De igual modo que su máquina se habitúa tenazmente a que las teclas escriban Oscar, todo periodista de cine lleva ese nombre, en su vocabulario, como una fijación. En países lejanos de los Estados Unidos conoce del Oscar lo que de él puede saberse de oídas y de leídas, y un día por sí mismo valora la película, la actuación o el argumento que circula con su prestigiosa custodia y recomendación; pero ahí se queda.
Asistir al proceso con que culmina el otorgamiento de los Oscars implica complacer una curiosidad profesional; trasladar los apuntes al lector representa el ánimo de documentar, para éste, uno de los acontecimientos mayores de la cinematografía mundial.
Mi reseña corresponde a la distribución en que fue ganador el film "Mi bella dama" y que, por ejemplo, hizo decir a Army Archerd en "Variety": "La pasada noche de premios de la Academia fue la mejor que hemos cubierto en veinte años de nuestro diario trajín. Todos los ingredientes de un alto entretenimiento estaban allí bien presentados: drama, suspenso, sentimiento, música, 'glamour', comedia y Bob Hope. Ante ello, nos inclinamos profundamente".
Tomado ese texto como promedio de la apreciación que suscitó en las publicaciones especializadas, es prudente advertir que la comparación, respecto de los otros 19 años, tiene que ser válida, si Archerd da fe; pero que su párrafo con el enunciado es una exageración.
Cualquier semejanza…
Toda suposición de que esta competencia guarda semejanza con los festivales (Cannes, Venecia, Berlín, etc) es errónea y pasible de la controversia. De sus 27 premios, 26 están reservados al cine de habla inglesa. (Entiéndase, para el caso, sección geográfica norteamericana, con algunas ilustres excepciones como "Hamlet", de Gran Bretaña, en 1948). Los festivales son integralmente internacionales y comprenden la exhibición ante jurados, periodistas y delegaciones artísticas y técnicas, de todas las películas en concurso en dos o tres semanas, con reuniones de teóricos y críticos, productores y directores, abundantes conferencias de prensa, recepciones, paseos y actos culturales paralelos. Los 2.800 miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood votan por correo, en dos etapas que este año cubrieron el lapso 28 de enero-27 de marzo, pueden asistir a funciones especiales, sin aparato alguno, para revalorizar finalistas y por último el proceso se agota en un día.
La concurrencia extranjera se constriñe a los responsables de los cinco films de idioma no inglés con mayor cantidad de sufragios, uno de los cuales tendrá el Oscar 27.
Paraguas, Bergman, Israel
Con los extranjeros se produjo el primer encuentro general y colectivo de miembros de la academia y representantes del periodismo, en el Beverly Hills Hotel.
Tenía que estar, pero no estuvo Carlo Ponti, porque su película "Ayer, hoy y mañana" era candidata, la más firme y al fin ganadora, pese a ser un producto inferior a sus oponentes "Mujer en las dunas", del Japón, y "Los paraguas de Cherburgo", de Francia, éstas en desventaja porque han tenido menor exhibición comercial y los votantes no acuden mucho a las funciones especiales, se pronuncian no más por lo que vieron, como espectadores corrientes en el curso del año.
Como la mañana era lluviosa y confinó al Persian Room el desayuno que debió servirse junto a la piscina, Jaques Demy se hizo objeto de la broma fácil que confundía "Los paraguas de Cherburgo" con "Los paraguas de California".
Su colega Hiroshi Teshigara me explicó que "Mujer en las dunas" resulta distinta de las repeticiones en que incurre el cine nipón es porque él tiene una productora independiente. Su independencia de Ingmar Bergman sostuvo el concurrente sueco Bo Widerberg ("Fin del cuervo"), quien se declaró ajeno a las preocupaciones trascendentes de aquel gran creador y me dijo que más le importan las relaciones humanas. Meharven Golam, productor y director, y Topol, actor, me hablaron con fervor y alegría de cómo crece en Israel el cine. Que el film "Sallah" llegara a finalista en Hollywood es una evidencia.
Cosas de mar y cielo
Al otro día, cuando el programa para los extranjeros siguió entre los juguetes de Disneyland, la lluvia se reiteró inhospitalaria.
No obstante, veinticuatro horas más tarde, las nubes se replegaban cortésmente para la fiesta de Hollywood que no se hizo en Hollywood, sino colinas por medio, en Santa Mónica, junto al océano, apenas consolado de la soledad en que lo sume la noche por el compañerismo de la medialuna del naciente. Pretendía ser más dueño del cielo que ella, un dirigible de bolsillo que iba poniendo amenos mensajes en el aire con un sistema eléctrico adosado a su caparazón.
Junto a un superoscar dorado, el Santa Mónica Civic Auditorium afichaba: "37th Annual Academy Awards", y entonces uno echaba cuentas y podía acordarse de que esto empezó en 1928, cuando fue premiado aquel enorme artista que era Emil Jannings.
