicos, ni contar relatos de espionajes, thrillers, ni mucho menos road movies y melodramas familiares.
Él sentía el impulso por capturar la agitada realidad que estaba tomando forma en el candente ambiente político de París que definitivamente estalló en los disturbios del mayo de 1968.
Nuevas formas de reinterpretar el lenguaje cinematográfico continuaba esparciéndose de la nouvelle vague y Godard estaba inquieto por continuar explorando que ya se insinuaba como un paradigma que superaba la identidad de escuela y movimiento estético.
Cinco miradas del 68
Usando como ejemplo la obra emblemática de Godard, "La Chinoise", estrenada en julio de 1967 en el Festival de Cine de Avignon, elegimos, además de esta, otros cuatro largometrajes curiosos que nos acercan, en un viaje de cincuenta años, al fenómeno global del Mayo Francés.
"La Chinoise", Jean-Luc Godard (1967). Hubo amor. Jean-Luc terminó perdidamente enamorado de Anne Wiazemsky, una estudiante de 20 años de familia acomodada que militaba en un grupo de activistas de izquierda.
En pleno sismo intelectual universitario y aunque él había dicho que no quería que Anne se convirtiera en actriz, no pasó mucho tiempo antes de que la eligiera para una de sus películas.
El director rodó el largometraje en marzo de 1967, y para muchos especialistas quizás sea el punto más alto de su transformación como autor.
Como si fuera un manifiesto urgente, Godard deja en claro que ya no quiere la influencia de la cinefilia y elige el camino de la polémica para replicar sus posturas ideológicas.
El cine se vio compelido a narrar lo que había sucedido tras los sucesos de Mayo del 68. En muchos casos, se escenifica la derrota.
¿De qué se trata? "La Chinoise" habla de las interacciones de un grupo de estudiantes maoístas mientras se acurrucan en un piso de departamento prestado.
La cámara del director se estaciona principalmente en sus discusiones sobre política, en sus anhelos de purificarse ideológicamente, en amar y ser amado y también en prepararse para asesinar a un embajador cultural soviético.
En esos diálogos apasionados, el cineasta mostraba, en un relato de ficción, el amor de los intelectuales franceses por la Revolución Cultural China, un movimiento acosado por soviéticos y estadounidenses.
La escena más inolvidable, para muchos que se adentran en este cóctel ambiguo entre documental y dimensión ficticia, es la discusión en un tren entre el personaje de Wiazemsky y el reconocido filósofo Francis Jeanson.
Un personaje creado hablando con una persona real,un gesto que perturba los límites del cine. Es la síntesis encapsulada y profética de un momento político en construcción y al mismo tiempo, de la historia del cine.
"Los soñadores", de Bernardo Bertolucci (2003). En mayo de 1968, tres jóvenes estudiantes universitarios testimonian el exacerbado clima de los disturbios de los huelguistas y la policía: un estadounidense de intercambio llamado Matthew (Michael Pitt) y dos gemelos, Théo (Louis Garrel) e Isabelle (Eva Green).
Enlazados por su amor al cine, Matthew está fascinado por la complejidad y sensibilidad de ambos hermanos que lo han invitado a mudarse con ellos mientras sus padres están de viaje.
Los tres pasan las horas encerrados compitiendo por adivinar, con mímicas, las películas preferidas de cada uno (el norteamericano ensalzando al Star System y los franceses al cine de autor) y a explorar el sexo. Allá afuera, se percibe cómo se derrama el magma de una revolución.
Bertolucci, tan fascinado por la épica Cinémathèque Française como sus protagonistas, reconoce sus influencias cinéfilas, utilizando como base narrativa una novela semi autobiográfica de Gilbert Adair, “Los inocentes sagrados”. Puro amor al Séptimo Arte.
"Regular Lovers" , de Philippe Garrel (2005). Con una atmósfera de hiperrealismo, una duración de casi cuatro horas (en blanco y negro), para muchos críticos, esta película es la obra maestra de Philippe Garrel y es al mismo tiempo, el recuerdo íntimo del director con la propia experiencia sobre aquellos acontecimientos. En "Les amants réguliers", el poeta François (encarnado por protagonizado por el hijo del director que también actúa en "Los soñadores"), conoce a la escultora Lilie (Clothilde Hesme) cuando estallan los disturbios estudiantiles en París.
El director sigue a esta pareja durante un año. Ellos y un grupo de amigos testigos, van lidiando con la desilusión que apagó aquel fervor revolucionario y observan, con decepción, cómo aquella furia comenzó a desaparecer.
Esa decadencia en progreso intoxica a la pareja, desestabilizando su relación y sus ideales. El amor entre ellos, de hecho, se va pareciendo a esa pasión sobre las utopías que inspiró el Mayo Francés, una pasión que se volvió desencanto y frustración y que identificó a toda una generación.
"La mamá y la puta", de Jean Eustache (1973). En la escena intelectual post 1968, el manipulador Alexandre (Jean-Pierre Léaud) se las arregla para armar un triángulo amoroso entre la maternal Marie (Bernadette Lafont) y la sexualmente liberada Veronika (Françoise Lebrun). Eustache mezcla a los personajes en polémicos diálogos eróticos.
Con mucha inspiración en Éric Rohmer, con conversaciones extensas que exponen las miserias más oscuras de este sórdido ménage à trois, al principio parece construirse un símbolo del amor libre, pero todo se va diluyendo en una búsqueda desesperada por escapar del vacío existencial y la soledad.
En una primera impresión, el relato se parece a los tratados de la vida misma de John Cassavetes, pero esta historia empuja más allá, como un vehículo que transporta tristeza infinita. Al mismo tiempo es una aguda observación del movimiento de la Nouvelle Vague.
El film, a pesar de los abucheos, ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes.