Por Marcelo Zentil - mzentil@losandes.com.ar
Los temblores se suceden día tras día en la política mendocina. Algunos pequeños, otros más fuertes. Pero todos por igual preanuncian el gran terremoto que se producirá en diciembre, cuando el peronismo deba dejar el Gobierno provincial y seis municipios, con todo lo que esto implica: cientos de cargos, una “caja” que creían inagotable y, en definitiva, mucho poder dilapidado.
Esto es lo que empieza a notarse en la eterna y por ahora congelada transición a la que están sometidos ganadores y perdedores. Las placas geológicas de la UCR y el PJ chocan, obligadas a reacomodarse en su nuevo lugar, ése que hace ocho años no ocupan. Unos y otros deberán evitar que tanto temblor cause estragos entre los mendocinos.
Al radicalismo se le nota la ansiedad por llegar, por volver a estar ahí y, seguramente, se le van a hacer más largos estos meses que restan. Es como el chico que espera el regalo de los Reyes Magos, que sabe que sí o sí llegará, aunque no sea lo que pretendía. Mientras tanto, quiere asegurarse que los últimos meses de Francisco Pérez se parezcan lo más posible, en cuanto a la austeridad, a lo que será la gestión de Alfredo Cornejo.
Obviamente es al peronismo al que más le cuesta la mutación. No quiere irse. Por eso las tensiones internas, los reproches por la “excesiva apertura” informativa a los que vienen. Por eso los cambios de estrategia en cuestión de horas, con argumentos insostenibles.
Si algo quedó claro en la semana que terminó es que el PJ empezó a ubicarse en su rol de opositor. La decisión de frenar el proceso de transición tiene que ver con sus necesidades electorales, pero también con la adaptación a ese nuevo lugar.
Una señal fue la incorporación a la mesa de negociación del jefe de la Cámara de Diputados, Jorge Tanús, quien se transformó en vocero del último y breve encuentro con los radicales. Su aparición endureció la postura que había mostrado el Ejecutivo, tal cual pretendían los bloques de senadores y diputados del PJ, pero también lo mostró como el posible jefe de la oposición legislativa desde diciembre.
Hay algo que nadie se anima a discutir, aún los más paquistas, salvo algún necio: la Provincia está en una situación financiera crítica. Una situación que viene desde la gestión de Celso Jaque y se agravó con Pérez.
La deuda “flotante” con los proveedores se transformó en un alud enorme que nadie puede dimensionar con certeza: era de 200 millones con Jaque, según se decía al arrancar la actual gestión, y hoy se admiten 750 millones, aunque para los radicales es mucho mayor.
El pago de salarios se hace cuesta arriba y se debe pedir mes a mes un auxilio al Banco Nación cada vez mayor. Esto puede entenderse por la incorporación de personal, que el Gobierno niega, y por los aumentos concedidos: la última paritaria marcó un récord con el 35% desde marzo, cuando la Nación pactó 28% con sus empleados.
Esa situación crítica queda en evidencia cuando se mira la ejecución presupuestaria: la Provincia ya está en rojo (ver página 2), algo que hasta ahora nunca había pasado a esta altura del año. Fue un clásico en los tres años previos de Pérez que el déficit se pateara contablemente hasta fin de año, cuando aparecía todo junto tras el pago de sueldo y aguinaldo.
Algo ha empeorado para que ya a esta altura no pueda esconderse el desequilibrio de las cuentas. Hasta en el avance de obras se nota. El ímpetu que tuvo el ensanche del Acceso Sur en el mes previo a las elecciones (hasta se pintaron tramos donde no se había terminado la nueva carpeta asfáltica) cambió por un ritmo cansino desde el 21 de junio, aunque queda poco por hacer.
A Cornejo y el equipo con el que trabaja la transición, además del rojo, lo obsesiona el contrato con el Banco Nación como agente financiero, que debe renovarse el 22 de diciembre pero en el que Pérez ya avanzó antes de las elecciones, urgido de ayuda para pagar los sueldos el resto del año.
Pérez, por su parte, no quiere cargar con el peso de todo el endeudamiento que Cornejo pretende que se tome ahora. La intención del Gobernador es que el ‘costo político’ sea fifty-fifty con su sucesor, porque asegura que la mitad de los 5.000 millones de pesos de los que se hablan servirán para que el radical arranque más tranquilo su gestión.
Del otro lado, el argumento suena razonable: “Si debemos pedir dinero para empezar, es porque ellos no van a dejar más que deudas, cuando hace ocho años recibieron de los radicales una provincia en marcha y con dinero suficiente para pagar los sueldos de dos meses depositado en el banco”.
El sector del PJ que ya empieza a practicar su papel opositor, liderado por los azules, tiene un mirada distinta: las herramientas financieras para 2016 deben tratarse cuando ya esté la nueva conformación de la Legislatura. Para ese momento, suman a las bancas del peronismo las que tendrá el FIT. Ésa, creen, será la forma de poner límites a un Cornejo que ven avasallante.
Igual, admiten que el gobernador electo llega con una legitimidad indiscutible, que obligará al peronismo a ser criterioso en su forma de oponerse, al menos los dos primeros años.
Otra vez, a contarse las costillas
Por dos semanas, todo seguirá stand by, más allá de algunas comunicaciones subterráneas que girarán sobre lo mismo. El peronismo no quiere dar letra al radicalismo, en lo que queda hasta las PASO, para que siga machacando con el estado crítico en que dejará a Mendoza.
Luego, todo dependerá del resultado de ese día. Un triunfo ajustado de la lista oficialista le dará aire, pero dejará abierta la puja. Pero si es el conglomerado opositor armado por la UCR, el Pro, el PD y la Coalición Cívica el que se impone, al menos en las categorías legislativas, será muy difícil para el PJ reponerse.
En el Ejecutivo, los allegados al gobernador insisten: “El Paco se quiere ir bien”. Sabe que si deja la provincia en llamas, la historia le reservará un lugar en esa misma hoguera. Una salida ordenada al menos puede evitarle la condena, aunque difícilmente a esta altura lo ayude a ser bien recordado.
Lo que sí ha logrado la transición es que Pérez y Cornejo tengan la relación que nunca tuvieron en los tres años y medio anteriores. Hablan a menudo, sin intermediarios y, según cuentan, propio de sus personalidades, esas conversaciones suelen pasar por varios estados de ánimo, incluso los reproches por lo que declaran en los medios. Pero hasta ahora nunca terminaron abruptamente y en malos términos.
En dos semanas, el peronismo se jugará la última ficha: perdida Mendoza, quieren asegurar a Daniel Scioli un triunfo local.
Tanto interés no es gratuito, sólo por la camiseta, como se dice: si Scioli resulta electo presidente, no será igual la respuesta cuando le vayan a pedir cargos si en la provincia también ganó o si perdió ante su principal rival, Mauricio Macri.
Por ahora, el resultado local es incierto. El PJ mendocino ha garantizado a Scioli un 40% de votos, basándose en el resultado de junio y descuenta que Macri estará lejos del 46% que sacó Cornejo. El argumento es que ese porcentaje debe dividirse entre los cinco candidatos presidenciales que apoyan los partidos que integraron el Frente Cambia Mendoza.
Pero también es cierto que el peronismo tiene más candidatos que Scioli en esta partida: Rodríguez Saá, De la Sota y Massa que, aunque expresan visiones anti K, también pueden captar a votantes de Adolfo Bermejo, que buscó en su campaña seducir a uno y otro lado de la línea que divide al país e incluso al peronismo.