The New York Times publicó esta semana Imágenes satelitales de enormes fosas comunes que Irán preparó en un cementerio de la ciudad de Qom. Se cree que el fin es destinarlas a víctimas del Coronavirus, por lo que muchas voces acusando al ministerio de salud iraní de ocultar información sobre el número de infectados.
De este lado del mundo la realidad ecuatoriana también nos golpea. Los caminos de Guayaquil amanecen sembrados por los cadáveres de víctimas del covid-19. Día tras día fotos aterradoras llegan de esa ciudad viralizándose a través de las redes.
Estos aterradores paisajes se repiten en el primer mundo. La ciudad de Nueva York parece en jaque por la pandemia, allí se apilan muertos en el interior de camiones frigoríficos para su traslado y hasta han improvisado un hospital de campaña en pleno Central Park.
Italia, el país más afectado hasta el momento, colapsó. Las funerarias no logran dar respuesta a la inmensa demanda, presentándose casos extremos como el de Luca Franzese quien denunció a través de las el estar conviviendo con el cadáver de su hermana. "No puedo darle el homenaje que se merece –señaló enfocando esporádicamente el cuerpo- porque las instituciones me han abandonado. He contactado a todo el mundo pero nadie puede responderme”.
Aunque hoy estas situaciones nos resulten increíbles han acompañado a la humanidad siempre. Sin ir muy lejos durante la epidemia de Fiebre Amarilla que atravesó Buenos Aires hacia 1871 los cadáveres eran tan numerosos que fue necesario habilitar un cementerio de emergencia, hoy conocido como el de la Chacarita.
El historiador León Rebollo Paz, nieto del general José María Paz, señaló que entonces “faltaban ataúdes, y escaseaba la mano de obra para construir otros en la medida exigida por la creciente demanda. Los coches fúnebres también escaseaban, siendo necesario recurrir a carros u otros vehículos de transporte para conducir los cuerpos de las víctimas. El Ferrocarril Oeste hizo tender apresuradamente un ramal de vía que conducía a la Chacarita, habilitándose vagones adecuados para el transporte de ataúdes".
Quince años más tarde, Mendoza se vio sacudida por el cólera. Entonces los vecinos de los distintos departamentos pedían que los coches fúnebres no pasaran por las puertas de sus hogares o se estacionaran cerca y se debió obligar a los municipales a realizar los enterramientos, dado que muchos sepultureros habían muerto.
Debido a la enorme cantidad de personas fallecidas, en diciembre de 1886, se excavó una fosa común en la necrópolis de la ciudad de Mendoza para víctimas de la enfermedad. Es importante tener en cuenta que las condiciones sanitarias dejaban mucho que desear, especialmente en los cementerios.
En este sentido, a fines del siglo XIX, Diario Los Andes solía denunciar que muchas tumbas eran profanadas por perros callejeros para alimentarse. Incluso, en una oportunidad los canes terminaron arrastrando el cadáver de un hombre hasta la calle.