Cuando la mentira es artículo de fe - Por Carlos Salvador La Rosa

Cuando la mentira es artículo de fe - Por Carlos Salvador La Rosa
Cuando la mentira es artículo de fe - Por Carlos Salvador La Rosa

Al menos dentro del ámbito de la política oficialista, ha finalizado ese delirio de explicar todo por el “relato”, esa especie de ficción macaneadora que luego de tanto machaque e insistencia logró (al menos para sus fieles) que se creyera más en la veracidad de lo virtual que de lo real (igual que en “Ready Player One”, la última película de Steven Spielberg).

Felizmente el viejo relato no ha sido reemplazado por un nuevo relato, como pretendían los que querían que el macrismo fuera un kirchnerismo de otro signo ideológico. Pero que se haya terminado con el cuenterío no implica que hayamos vuelto a la realidad. Porque durante tanto tiempo nos alejamos tanto de ella, que volver a recuperarla será tarea de titanes.

En este país ciclotímico, hoy estamos viviendo en el extremo contrario al de los tiempos “relatados”: el de la falta casi total de estrategias, perspectivas, incluso utopías y perspectivas históricas con las que los seres humanos construimos el presente arrojando un lazo hacia el futuro, por un lado, y aprendiendo de nuestros antepasados, por el otro.

Porque si bien se debe rechazar el relato en tanto lisa y llanamente falsificación de la realidad hecha con el más crudo de los exprofesos, eso no implica que debamos prescindir de las interpretaciones y de los contextos, también falibles y opinables, pero no mentiras intencionales. E imprescindibles para orientarnos en cualquier camino que emprendamos.

Pero no, por ahora navegamos en un limbo donde a la mentira se la ha sustituido por la nada. Entonces, en ese marco infeccioso, aparecen otras bacterias y enfermedades psicosociales que hacen su invierno dentro del vacío político. Bacterias que en general provienen de la enfermedad del relato, restos que le han sobrevivido e intentan hacerlo renacer.

Una de ellas, la más renombrada, es la que los especialistas llaman la “factofobia”, o la “posverdad”, o en general cualquier teoría que se sostenga contra viento y marea pese a que los datos fácticos, los hechos de la realidad, hayan demostrado de manera por demás contundente su evidente falsedad.

El ejemplo central de esta tendencia, la prueba de laboratorio más trascendental que vivió la Argentina, fue el Indec de Guillermo Moreno, un modelo cultural en sí mismo por su infinita audacia para ofender sin pudor alguno el menor sentido de inteligencia. El Indec destruyó la credibilidad de hasta el último dato estadístico dentro de una institución destinada a proveerlos. Pero no sólo eso, sino que mientras Moreno hacía su tarea destructora, los Kirchner, como Papas laicos, obligaban a todos sus subordinados políticos a jurarle lealtad a los datos del nuevo Indec como si se trataran de textos bíblicos. Transformando una vulgar mentira en un acto de fe supuestamente trascendental que hasta tenía una razón culturalmente bien "estalinista": no importa si lo que se sostiene es mentira o verdad, sino si beneficia o no al proyecto político. Si lo beneficia es verdad, caso contrario es mentira. 
Y esta concepción, en los años K, se transformó en el centro del debate de ideas en una magnitud pocas veces vista, aunque siempre haya existido en todos los tiempos y en las ideologías del más diverso tipo.

La continuidad más impresionante de esta forma de entender, o mejor dicho de negar la realidad, es lo que se sigue haciendo con el caso Maldonado mediante una operación política impulsada por todos los medios defensores del gobierno anterior, con táctica similar al Indec segunda etapa: o sea, ya demostrada de manera indiscutible la falsedad del hecho que se sostenía como verdadero (la desaparición forzada), la segunda etapa es la de marcarlo a fierro en la mente de los creyentes mediante la lógica de la fe para que se perpetúe en ellos más allá de los tiempos.

De allí la filmación de una película donde a Maldonado se lo sigue tratando de desaparecido. Pero eso al menos es ficción aunque se disfrace de documental. Más delirante aún es la aparición de un nuevo supuesto perito, que sin haber visto jamás el cuerpo de Maldonado niega todo lo que dijeron los 50 y tantos peritos que sí lo vieron. Y no sólo eso, sino que el hombre es transformado en una especie de científico tipo Einstein por toda la prensa escrita, radial y televisiva del régimen anterior.

Una de las científicas que intervino en el análisis del caso, la licenciada en criminología Silvia V. Bufalini, escribe en la red: “Estoy escuchando en C5N al licenciado Prueger hablar de la autopsia de Santiago Maldonado cuando no estuvo presente en ella, tildando de sospechosa la firma de todos los peritos que sí estuvimos y comparando un kilo de carne con el cuerpo humano. No sé si reírme o llorar”.

Pero lo cierto es que casi todo quien creyó seriamente que Maldonado fue desaparecido por el Estado como si se tratara de una dictadura, a pesar de las evidencias no ha dejado de creer en lo que creía cuando todavía era posible creerlo y aunque sea poseedor de cinco maestrías, tres doctorados y un par de posdoctorados. Con lo que se demuestra que la fe es a prueba no sólo de balas sino también de títulos y del más elemental sentido común.

Sin embargo, como recién dijimos, los mitos (y mientras más delirantes mejor) son altamente contagiosos en un mundo donde la realidad es negada una y otra vez y la mentira deviene artículo de fe. Como solía decir Donald Trump antes de que ganara las elecciones: "Tengo a la gente más leal, ¿alguna vez habéis visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y dispararle a todo el mundo y no perdería votantes".

Por el mismo camino marcha el debate instalado esta semana por otra corriente de opinión, acerca de la supuesta inutilidad del preservativo para prevenir enfermedades venéreas o evitar embarazos. Se parte de algo que se interpreta como dato: que no existe certeza definitiva de su seguridad.

Pero eso es un oxímoron, no un dato, porque nada de lo que existe, al menos en el mundo de los humanos, posee certeza definitiva. Lo que ocurre en este caso es que se quiere dar categoría científica a una creencia religiosa muy cuestionable, para tratar de imponerla a todo el mundo. Nada distinto a lo del Indec o lo de Maldonado, sólo que bajo otro signo.

Toda verdad es relativa, pero sólo a partir de tener alguna relación con la verdad (aunque siempre su posesión además de parcial sea provisoria) ha avanzado la humanidad. Pero es muy difícil seguir avanzando como sociedad cuando más que querer ocultar la realidad (cosa que particularmente los más poderosos vienen haciendo desde el origen de los tiempos) ahora lo que se busca es cambiarla por otra cosa: es que por las tecnologías, el mundo se ha hecho inmensamente transparente y todo sale a la luz del modo más inesperado. Entonces, al no poder ocultarla más, lo que ahora se pretende es reemplazar la realidad por la mentira más burda e interesada, transformada en relato místico para que su credibilidad esté más allá de la comprobación fáctica. Y está dando bastante resultado.

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