Steven Sotloff me rompió el corazón, el segundo periodista estadounidense decapitado en Siria, no solo debido al barbarismo que el grupo Estado Islámico le infligió, sino también debido a que él murió intentando nadar a contracorriente en la cobertura informativa.
A lo largo de las últimas dos décadas, todos hemos visto la trivialización de las noticias, un desvío hacia la celebridad, el escándalo y la procacidad.
En lo que va del año, transmisiones nocturnas de noticiarios por las cadenas ABC, CBS y NBC han ofrecido un total combinado de tres minutos de cobertura a la guerra civil y la inminente hambruna en Sudán del Sur, así como nueve minutos sobre atrocidades masivas en la República Centroafricana, según Andrew Tyndall del Tyndall Report, el cual sigue ese tipo de temas. Marcando un contraste, el avión de la aerolínea de Malasia que desapareció captó 304 minutos (casi cinco veces la suma de la guerra civil de Siria).
Es por eso que este es un momento para rendirle homenaje a Sotloff -y James Foley, el otro periodista estadounidense que fue ejecutado, y muchos otros allá en las líneas del frente- no solo por su coraje físico, sino también por su coraje moral para intentar dirigir la atención sobre historias olvidadas. Él hizo brillar un reflector en recovecos oscuros del mundo para moldear la agenda mundial.
Fue una lucha para él.
"He estado aquí durante más de una semana y nadie quiere trabajar de manera independiente debido a los secuestros", le dijo Sotloff por correo electrónico a otro periodista mientras estaba en Siria antes de su secuestro, perteneciente a Reuters. "Aquí está bastante mal. He estado durmiendo en un frente, ocultándome de tanques las últimas noches, bebiendo agua de lluvia".
Uno de los mayores cambios que haya visto en mi carrera es que periodistas y trabajadores humanitarios se han convertido en blancos. Virulentos grupos extremistas ahora ven a los periodistas como enemigos y someten a los cautivos a abuso y tortura. Por ejemplo, se informó que el Estado Islámico le aplicó el ahogamiento simulado a Foley antes de asesinarlo.
Aunado a esto, en áreas de conflicto, cualquier delincuente de poca monta con un arma de fuego puede secuestrar a un periodista o trabajadores de ayuda humanitaria y venderlo a un grupo que exigirá el pago de un rescate. Naciones europeas pagan estos rescates, que tanto enriquecen a los grupos terroristas como crean un incentivo para secuestrar a otros extranjeros.
Una investigación del New York Times arrojó que Al Qaeda y sus afiliados directos habían reunido al menos 125 millones de dólares de secuestros desde 2008. Ese es un poderoso modelo de negocios para un grupo terrorista, así como una de las razones por las cuales el periodismo y el trabajo humanitario son más peligrosos actualmente.
El año pasado, 70 periodistas fueron asesinados por hacer su trabajo, según informa el Comité de Protección a Periodistas. En los últimos años, alrededor de 70 periodistas han sido muertos mientras cubrían el conflicto sirio, al tiempo que más o menos 20 están desaparecidos.
La mayoría de ellos son sirios, y recordemos que el mayor peligro es enfrentado por los periodistas locales, no los occidentales; o por los traductores y choferes locales que trabajan para periodistas occidentales.
Una vez en Darfur, mi intérprete y yo estábamos entrevistando frenéticamente a pobladores locales mientras un caudillo se aproximaba para masacrarlos. Finalmente, mi intérprete dijo: “Sencillamente tenemos que irnos. Si nos atrapan, te retendrán para cobrar el pago de rescate. Pero a mí, simplemente me pegarán un tiro”.
Huimos.
Una manera de rendirle homenaje a Foley y Sotloff (y Daniel Pearl y muchos otros muertos con el paso de los años) sería que Estados Unidos se expresara con mayor fuerza por los periodistas encarcelados por gobiernos extranjeros; a menudo por nuestros amigos, como Turquía o Etiopía. Pensemos en Eskinder Nega, quien cumple una condena de 18 años en Etiopía, o Somyot Prueksakasemsuk, tailandés que cumple 11 años por publicar artículos considerados insultantes para el rey de Tailandia.
Actualmente hay Stevens Sotloff cubriendo la guerra en Ucrania, el ébola en Liberia, la desnutrición en India; así como cubriendo el desempleo y la delincuencia en ciudades estadounidenses.
Ellos son infatigables e implacables. Una vez mientras cubría la guerra civil del Congo con un grupo de reporteros con base en África, nuestro avión se desplomó. Fue aterrador para mí, pero otro pasajero (una reportera con base en Nairobi) me dijo que era su tercer accidente de aviación. Incluso otro colega en ese avión fue muerto más tarde cubriendo un conflicto en África Occidental.
Una porra especial para los fotoperiodistas y videoperiodistas, ya que ellos a menudo corren los mayores riesgos. Un reportero como yo puede mantener la distancia, en tanto eso es inútil para aquellos con cámaras. Mi primera regla para cubrir conflictos es nunca aceptar un paseo con fotógrafos, ya que cuando oyen disparos, corren hacia ellos. Apenas este miércoles, se confirmó que un fotoperiodista ruso, Andrei Stenin, había sido muerto en Ucrania.
Así que, a Steven Sotloff y James Foley y todos los valientes periodistas que se ponen en peligro, sin consideración a la nacionalidad, esta columna es un tributo para ustedes, y para sus seres amados, que también sufren.
Nos duelen, los extrañamos; y, los admiramos. Además, su compromiso con lo serio por encima de lo salaz eleva no solo el periodismo sino a toda la sociedad global.