Las noticias lo reproducen todo el tiempo. La violencia en las parejas es ya un hecho social que preocupa e involucra a todos, hombres y mujeres. Algunas de las preguntas que nos hacemos son: ¿qué nos pasa?, ¿qué lleva a un hombre o a una mujer a explotar en hechos de violencia hacia aquella persona que dice “amar con locura”?, ¿qué es el amor y hasta dónde llega?
¿Cómo y cuándo darse cuenta que esto va a ocurrir?, ¡qué bueno sería saberlo con tiempo! Y, aunque no siempre pasa, sepa usted que el noviazgo es la etapa ideal para detectar estos posibles hechos de violencia en el futuro. Es por eso que nuestros abuelos nos decían: “el noviazgo es el momento ideal para conocer a la pareja y para eso se necesita tiempo”.
Esta etapa es la más linda y disfrutable. Es el momento exacto para conocerse, disfrutar de momentos juntos y, en el caso de decidirlo, hacer un paso hacia adelante y reforzar la relación (hablamos del matrimonio).
El noviazgo tiene un tiempo promedio recomendable de un año y medio a dos años. Tenemos ese tiempo para conocer a quien tenemos enfrente. Y es aquí cuando nos empiezan a interesar los celos en el noviazgo.
Se dice que, si te cela, si te dice qué ponerte, si te controla el celular, el correo o las redes sociales, si te aleja de tus amigos, si quiere saber todo el tiempo dónde y con quién estas, si quiere estar con vos todo el tiempo... “no te quiere” o te quiere a su forma. Y esa forma no es sana, no alimenta la pareja, sino que la desgasta y la transforma en una relación “enfermiza”.
Según el psicólogo Julio César Luna, los celos “son un estado emocional caracterizado por la sensación de una amenaza o riesgo de perder o debilitar una relación. La función de los celos es mantener unidas a las parejas a través de manifestaciones que suelen diferir entre hombres y mujeres”.
Según este enfoque “evolucionista”, los hombres celan más las experiencias desde el plano sexual porque pondrían en riesgo las posibilidades de reproducción y la transmisión de sus genes. Las mujeres, por su parte, celan más desde el plano afectivo por el temor -según este modelo teórico-, de perder el sustento y protección de sus hijos.
Este enfoque ha sido cuestionado porque en la actualidad se perciben pocas diferencias reales entre hombres y mujeres en lo que respecta al tipo de infidelidad o engaño. El enfoque social, en cambio, habla de una protección de la propiedad determinada por cada cultura y momento histórico.
En lo que respecta al mundo del noviazgo adolescente, Luna plantea que la manifestación de los celos en las relaciones de pareja suelen ser la preocupación constante del que cela, por lo que el otro hace, aislamiento social, temor constante al abandono, actitudes paranoicas, violencia verbal o física contra la pareja derivada de todo lo anterior. Y agrega que, “la persona celada puede sentir confusión y culpa al ser sospechada por su pareja y, cuando es un caso de celotipia, es frecuente que derive en violencia debido a la irracionalidad del sentimiento”.
En una relación, especialmente en sus inicios y durante la etapa de noviazgo, es común que los miembros de la pareja quieran estar juntos más tiempo de lo debido, esto responde al propio estado de enamoramiento.
Pasado un período de conocimiento y trato en la pareja ambos respetan y se dan sus espacios, pero a veces “hemos recibido casos de chicas jóvenes que han presentado crisis de nervios severos, producto de discusiones referidas a los celos de sus parejas o han llegado con hematomas, rasguños, cortes”, comparte Mónica Álvarez, enfermera profesional.
Los celos se presentan de manera variada: molestia por la ropa que se usa, los llamados o mensajes que reciben por celular, las visitas (especialmente si son del sexo opuesto), los lugares que frecuentan, el trabajo, el gimnasio; en fin, los motivos son muchos y todos ellos -de no ser detectados, tratados y controlados- pueden llevar a distintos tipos de violencia: física, emocional o psicológica, sexual y económica.
“Lo alarmante es que cuando hablamos con estas jóvenes para detectar qué es lo que esta pasando en la relación y poder ayudarlas, ellas mismas son incapaces de decir que lo que viven es violencia”, dice Álvarez, poniendo en evidencia que muchas veces, los y las adolescentes que viven estas situaciones no las ven como violencia, sino como un hecho natural en la relación: “lo hace para cuidarme, por eso me llama siempre, para saber si necesito algo; jugamos así, no me golpea en serio; es su manera de mostrarme que me quiere” (algunos de los comentarios que escuchan a diario los profesionales de la salud). “Y es esta ceguera lo que hace que durante la etapa de noviazgo los hechos de violencia pasen desapercibidos”, agrega Álvarez.
Ante todo esto, es bueno estar alerta. Comenzar a agudizar los sentidos y prestar atención a ciertos aspectos que pueden funcionar como “voz de alarma”. Frente a esto, Julio Luna dice que “la voz de alarma será siempre la frecuencia e intensidad de los síntomas”.
En una primera etapa se percibe confusión, búsqueda de evidencias, hostilidad y discusiones sobre el tema. Posteriormente, se hace incontrolable la ira y la ansiedad. Las ideas delirantes se refuerzan con las reacciones de la pareja, puede haber insomnio y excesiva activación fisiológica en aras de recolectar pruebas del engaño. Finalmente, aparecen los delirios constantes, las agresiones y los “enemigos” y rivales para enfrentar.
Cuando se detecta en la pareja que alguno de sus miembros tiene conductas que manifiestan celotipia, y esto no es controlado, pueden sufrir o causar diversos tipo de violencia: abuso emocional (insultos, humillaciones, amenazas a la integridad personal, control sobre la persona amada), abuso físico (golpes de todo tipo, empujones, sacudidas que causen molestia y/o dolor, palabras agresivas y hasta agresiones con elementos que causen daños mayores).
Algunas señales para reconocer si estamos frente a una persona con tendencia a ser muy celoso o celosa y que pueda derivar en hechos de agresión:
1. Te pone apodos que te incomodan y desagradan y te llama así frente a los demás.
2. Descubrís que te miente o te chantajea.
3. Revisa tu celular, controla tus actividades, se queja de tus amistades. Te prohíbe cosas.
4. Te compara con sus ex parejas.
5. Destruye alguna de tus posesiones.
6. Sus caricias se tornan agresivas o invasivas. Te obliga a tener relaciones.
7. Te ha golpeado diciendo que es un juego. O ha habido situaciones de empujones, sacudones, etc.
Si alguna de estas señales resultan conocidas en las relaciones que nuestros hijos tienen con sus parejas, o incluso en nuestras propias parejas, abramos bien los ojos. Son señales que nos advierten sobre la toxicidad de la relación.
La violencia puede aumentar de un momento a otro y pasar del abuso psicológico al físico rápidamente. “Para estar atento a esto y poder realmente ayudar a nuestros hijos, y a nosotros mismos, es importante estar alerta a tres momentos cruciales: primero, escuchar cómo se hablan en la pareja, qué palabras se utilizan, si hay expresiones de burlas, palabras hirientes, humillaciones; esto sería el maltrato psicológico -explica Álvarez-. Segundo, todo lo que tiene que ver con la destrucción: cuando rompen algún aparato de valor o cuando hay empujones o algún maltrato físico y, por último, el momento en el que la integridad física está en peligro, cuando ya hay presencia de heridas, violaciones y amenazas”.