Durante la primera mitad de la década de 1820, mientras en Buenos Aires Bernardino Rivadavia protagonizaba la “feliz experiencia” -un período de crecimiento y embellecimiento de la ciudad-, se firmaron convenios con inversores extranjeros para explotar minas en La Rioja. Facundo Quiroga estaba al tanto de todo, al punto de ser quien decidió todas las concesiones.
El costo que implicaban entonces los traslados de pesados equipos y la falta de mano de obra perjudicó a las compañías extranjeras, que terminaron perdiendo hasta el noventa por ciento de lo invertido. John Anthony King -un norteamericano que vivió muchos años en nuestro país y dejó memorias sobre su paso- señaló que entonces se conformaron -en algunos casos- verdaderas estafas a los inversores.
En este marco, un grupo de riojanos se trasladó a Inglaterra y vendió tierras para explotar:
“[Los] compradores ingleses -señala King- formaron una compañía, y trajeron, a grandes expensas, hombres y maquinarias, con el propósito de trabajar las minas, pero a su arribo descubrieron que habían sido engañados en la compra de la tierra perteneciente al gobierno. Quiroga (...) fijó su atención en ello, y encontrando que podía ser una posibilidad para convertir las operaciones en su provecho, dio permiso para que trabajasen las minas (… ). Aquéllos procedieron, en efecto, a trabajar, gastando grandes sumas a medida que adelantaban, y hasta que invirtieron todo su capital en la empresa. Empezaban a cosechar (...) el producto de las minas, cuando Quiroga comenzó a poner obstáculos en su camino, y a exigir grandes sumas por el privilegio que les había concedido, azotando y encarcelando a los obreros, y procurando tantas molestias a los propietarios que, por último, se suspendieron las operaciones y la compañía íntegra se arruinó totalmente (… ) los que pudieron conseguir algunos recursos se volvieron a Europa, pero hubo muchos que debieron quedarse por necesidad, y entre estos dos alemanes”.
King desglosa en varias páginas el destino trágico de dichos germanos, llamados Guillermo y Federico. Fruto de una enajenación momentánea, Facundo Quiroga creyó que muchos estaban listos para atentar contra su vida, consideró entre los sospechosos a Guillermo y lo apresó. Solo por sospechar lo condenó a muerte. Siguiendo el relato del norteamericano, Federico irrumpió en el despacho de Quiroga y suplicó que no matase a su hermano, obtuvo una negativa tras otra. Desesperado apuntó con un arma al caudillo hasta conseguir que se lo entregaran. Quiroga les otorgó media hora para escapar y cumplió con su palabra. Reloj en mano, Facundo “medía con sus pasos el cuarto -comenta King-, con frenética impaciencia, y en momento en que la hora expiró, se precipitó afuera, exclamando: ¡Persigan al extranjero! ¡Doy cien onzas al que traiga la cabeza del extranjero Federico!”. Federico fue alcanzado y ejecutado; Guillermo pudo escapar a Catamarca, desde donde regresó a Europa.
Como vemos, el comportamiento nacional ha atentado históricamente contra la llegada de inversiones extranjeras. Está en nuestras manos cambiar una tradición tan nefasta y aprender a respetar las reglas del mundo para ser, en serio, parte del mismo.