Crónicas Marcianas: alienados en el espacio

Ray Bradbury conquistó el espacio y el corazón de los terrícolas con un libro extraño y maravilloso. En él la humanidad llega al planeta rojo para reproducir sus males. Lírico, elegíaco, ese texto puso en órbita, especialmente en la adolescencia, a millon

Crónicas Marcianas: alienados en el espacio

"¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”, se preguntaba Jorge Luis Borges, perplejo, en el prólogo de “Crónicas Marcianas”. Con ese libro extraño, que provenía de un casi desconocido autor norteamericano de 35 años -un tal Bradbury- la editorial Minotauro inauguraba su catálogo de ciencia ficción en castellano.

La historia, de este lado, comienza entonces en 1955. Ese año de tensiones, rencores y violencia, en una Argentina caldeada por la Revolución Libertadora, apareció en las librerías la primera edición en español del libro que revolucionaría la ciencia ficción.

La fantasía futurista de “Crónicas marcianas” fue el primer libro publicado por Minotauro, traducido por Porrúa y con prólogo del  Borges que ya había publicado “Ficciones” y “El Aleph”.

Porrúa era un lector sin límites, con un gusto por lo fantástico que lo llevó a juntar el dinero para comprar los derechos de cuatro libros fundamentales que entonces nadie conocía en la Argentina: dos de Ray Bradbury, uno de Theodore Sturgeon y otro de Clifford Simak.

Ese fue el despegue. Y fue una explosión. Porque si bien el género ya había aterrizado en Argentina (en los quioscos se vendía la revista “Más allá”), esa primera entrega de la editorial Minotauro abrió el portal de la “nueva ola” de la narrativa fantástica inglesa y de la norteamericana influenciada por ella, menos dura, menos técnica,  más especulativa.

“Crónicas marcianas” es una colección de relatos (ordenados en forma cronológica desde 1999 a 2026) acerca de la colonización de Marte por parte de una humanidad que huye de un mundo al borde de la destrucción. Los colonos llevan consigo sus deseos más íntimos y el sueño de reproducir en el planeta rojo el mismísimo sueño (norte)americano. Pero su equipaje incluye también los miedos ancestrales, que se traducen en el inextinguible odio a lo diferente.

Los humanos invasores
De modo que Bradbury se traslada a un futuro hipotético para iluminar el presente del mediados del XX. A través de un género considerado por mucho tiempo menor (como el policial, como el cómic) demuestra que se puede explorar la naturaleza humana: la violencia, la identidad, la necesidad de asumirnos hijos de más de una cultura.

“Crónicas marcianas” fue escrita en plena Guerra Fría y en medio del brote anticomunista estadounidense. Tecleada bajo la paranoia del apocalipsis nuclear. Se trata de  25 historias cortas fechadas entre enero de 1999 y octubre de 2026.

En oleadas, la humanidad abandona la Tierra con el único fin de reproducir un estilo de vida consumista y absurdo. Los humanos conquistadores (ciudadanos estadounidenses) invaden el hábitat marciano y relegan a los conquistados a las dunas del olvido.

Con ese imaginario viaje a Marte, Ray Bradbury emprende una profunda crítica social. Primero, a la insaciable sed de conquista, al imperialismo. Luego, al racismo, la contaminación ambiental y la censura.

El Marte de Bradbury no es aquel planeta rocoso y áspero que muestran las sondas espaciales; está teñido de melancolía y poética. “Sobre el planeta rojo –que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena", describe Borges en su prólogo.

“Todo empezó con Poe -confesó Bradbury-. Lo imité desde que tenía 12 años hasta los 18. Me enamoré de la joyería de Poe. Es un incrustador de gemas, ¿no? Lo mismo que Edgar Rice Burroughs y John Carter. Y los cómics. Y los programas de radio imaginativos, especialmente ‘Chandu, El Mago’.

Estoy seguro de que era bastante berreta, pero no para mí. Cada noche, cuando el show terminaba, me sentaba y escribía de memoria todo el guión. No podía evitarlo.

Soy un conglomerado de basura pero también tengo mis amores ‘literarios’. Me gusta pensar que soy un tren que atraviesa Estados Unidos a la medianoche y conversa con sus escritores favoritos. Y en ese tren iría gente como George Bernard Shaw. Frost, Shakespeare, Steinbeck, Huxley, Thomas Wolfe.

