En noviembre pasado se conoció el testimonio de la periodista feminista argentina Valeria Berman, formada en las cátedras de género de universidades nacionales y extranjeras. Tenía que ver con su hijo adolescente, acusado de violación por una chica dos años mayor que él, quien, en vez de recurrir a la justicia, decidió escracharlo por Facebook.
Esto es lo que contó Berman: “Ellos eran amigos y ella lo invitó a su casa. Luego contó en su muro que había dado su consentimiento, que estuvieron de la mano, que se dieron un beso y que lo invitó a dormir. Comprendí que a veces no hay un real discernimiento acerca de qué es una violación. Luego me fui enterando de muchos otros casos. Fui comprobando que los adolescentes de entre 13 y 18 están teniendo enormes problemas para relacionarse entre sí sexualmente. Un denominador común es que en las acusaciones las chicas dicen que dieron su consentimiento, pero luego se arrepintieron.
Me parece que hay una necesidad fuerte de empatizar con el relato feminista victimista y ser parte de él, señalando a sus pares como hostigadores, como sucede con las mujeres del cine y la TV”.
Y continúa: “El problema es que la supuesta víctima y el supuesto victimario en el ámbito escolar en general tienen la misma edad, similar nivel socio cultural (en el caso de mi hijo, él es incluso más chico que ella) y no hay desigualdad de poder: los varones de 15, 16 o 17 años no suelen llevar ventaja de experiencia”.
La psicopedagoga María Zysman (Presidenta de la Asociación Civil Libres De Bullying y autora de los libros “Bullying: cómo prevenir e intervenir en situaciones de acoso escolar” y “Ciberbullying Cuando el maltrato viaja en las redes”) por su parte, manifiesta:
“El escrache como modo de expresión -desde mi experiencia- genera violencia y humillación. Sin dudar respecto a las intenciones de quién escracha (muchas veces, luego de pedir ayuda de maneras ‘tradicionales’ y no encontrarla se recurre al escrache) los resultados no suelen ser buenos. Quien es escrachado aumenta la apuesta, se forman bandos para defender una u otra postura, se suman personas que desconocen la situación. Al escrachar se exponen problemáticas abiertamente y con ellas a alumnos, docentes, familias, la comunidad entera queda exhibida con una lupa y es muy difícil volver atrás”.
Luego, abunda sobre lo siguiente: “Una vez que se subió un contenido a las redes y éste fue viralizado, opinado, avalado o discutido y rechazado, es casi imposible volver al estado anterior al escrache. (...). Cuando una herramienta es usada para todo y en cualquier situación, se banaliza y naturaliza. No se evalúan objetivos ni se reflexiona acerca de las expectativas al usarla. Personalmente creo que es un recurso de urgencia que a mediano y largo plazo no ayuda a resolver situaciones difíciles”.
Ahora bien, ¿es el escrache una manera de empoderar a la mujer? Las detractoras feministas del escrache, famosas internacionalmente (como la crítica de arte estadounidense Camille Paglia), enfatizan que, lejos de ser un recurso de empoderamiento, fomenta la idea de la mujer como la gran víctima social de la violencia, tapando a víctimas con menores recursos de defensa como los niños, las personas sin hogar o los ancianos sin familia.
A este cuadro se suma que las mujeres en situaciones económicas vulnerables no disponen de los mismos medios que las de clase alta o media para hacer visibles sus problemas, y continúan desprotegidas.
La escritora y filósofa Christina Hoff Sommers, mentora del popular canal de Youtube Factual Feminist, por su parte, dice que el escrache sin intervención de la justica está llevando a las nuevas generaciones de mujeres a no saber distinguir entre un ataque sexual real de algo que no lo es. Incluso la periodista Masha Gessen, que usó la etiqueta #MeToo por haber sido víctima de abuso, advirtió en la revista The New Yorker sobre un “contexto de pánico sexual que difumina los límites entre la violación, la coacción sexual sin violencia y el sexo torpe y alcoholizado, trivializando la violación”.
“No tengo ninguna razón para sentirme ‘hermana’ de una actriz de cine que, años después, toma conciencia de que ha sido víctima de abuso sexual por parte del productor de cine Harvey Weinstein, ni de una periodista que acusa públicamente a un colega de haberle pellizcado el culo en el pasillo”.
Con estas durísimas palabras, la histórica militante francesa Catherine Millet se plantó frente a una audiencia mayormente integrada por intelectuales, durante su visita a Buenos Aires, en octubre.
Promotora, junto a muchas pioneras feministas, del fomento de la responsabilidad individual en oposición a la victimización, puso en jaque al feminismo nacional, cada vez más amigo del escrache a través de medios de comunicación y redes sociales. Insistió en cuestionar la eficacia concreta de movidas en las que un puñado de mujeres privilegiadas económicamente, en comparación a la mayoría, acapara la atención mediática por hablar de antiguos abusos.
Hay diferencias económicas y de poder muy grandes -explicó la francesa- entre la farándula con acceso directo a los medios masivos y buen asesoramiento legal (como también sucedió en el caso local del colectivo Actrices Argentinas), y las mujeres comunes.
Si sos víctima o conocés a alguien que sufra violencia de género llamá al 144 las 24 horas.