El seguidor
Era una de mis primeras salidas como cronista de Policiales. "Hay un hombre muerto adentro de un auto en lateral Norte del Acceso este en Guaymallén", dijeron desde Relaciones Policiales a eso de las 9 de la mañana de un día se semana de un verano.
Al llegar al lugar, vimos un Fiat 128. El paso del tiempo hace que no recuerde bien el color del auto, pero era fuerte: amarillo o rojo o verde; fuerte. En su interior, efectivamente, había un hombre recostado sobre el asiento derecho. El costado izquierdo de su cabeza estaba cubierto de sangre; sobre el piso del vehículo había un arma de fuego pequeña y negra.
"Es un calibre 22 corto", informó uno de los policías. "Y ahora corransé, tenemos que delimitar la zona".
Mientras esperábamos más información, me puse a revisar la escena (en ese momento, como muchos periodistas de Policiales, pensaba en que podía hacer de investigador): el 128 estaba en el costado sur de la ancha calle lateral de tierra, más cerca del Acceso que de las casas. Alguien lo había estacionado bien, bajo un árbol, y el auto tenía las luces apagadas; 'acá no hubo violencia' dijo el detective que vivía en mí por entonces.
Uno de los domicilios ubicado en el costado sur de la calle era un hotel alojamiento que aún existe. Uno no muy grande.
Luego un auto salió de ese hotel y se dirigió hacia el oeste sin darle importancia al gran movimiento policial que había. Anduvo poco y frenó de golpe. Del lado del acompañante salió una mujer con vestido floreado que comenzó a correr hacia donde estaban los policías que hacían sus tareas en el auto con el hombre muerto. Eran las 10 y media de la mañana.
La mujer, mientras corría, comenzó a gritar, los efectivos intentaron controlarla pero ella siguió hasta llegar al lado del 128 tan llamativo.
Desde la distancia "prudencial" que se nos permitía estar, vimos cómo la mujer era calmada y luego subida a un móvil policial.
El oficial a cargo del operativo se acercó a los periodistas y dijo "la señora era la esposa del occiso". (Testimonio de un ex cronista de Policiales).
Violinista enmascarado
Un hotel alojamiento de Godoy Cruz lanzó una promoción que resultó muy atractiva para la clientela. De modo que en el horario de la promo, la entrada al telo se saturaba de autos. Los dueños, con la idea de que los clientes no se fueran, los hacían pasar al interior del predio, antes de las cocheras y, después de cobrarles, les decían que tenían que esperar "unos minutos" para que una habitación se desocupara. Así, la playa del hotel, en determinados momentos, aparecía llena de autos, cada uno con su pareja.
Se calculaba que la espera no fuera tan larga, sobre todo teniendo en cuenta el grado de ansiedad con que llegan los clientes. Por eso, a uno de los dueños del local e ideólogo de la promoción, se le ocurrió que mientras durara la espera, contrataran a un violinista que hiciera el tiempo de espera menos espeso y, si se quiere, más romántico.
Un conocido violinista fue convocado para tan extraño trabajo. Como la idea de la privacidad es lo que prevalece en esos sitios, al músico le pusieron una máscara de las que se usan en el carnaval de Venecia: esas llenas de glamour.
De modo que, entre la cola de los autos, el violinista enmascarado se paseaba e interpretaba melodías pretendidamente románticas para que, teóricamente, el calor de las parejas no decayera.
Una tarde, en una de las sesiones, el violinista enmascarado vio a un conocido cantante que esperaba su turno junto con su pareja. Como el mundo de los músicos es pequeño, el instrumentista lo reconoció y por un momento olvidó las reglas de privacidad y se acercó hasta el músico sin quitarse la máscara y le dijo: "¿Qué hacés, Pedro? Fue hace años y era otoño en Mendoza. (Narrado por uno de los protagonistas).
