En la calurosa mañana de diciembre de 1918, un estruendo se sintió en un campo de la localidad de la Lagunita. Los vecinos corrieron y se encontraron con la presencia de un hombre de muy baja estatura, vestido con uniforme militar quien se bajaba de un destruido aeroplano con las insignias del ejército chileno.
Ninguna de estas personas entendía que había pasado, pero sin querer fueron parte de un hecho que quedó registrado para siempre en la historia de la aviación latinoamericana.
La hazaña fue llevada a cabo por el aviador chileno Dagolberto Godoy quien se atrevió a cruzar la cordillera de los Andes a una altitud de casi 7.000 metros, transformándose en el primero en realizar esa proeza.
Ese mismo año, el teniente argentino Luis Candelaria realizó el primer cruce en aeroplano de la cordillera pero desde Neuquén, a una altura menor a lo ejecutado por Godoy.
Sacerdocio con alas
El teniente Dagolberto Godoy, nació en la ciudad de Temuco (Chile) en 1893. A los dos años quedó huérfano y fue criado por sus tías. Hasta los 21 años, estudió como seminarista y estuvo a punto de ser sacerdote, pero se decidió ingresar a la Escuela Militar de ese país y en 1915 se incorporó al servicio de aviación; obtuvo varios premios aéreos internacionales inclusive participó y logró el segundo puesto en la carrera Buenos Aires-Dársenas-Buenos Aires.
En 1924, se retiró con el grado de capitán.
Godoy falleció en Santiago de Chile en 1960.
A probar la máquina
En la madrugada del 12 de diciembre de 1918, el teniente Godoy llegó una hora antes de lo acostumbrado al campo aéreo del Bosque (Chile). Su objetivo era muy claro: cruzar la cordillera de los Andes por el Tupungato y aterrizar en Mendoza.
El intrépido hombre, desayunó como de costumbre y luego salió con su equipo de piloto rumbo a su avión que se encontraba en un costado del hangar. Allí, el pequeño monoplano de origen británico Bristol M.1c matrícula 4988, estaba listo para despegar.
Se subió a la máquina y de su bolsillo sacó un mapa de la cordillera y le dijo a uno de sus asistentes: "Voy a probar la máquina y si está buena..."
El reloj marcaba las 5.05 horas cuando despegó y se elevó en espiral hasta alcanzar los cuatro mil metros; en seguida viró hacia el macizo andino.
Rumbo a lo desconocido
Con las primeras luces del sol, la aeronave subió a unos 6.700 metros de altura; por suerte, el estado climático era excelente. Godoy cruzó por el Cristo Redentor y se dirigió hacia el valle de Uspallata.
En su cabina, la temperatura era de 15° a 20° bajo cero y el aviador se percató que sus manos y pies se estaban congelando por el frío. A pesar de este inconveniente, siguió con su cometido.
El vuelo era estable y viajaba a una velocidad de 190 kilómetros por hora. Pero en un momento, un fuerte viento arremetió contra la nave que se movía de un lado a otro lo que hizo que la nave crujiera perdiendo altura, y con el peligro de estrellarse contra algún cerro.
Superada esta situación, el militar chileno miró el mapa y siguió por el río hasta la zona de Luján de Cuyo. En esa zona, el piloto aminoró la marcha para reducir el consumo de combustible pero hizo que el motor dejara de funcionar. Inmediatamente, Godoy activó la bomba de mano en un intento de hacer andar el motor y esta acertada maniobra puso en marcha otra vez el aparato.
Faltaban muy pocos kilómetros para llegar al campo de aviación de Los Tamarindos -hoy Plumerillo- y el aviador divisó desde su carlinga a la ciudad de Mendoza y sus alrededores.
A pocos minutos de llegar a Los Tamarindos, el avión tuvo que soportar ráfagas de viento que lo desviaron del curso programado. Ya casi sin gasolina, Godoy siguió planeando en dirección hacia el Este.
A pocos metros vio un lugar propicio para aterrizar y el aeroplano tocó tierra, pero se estrelló contra una acequia. A pesar del fuerte impacto y de destruir parte de la aeronave, el piloto salió ileso. El viaje había durado 90 minutos solamente y por primera vez, un aviador cruzaba la cordillera de los Andes a una altura superior a los 6.000 metros.
Héroe por un día
A los pocos minutos del accidentado aterrizaje de Dagoberto Godoy, varios vecinos corrieron al lugar para saber qué había pasado.
Luego llegó un automóvil conducido por Héctor Mackern gerente de una empresa de seguro y conocido deportista, quien había seguido aquel aeroplano hasta el lugar de la caída. Mackern saludó al piloto y lo felicitó por haber realizado aquella extraordinaria travesía.
Una hora después, el militar trasandino llegó al consulado de Chile y fue recibido por el cónsul Filomeno Torres quien lo felicitó y desde allí el piloto telegrafió a su jefe, contando los hechos.
Al mediodía, la noticia de la hazaña corrió por todos lados y cientos de personas se agolparon en el edificio consular saludando al pequeño gran héroe de esa jornada.