Cuando el sol deja de ser molesto, cerca de las 18, la canchita de tierra de la calle Monseñor Fernández comienza a poblarse. El ‘Loro’ Guzmán llega en su bicicleta con las fichas de tejo. Don Calderón se asegura el centímetro, único juez que calma las aguas cuando las distancias son tantas como jugadores. Domingo ameniza la tarde con el estéreo de su auto a todo volumen y Enrique hoy “se portó” con la gaseosa.
El partido es la excusa. Lo que vale son los mates compartidos entre noticias y chismes del pueblo, las bromas que suceden a cada jugada, los desahogos, la eterna invención de apodos, “por qué no el ejercicio físico” y el bienestar con el que vuelven a sus casas, tras haber pasado un lindo rato entre amigos.
Estos abuelos tupungatinos autogestionaron un espacio donde comparten la vida. Fue don Arnolfo Cortez (81) el promotor de la iniciativa. Hace tres años que reside en el Hogar de Ancianos de Tupungato y nunca se resignó a las “tardes quietas” ni a sentarse en una silla a ver pasar la vida por la calle. Por eso, convenció a dos compañeros (Astorga y Prudencio) y hace poco más de un año comenzaron a construir una cancha de tejo en el terreno contiguo al hogar. Pidieron material en negocios locales y la respuesta no tardó en llegar.
La idea fue un éxito y algunos jubilados que pasaron por el lugar se sumaron al desafío de reacondicionar el terrenito del barrio Los Almendros. Actualmente, cerca de veinte abuelos se reúnen cada nochecita a medir su puntería. Estos “pibes” -como ellos se definen- de 65 años en adelante tienen asistencia perfecta, han erradicado el malhumor y, con el tiempo, se han convertido en expertos.
“Venimos acá porque otra cosa no hay para hacer. Aquí por lo menos somos libres. Los viernes y sábados de acá nos vamos al boliche”, bromea José Erasmo Muñoz. “Somos gente buena y muy unidos. Los vecinos nos quieren. Por ahí hay algunas discusiones... pero el juego es así”, justifica don Cortez y desata una batahola. “Es que éste es un mentiroso”, dice uno. “Y ese viejo, un tramposo”, arremete otro. “Y para caliente, está éste”, coinciden entre risas.
La cancha reglamentaria de 12 metros está delimitada sobre la tierra, con hileras de tablas. “Como el terreno es pedregoso no podemos usar tejos de madera, porque se destrozan. Los que usamos los traen de Buenos Aires”, apunta Enrique Reyes, el bromista del grupo.
Los ‘pibes’ han improvisado un tablero, que cuelgan de un tronco y donde marcan los tantos. Se manejan como profesionales, pero también saben adaptar el juego para los que ven poco, no se pueden agachar demasiado o tienen mal pulso.
Para muchos, esta reunión diaria es su principal aliado contra la soledad. Los casados bromean con que sus “viejas se cansan y nos mandan a jugar al tejo”. Por su parte, la comunidad valora la iniciativa y acompaña con aportes. Desde la comuna les colocaron una luminaria para que puedan quedarse hasta la noche. Los vecinos del barrio ofician de público y hasta donaron un tablero para los “asados”. El dueño del terreno les prestó por escrito el sitio para que jueguen sin problemas.
“Ahora el desafío es poder tener otro juego de tejos y una cancha nueva. Tenemos que venir a limpiar el terreno y en pocos días lo hacemos”, cuenta Santiago Calderón. A los abuelos también les gustaría tener un baño químico, un poco más de sombra y algunos otros “lujos”, pero no se quejan.
Domingo Ronda (67) debe irse a trabajar. “Hago algunas changas para alimentar el sueldo de jubilado”, argumenta. Antes, todos se conocían de cruzarse y saludarse por la calle, pero ahora se sienten amigos. “Es un juego sano. Acá no existen el alcohol ni las peleas. Sólo diversión”, sintetiza don Hilario Osorio.