Botas en tierra otra vez en Irak. Difícil. Una invasión es improbable. Pero lo que impide descartar esa alternativa es la propia dinámica de hechos que carecen de todo control y acaban escribiendo un guión que no estaba previsto.
La cuestión se ha complicado de modo tal que el propio Vaticano demandó a la comunidad internacional que intervenga de modo activo, cruzando así una delicada línea desde la condena de la violencia a la bendición de una acción militar.
Como para que no existan dudas sobre la nitidez del reclamo, el representante del Vaticano en la ONU, Silvano Tomasi, justificó los bombardeos norteamericanos contra los combatientes del califato terrorista.
"Había que hacerlo antes que sea demasiado tarde”, sostuvo el religioso, con una retórica que habilitaría lo que en el lenguaje de Barack Obama se asume como “guerra justa”.
No es esto la eclosión de una nueva cruzada. Aquí no está planteada la batalla territorial de aquel pasado lejano entre la iglesia de Roma y el Islam.
De lo que se trata es de poner el bozal a un grupo sanguinario al cual se lo dejó crecer más allá de cualquier control como parte del juego de poder en la región.
El ISIS, rebautizado Estado Islámico (EI), cumple con todas las reglas de lo que no debería aceptarse. Tiene un liderazgo arrogante y fanático al estilo de un Hitler de esta era, que desprecia cualquier límite e incluso imita formas barbáricas del genocidio nazi con la segregación y matanza de cualquier otro diferente, entre ellos las minorías cristianas en Siria e Irak.
Para mayor comparación con aquella pesadilla, sus militantes pintan las puertas de las casas de los cristianos con la letra N del alfabeto árabe por nazarenos, en tono despectivo, para avisar quienes allí viven, como la Gestapo lo hacia con la estrella de David para marcar el domicilio de los judíos.
Pero el crecimiento exponencial de este grupo y la dificultad para desactivarlo abren una compleja ecuación geopolítica en la región. El ISIS nació en Irak durante la invasión norteamericana de 2003, pero su cuartel lo tiene en Siria, donde es la mayor fuerza combatiente.
Si Occidente, obligado por las circunstancias, refuerza su ofensiva de bombardeos con una acción terrestre superior en número a las actuales patrullas norteamericanas y británicas ya desplegadas en la zona, no podrá limitarla al territorio iraquí.
De ese modo acabaría instalado en la misma vereda del dictador sirio Bashar Al Assad.
Siria es un laberinto que Barack Obama busca eludir para no hundirse en un conflicto de escalada inevitable. Al revés de Irak, no hay nada que ganar ahí.
Si golpea al ISIS, el riesgo es tanto que se fortalezca Assad como que otros grupos de fanáticos ocupen el lugar de esa banda.
Si, en cambio, va sobre la dictadura, puede provocar un vacío de poder que liberará el país a estos grupos integristas porque no se ha estructurado en Siria una alternativa sólida de poder.
Es el argumento de China, Rusia e Irán que le ató antes las manos al presidente norteamericano. Pero Obama ya está atrapado.
Es el búmeran. Cuando esta banda terrorista sunnita se plantó en Siria, Occidente y los enemigos árabes de Irán la dejaron crecer porque servía a sus objetivos contra la dictadura.
En ese camino recortaba, al mismo tiempo, la influencia de la teocracia chiíta persa y desfiguraba la vocación republicana de las rebeliones que se extendieron por el Norte de África.
La colisión religiosa sunnitas vs. chiítas, no fue más que un pretexto en ese tablero de poder. Vale recordar que el ultraislamismo ha sido una herramienta estimulada más de lo que se cree desde esta parte del mundo en las épocas no tan distantes de la Guerra Fría.
La historia moderna testimonia sobre el fomento por parte de las potencias de monstruos y monstruosidades detrás del atajo de los “intereses superiores”.
Hay mucho de eso en el marco en el cual se produjo este parto medieval. Coincide con el antedicho levantamiento popular contra las autocracias prooccidentales cuyos privilegios se diluirían en un plano democrático.
Y, últimamente, con el acercamiento entre Irán y EEUU que escandalizó tanto a Israel como al reino de Arabia Saudita que se percibía en el blanco de la ofensiva democrática regional que supone alimentada por Teherán.
El ultraislamismo, en esta visión, es una última instancia de los autoritarismos atemorizados que prefieren ese callejón antes de asumir la pérdida de su poder. La fragua del nazismo explica mucho de ese fenómeno de intereses cruzados.
El problema es lo que ocurre cuando se liberan estas fuerzas como sucedió con Osama Bin Laden y su Al Qaeda, en todo sentido fuente inspiradora del ISIS.
El líder del ISIS es un megalómano iraquí digno de un relato de Conrad, nacido hace 43 años como Ibrahim Awad al-Badari. Yihadista convencido, en la segunda mitad de la década del 2000 se rebautizó como Abu Bakr al-Baghdadi tomando para sí el nombre del primer califa que heredó el Islam tras la desaparición del profeta Mahoma.
Colocado en ese traje y enarbolando un presunto linaje que lo lleva hasta los umbrales de la fe musulmana, se acaba de coronar Califa Ibrahim y proclama que debe y puede dominar el mundo y convertirlo a su forma viciosa de religión.
El diario británico The Guardian lo llegó a comparar con Jim Jones, el delirante que llevó a sus seguidores a un suicidio colectivo de más de mil personas en Guyana en 1978. Puede sonar exagerado, pero la exageración suele ser una verdad con algunos ceros de más.