Miles de dólares
“Era habitual que algunos pasajeros del hotel nos pidieran mujeres. Las teníamos en el "book" cuando eso existía. Después de estar con el hombre, las chicas nos dejaban una parte de la paga a nosotros y en eso consistía parte de nuestro negocio. Una de las chicas siempre venía con tapado, o con un vestido hasta las rodillas, cerrado. Y cuando hablaba con el pasajero se abría el tapado o lo que llevara y siempre iba desnuda: nunca un pasajero se le resistió.
Esta chica fue una de las tres que pidió en una oportunidad un turista chileno que había venido a comprar una bodega y además había ganado muchísimo dinero en el casino. Como a las dos horas de estar en la habitación con las tres mujeres, me llamó a la conserjería. Cuando llego me hace pasar y agarra un fajo de dólares y empieza a repartir: '20 dólares para ti, 20 para ti...' reparte 3 ó 4 veces y todo el fajo que le quedaba que eran miles de dólares me dijo: 'esto es para ti, Miguel'. Yo, chocho, bajé del cuarto a la recepción pero cuando bajaron las mujeres me recriminaron que ellas habían trabajado y yo me quedaba con el dinero. Así que repartí la plata que me había dado el tipo con las tres chicas. De todos modos, con los dólares que me quedaron, en esa época, me compré un Chevy. Así que imaginate la cantidad de dinero que me había dado el hombre." (Narrado por un conserje jubilado).
Amor plástico
“Era un hombre calvo al que mis compañeros y yo habíamos bautizado "El dinosaurio Bernardo" porque se veía grande dentro del auto. La primera vez que lo vi desde la ventanilla, me di cuenta de que en el asiento del acompañante llevaba una muñeca inflable desinflada. Le dije por el portero que eso no se podía hacer y que no lo podía dejar entrar. Se fue.
Luego volvió a intentarlo con otro de mis compañeros pero "El dinosaurio Bernardo" corría siempre la misma suerte: no lo dejaban entrar. Algo curioso era que el tipo respondía amablemente a las negativas, daba la vuelta y se retiraba. Hizo lo mismo durante más de un mes en distintos horarios. Hasta que en mi turno, el tipo apareció pero esta vez con una mujer como acompañante; la mujer era una prostituta que nosotros conocíamos del trabajo, así que pudo entrar sin problemas. Al cabo del período correspondiente el hombre se fue con la chica del motel.
Cuando el personal de limpieza fue a asear la habitación me llamaron por el interno: 'venga a ver esto'.
Había 12 muñecas inflables e infladas esparcidas por la habitación. A todas les habían colocado bombachas y corpiños nuevos. Un empleado sacó fotos con el celular que después se viralizaron por internet. "El dinosaurio Bernardo" no volvió más al hotel." (Narrado por un conserje recientemente despedido).
Peligro de fake news
Compilar testimonios para este tipo de artículos no es tarea sencilla: entre las leyendas urbanas, condiciones de privacidad y el 'me contó un amigo', muchos testimonios se diluyen entre la realidad y la fantasía de la cabeza de un escritor.
Un caso paradigmático fue "El motel del voyeur" (2016), la obra de Guy Talese, uno de los creadores del nuevo periodismo de los '60. Con ese libro dilapidó su buena fama ganada por años.
Es la historia de Gerald Foss, un hombre compró un hotel alojamiento solo para espiar a sus huéspedes. En 1980 se comunicó con Talese para contarle su hazaña que duró años. Hasta que The Washington Post descubrió una laguna en el libro de Talese.
Gerald Foos vendió el motel entre los años 1980 y 1988, durante los cuales seguía enviando correspondencia a Talese con nuevas anotaciones de los clientes para incluir en su obra.
"Gerald Foos no es de fiar. Es un hombre deshonesto", contestó el autor al Post.
Finalmente, el libro cayó estrepitosamente en ventas. Y pocos lo recuerdan. Igual, Talese es un grande.