Cuando uno tiene 19 años, Wolfe abre puertas. Usamos a ciertos autores en ciertos momentos de nuestras vidas, pero con otros, el romance es hasta el fin. Thomas Mann, por ejemplo. Leí ‘Muerte en Venecia’ a los 20 y mejora cada año.

El estilo es la verdad. Una vez que uno sabe qué decir sobre sí mismo y sus miedos y su vida, eso se convierte en el estilo de uno, y uno recurre a esos escritores que pueden enseñar las palabras para armar esa verdad. Yo aprendí de Steinbeck y de mujeres que amé locamente, como Eudora Welty o Katherine Anne Porter”.

Planeta T
Ray Bradbury nació en Waukegan, Illinois, en una familia de clase trabajadora. Durante la Gran Depresión, los Bradbury se mudaron hasta instalarse en Los Angeles. Bradbury recuerda haber crecido en bibliotecas, leyendo Verne, Poe.

Pero su ficción no está ambientada en las playas californianas; está anclada en el pueblo chico, en Illinois, en Ohio, en Indiana; de ahí vienen sus personajes, ésos son los pueblos que los marcianos construyen para atrapar a los confiados colonizadores.

El primer éxito de Bradbury fue “Reunión de familia” publicado en Mademoiselle, una revista más prestigiosa que los pulps a los que Bradbury vendía cuentos.

Su novela más famosa, 'Fahrenheit 451' (1953), fue su única distopía. "No soy un novelista –solía decir–, corro los cien metros, no el maratón." 
Falleció el 5 de junio de 2012. Decía que era como Verne, en muchos sentidos –un escritor de fábulas morales, un instructor de humanidades–. "Él creía que el ser humano está en una situación muy extraña en un mundo muy extraño, y cree que puede triunfar comportándose moralmente.

Su héroe Nemo –de alguna manera la otra cara del enloquecido Ahab de Melville– anda por el mundo sacándole las armas a la gente para enseñarle la paz”.

2004-2005: La elección de los nombres

Llegaron a las extrañas tierras azules y les pusieron sus nombres: ensenada Hinkston, cantera Lustig, río Black, bosque Driscoll, montaña de los Peregrinos, ciudad Wilder, nombres todos de gente y de las hazañas de gente. En el lugar donde los marcianos mataron a los primeros terrestres, había un pueblo Rojo, en recuerdo de la sangre de esos hombres.

El lugar donde fue destruida la segunda expedición se llamaba Segunda Tentativa. En todos los sitios donde los hombres de los cohetes quemaban el suelo con calderos ardientes, quedaban como cenizas los nombres. Y, naturalmente, había una colina Spender y una ciudad Nathaniel York...

Los antiguos nombres marcianos eran nombres de agua, de aire y de colinas. Nombres de nieves que descendían por los canales de piedra hacia los mares vacíos. Nombres de hechiceros sepultados en ataúdes herméticos y torres y obeliscos. Y los cohetes golpearon como martillos esos nombres, rompieron los mármoles, destruyeron los mojones de arcilla que nombraban a los pueblos antiguos, y levantaron entre los escombros grandes pilones con los nuevos nombres: Pueblo Hierro, Pueblo Acero, Ciudad Aluminio, Aldea Eléctrica, Pueblo Maíz, Villa Cereal, Detroit II, y otros nombres mecánicos, y otros nombres de metales terrestres.

Y después de construir y bautizar los pueblos, construyeron y bautizaron los cementerios: colina Verde, pueblo Musgo, colina Bota, y los primeros muertos bajaron a las sepulturas...

Y cuando todo estuvo perfectamente catalogado, cuando se eliminó la enfermedad y la incertidumbre, y se inauguraron las ciudades y se suprimió la soledad, los sofisticados llegaron de la Tierra.

Llegaron en grupos, de vacaciones, para comprar recuerdos de Marte, sacar fotografías o conocer el ambiente; llegaron para estudiar y aplicar leyes sociológicas; llegaron con estrellas e insignias y normas y reglamentos, trayendo consigo parte del papeleo que había invadido la Tierra como una mala hierba, y que ahora crecía en Marte casi con la misma abundancia.

Comenzaron a organizar la vida de las gentes, sus bibliotecas, sus escuelas; comenzaron a empujar a las mismas personas que habían venido a Marte escapando de las escuelas, los reglamentos y los empujones.

Era por lo tanto inevitable que algunas de esas personas replicaran también con empujones...

(Fragmento de Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. Minotauro)

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