Cuando un texto devora la escena

Ósjar Navarro Correa estrenó la tercera parte de su Trilogía Mendocina Suburbana. Una obra compleja que, pese a algunos desaciertos, cuenta con un texto sólido, ganador del Premio Vendimia.

Cuando un texto devora la escena

"Hay que ir a la búsqueda de los melodramas que vive el proletariado, no de aquellos que a la burguesía le gusta imaginar que vive el proletariado", dice la cita de Rainer Werner Fassbinder que se reproduce en el programa de mano de "Destacamento", la obra que se estrenó el viernes en el Teatro Independencia y que repitió ayer.

Se trata de la tercera parte de lo que su dramaturgo, Ósjar Navarro Correa, llamó Trilogía Mendocina Suburbana (junto a "Pajarito" y "La persistencia de los grillos"). Aquí, la cita del director cinematográfico y teatral alemán, asociado frecuentemente a una estética hiperrealista, ya nos guía en lo que veremos.

La historia de "Destacamento" es un fiel  retrato de una conflictividad latente y nunca zanjada; la que existe entre dos fuerzas sociales en lucha: la policía y la social (en este caso, un barrio suburbano). Ambas chocan una vez más, ahora desencadenada durante una calurosa tarde de verano, por un caso de gatillo fácil.

Los méritos de la obra escrita, que le valieron el premio de Dramaturgia del Certamen Literario Vendimia el año pasado, quedan de manifiesto desde el principio: en el trabajo minucioso de trasladar al papel el registro del habla cotidiana de los barrios, en la dosificación de la información y en la tensión del relato. Este oído atento, filtrado a través de su propia experiencia de haber vivido en el barrio La Gloria, tiene aquí un gran logro.

De todo esto, ¿qué se refleja y qué no en la puesta en escena, dirigida por el propio Navarro Correa, con asistencia de Carolina Duarte y Gabriela Céspedes?

Partamos desde el comienzo: En “Destacamento”, con un elenco concertado para la ocasión, vemos, hasta la mitad de la obra (que en total dura unos 45 minutos) el retrato cotidiano y hasta anodino del interior de una comisaría de barrio, donde el suboficial Sotelo (Alejandro Manzano) ocupa su tiempo escribiendo cartas de amor y mandoneando a sus subalternos.

Entre llamados de teléfono con una mujer presuntamente amada (Amanda), entre un ventilador que no funciona y entre la única expectativa de la tarde, que es tomarse un buen sorbo de Coca Cola para aliviar el sopor y el calor, nada permite imaginarnos la tragedia que sobrevendrá.

Pero aquí ya encontramos un desacierto: la sensación de no estar viendo personajes reales. Durante estos minutos, donde nos encontramos con situaciones típicas de comedieta, caemos por momentos en el recuerdo de un viejo cliché: el de mostrar a los policías como seres inoperantes, tontos, bromistas y hasta simpáticos.

Y aquí hay un peligro: presentar esta comisaría de una forma hasta casi “amable” es un hecho que desenfoca el tema central, la violencia que circula en ella. De hecho, incluso los momentos de ostensible maltrato físico se terminan traduciendo en carcajadas espasmódicas del público.

Pero esto recae sobre el trabajo de los actores (además de Manzano, Diego Ríos Roig, Diego Martínez y Nicolás Martínez, sobre todo), que no lograron desde la corporalidad y desde el fraseo meterse en papeles de simples policías.

La oportunidad de construir un retrato de seres humanos comunes (“realistas”), devino en personajes sobreactuados, como el caso de la abuela Ema (Laura Lahoz) que, pese a su poca verosimilitud con una abuela de barrio pobre del siglo XXI, pone las cuotas de racionalidad en ese enredo creciente: “Se está poniendo como el infierno la siesta”, dice por el calor, sin saber lo que vendrá, y poco después confirma: “La muerte no se arregla”.

Diego Quiroga, en el papel del policía asesino, Pascucci, logra desenvolverse con el arrebato necesario y dominar espacialmente la escena.

Sin embargo, el punto neurálgico de la obra, que es el relato de cómo termina asesinando a un vecino, queda deslucido por una pronunciación tímida y liviana.

En el plano de la escenografía y de la luz, si la premisa fue "mostrar la realidad lo más fielmente posible", hubo cosas que desconcertaron: el diseño y realización escenográfica de María Eleonora Sánchez no supo captar lo derruido, lo sucio y opresivo que debe ser una comisaría de suburbio. Las paredes prolijamente pintadas, el almanaque prolijamente listo para escribir sobre él, el cuadro de San Martín prolijamente colgado y, lo que resultó poco verosímil, aunque muy poético, ¡una máquina de escribir en el escritorio!

¿Y se da, efectivamente, el paso de la tragicomedia al drama descarnado? En gran parte sí, y esto hay que destacarlo. Por una parte, gracias a la actuación de Tizo (Rosana Sarubbi), que con un cuerpo prepotente y visiblemente “barrial” en las actitudes entra a la comisaría con el objetivo de desahogarse ante la injusticia del asesinato de su hermano.

Por otra parte, el relato logra una extraordinaria cohesión entre el adentro y el afuera gracias al diseño sonoro de Fabián Castellani, que desde el primer segundo nos sumerge en clima con ladridos de perros y que, a medida que crece la tensión, transmite con eficacia la violencia “in crescendo” que se va generando del otro lado de las paredes. No vemos nada, pero la presencia amenazante del Otro (invisibilizado, como en la realidad misma) queda muy bien planteada.

Tampoco aportaron mucho a la estética realista el vestuario  (impoluto, tanto en los policías como en la anciana) y el diseño lumínico, donde se optó por una luz plena durante toda la obra, algo que restó  en la construcción de un ambiente opresivo y sumó en dejar en manifiesto los puntos flojos del montaje.

Aparte queda el debate de si esta obra habría resultado más adecuada en una sala más pequeña, porque sabemos que el intimismo refuerza el impacto de la escena. Pero la obra, al final, logró su propósito: mostró las injusticias que se juegan diariamente en estos barrios.

La elección de apagar las luces e instar a un silencio obligado (de reflexión o de expectativa, según cada espectador) también es una elección notable por parte del director.

Aquí el equipo no sale a saludar, para evitar la desfamiliarización con lo que se acaba de ver; es decir, Navarro Correa quiso que saliéramos del teatro teniendo la certeza de haber visto un trozo de vida real: en definitiva, un gatillazo contra nuestra propia comodidad ante el mundo.

Ficha

"Destacamento", III parte de la Trilogía Mendocina Suburbana. 1° Premio Dramaturgia Certamen Literario Vendimia. Dramaturgia de Ósjar Navarro Correa.
Actuaron Alejandro Manzano, Diego Ríos Roig, Diego Martínez, Laura Lahoz, Diego Quiroga Brobobeck, Nicolás Martínez, Rosana Sarubbi, Patricia Christen.
Diseño y realización escenográfica: María Eleonora Sánchez. 
Diseño lumínico: Noelia Torres. Diseño Sonoro: Fabián Castellani. 
Fotografía: Huaira Lucero. Vestuario: Jimena Sánchez.
Dirección de Ósjar Navarro Correa, con asistencia de Carolina Duarte y Gabriela Céspedes. 
Día y hora: viernes 7 y sábado 8, a las 21.30.
Lugar: Teatro Independencia (Chile y España, Ciudad)
Calificación: Buena

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