Mucho se ha dicho y escrito de los modelos, de los ídolos de las sociedades del pasado y del presente. ¿Qué ocurre y por qué este planteo? Pues, porque la Argentina es un país que se ha quedado sin ídolos, sin modelos, sin caminos a seguir salvo, como el título lo indica, el de las ausencias.
¿Con qué tipo de ídolos contamos en la Argentina?
En primer lugar, están los ídolos de cartulina, o sea aquellos que sólo rinden y dan lo mejor de sí mismos en el papel, en los diarios, en las revistas de la farándula, en el nihilismo y el vacío del no ejemplo donde todo es sólo sexo (tal vez, del malo), un poco de drogas y rock and roll. Ellas y ellos van y vienen. Aparecen y desaparecen. Surgen y se hunden pero el ídolo nunca queda. No hay ejemplo. No cunden las conductas edificantes. Es sólo show por el show. Una pena.
También tenemos, y mezclados con los anteriores, los ídolos de vidrio, que son las mujeres y hombres de la televisión, héroes por cierto, de 30 minutos a una hora por semana. ¿Imaginan a uno de los Próceres de la Patria con una duración de una hora en la historia nacional?
La tipología descripta no merece más comentarios.
Surge también el ídolo extranjero que, con total potencia, doblega las conciencias nacionales y se impone desde un dibujito animado hasta una novela de Oriente Medio como si la Argentina no tuviera talentos y capacidades para hacer lo mejor de sí misma, por sí misma. Es atrapante meterse en la mente de los productores argentinos y descubrir cómo una mujer que vive en el siglo XIX y en el Mediterráneo puede competir con otra conciudadana nuestra que ya vive en el siglo XXI y en una metrópoli como Buenos Aires. Inaudito.
Existe un tipo de ídolo muy común en estos días, el de pies de barro. Se constituye por algo o alguien con gran estructura y malas bases.
Es el legado de la pésima educación de los últimos 50 años que arrastra nuestro querido país y que no es obra de ningún presidente en particular sino de todos. Como ejemplo baste saber que en el mismo lapso han existido ocho generaciones de computadoras y dos generaciones de seres humanos. Las primeras evolucionaron sin pausa, y la educación sueña el sueño de los que nunca se dieron cuenta de que la realidad les había pasado por encima.
Otro tipo que necesita de una cajita de cartón para ser un ídolo es el de la urnas. Este ídolo sólo se concreta y se siente realizado si gana elecciones, cargos públicos, maneja abultados presupuestos, distribuye fondos y, tal vez, se hace de un ejército de seguidores por varios años que apoyan todo lo que él dice o piensa sin importar si tiene o no razón. Es el hombre o ídolo de las urnas.
Y las ciencias ¿qué dicen?
De acuerdo con los biólogos, la humanidad atraviesa por un momento en que el máximo exponente de nuestra especie es el Homo Sapiens Sapiens. ¿Quién es este señor? No es sólo el hombre que se dio cuenta de que piensa sino que además piensa que piensa -este concepto se lo debo a mi hermano menor, doctor en biología, Antonio Mangione-. Gracias. Pero, ¿qué ocurre con el Sapiens Sapiens?
Esta maravilla del Universo tiene un enemigo natural que es su sofista acabado de la naturaleza. El “homo parlantis”. Este señor se caracteriza porque se define según la fórmula: “Hablo, luego existo”. Todos sabemos que hablar es un don único de la especie humana, pero también de la especie humana es el don de errar por hablar, en particular cuando se lo hace en demasía.
El Sapiens Sapiens y el Parlantis no se parecen en nada. Uno piensa y verifica que tiene mente; el otro habla y se da cuenta de que hay gente que no tenía otra cosa que hacer o pensar. Uno quema pero multiplica neuronas, el otro quema y multiplica palabras... palabras que se las lleva el viento, el mismo viento que sopló e hizo girar los Molinos del Quijote de la Mancha.
¿Tenemos ídolos en la Argentina?
Por suerte, sí. Anoche vi uno, y es una mujer. Se llama Margarita Barrientos y sirve 2.600 platos de comida por día a niños de dónde y cómo llegan a Los Piletones. Margarita es uno de los ídolos que tiene la Argentina y nadie ve. Los ídolos del silencio. Los maestros, los bomberos, los policías, los gendarmes, los barrenderos, las empleadas domésticas, las enfermeras, los médicos, los profesionales que no piden más que ejercer, eso, ejercer... Los Ídolos del Silencio.
¿Qué ocurre cuando no hay ídolos visibles a la vasta población de una nación?
Pues, queridos conciudadanos, reina La Ausencia. La ausencia se hace cargo de las calles, de las mentes, de las escuelas, de los espacios públicos, de la salud, de la disciplina, de la moral; entra el delito, se roba los chicos, desaparecen las niñas, las mujeres se pierden y la nación, la nación nos duele, como me duele cerrar esta columna de opinión con el comentario que tengo de los ídolos en el Más Allá y mi futuro en el mismo lugar. Hasta la próxima.