Chillantes “teenagers”
Los invitados desembarcaban a 50 metros –de alfombra roja y cordones policiales- y antes de llegar a las puertas de vidrio del Civic Auditorium si eran intérpretes de alguna popularidad tenían que saludar, desde un pedestal con micrófonos y entenderse como pudieran con las chicas pedidoras de autógrafos de las tribunas laterales. Chillaban, chirriaban, estaban contentísimas, frenéticas, las "teenagers" (cuya edad se cuenta con los cardinales terminados en "teen": 13 a 19): adhesivos pantalones, melenas suaves, largas y sueltas, cámaras fotográficas sensitivas y ultrasónicas, televisores de mano en los que veían lo mismo que vivo tenían delante.
El suyo fue el único desborde de los "Academy Awards". Ni el vestuario de las estrellas irrumpió con las fantasías y licencias de los festivales, indiferente, por cierto, a la tendencia preconizada estos días desde New York: recortes rectangulares a nivel de la cintura adelante que muestren como una ventana el correspondiente sector del cuerpo. Líneas sobrias de elegancia, con pieles, gasas y bordados, perlas aplicadas y a lo más un pronunciado escote. Una referencia difícil de constatar, por falta de una balanza a mano: el vestido de Debbie Reynolds, parcialmente hecho de cobre, pesaba 20 kilos.
Meditación e impiedad
Venían de a uno o de a dos, espaciadamente, a favor de las fotografías y la codiciada estridencia y conmoción de las muchachas. Dick Van Dyke permaneció cuanto quiso -no se paraba de festejarlo- haciendo mímica y chistes a costa de su cuello almidonado y demás galas.
Pero otros pasaban apenas recogidos por las miradas adultas, acaso meditativas y melancólicas. Son los que venían de algo parecido al fondo del pasado, decaída en las estrellas la felicidad de la piel (oh, el arrugado rostro de Ginger Rogers), en el indisciplinado abandono el cuerpo de algunos astros (increíble obesidad de Buster Keaton).
La edad se les vino encima y ha enturbiado la imagen radiante proyectada desde la memoria de alguna fama: su época (Francis X. Buchman, cine mudo), su Oscar (Greer Garson, "Rosa de abolengo", 1942), quizá su talento o al menos "su momento". Era, sin embargo, una especie de impiedad que recrudecía en sus efectos ante el contraste del triunfo sin esfuerzo, en el desfile del resplandor de las figuritas que por ahora son semilla nada más Sue Lyon, Ann Margret, etc. Pero… ¡es la juventud! Fausto lo entiende.
“The winner is…”
Un decorado estable de arcos superpuestos, dócil a las modificaciones parciales, escasamente imaginativo y de luces uniformes y sin sugestión, proveyó Joe Pasternak, productor para el "show" de danzas y canciones -la mayoría de los cinco films en expectativa- que con el afortunado retorno musical de Judy Garland y la conducción reidera de Bob Hope, apuntalado por siete libretistas, cubrió los espacios entre Oscar y Oscar.
Estos entraban en una mesita rodante como en los restaurantes de cócteles y los postres y a través de Claudia Cardinale o Jean Simmons o Deborah Kerr o Sidney Poitier u otra u otro pasaban a manos de quien acababa de oír su propio nombre completando la frase "The winner is…" ("El ganador es…").
Porque los candidatos finalistas eran cinco, para cada premio, y el lote tenía que llegar, como a la ribera de la esperanza, al borde del escenario (primeras filas de la platea) aguardando que se abriera el sobre que escondía, hasta ese instante, las señas del que obtuvo más votos. Éste subía, mientras los otros cuatro… Bueno, no hay nada que explicar.
Frank-Frank y Lila
(En 1933 Will Rogers, en el escenario, abrió el sobre para el mejor director. Mirando a la primera fila ordenó: "Ven, Frank, y toma tu Oscar". Trepó Frank Capra. Pero Will Rogers había querido llamar a Frank Lloyd.)
La posesión del idolillo de Hollywood (30 centímetros, 2.500 gramos de un metal económico recubierto de oro) desencadenó fenómenos de locuacidad, madurados chistes y comprimido "Thank you" infinitamente más corto que el discurso rumiado en la butaca.
Lila Kedrova -la mejor actriz de reparto, por "Zorba el griego"- se confesó, como tantos, "sorprendida y emocionada". A ella se le podía creer: Se ahogaba, se cortaba, tambaleaba; hubo que buscarla en medio de la sala, guiarla tomada de un brazo. Nació en Leningrado, reside en Montparnasse, estuvo acá brevemente por un rol y competía con Agnes Moorehead, Gladys Cooper, Edith Evans y Grayson Hall.
Ex Eliza al desquite
Julie Andrews participó, como protagonista, del triunfo teatral de "Mi bella dama", en Broadway. Sin embargo, la Warner Bros prefirió que en la versión cinematográfica Audrey Hepburn personificara a Eliza Doolitle. La primera votación para los Oscars consagró como candidatos a la película, su director George Cukor, su actor Rex Harrison y muchos colaboradores, pero no a Audrey Hepbur. En cambio, Julie Andrews llegó finalista como intérprete de "Mary Poppins", y en esa noche de los Oscars fue para ella el destinado a la mejor actriz.
A Audrey Hepburn se confió el sobre para el mejor actor. Se oía rasgar el papel. Ella leyó y dijo: "Rex Harrison". Rex subió abriendo los brazos y Audrey corrió al hueco afectuoso que habían formado, besó al hombre.
La fama, lector…
Corrían barballando -¿cuál más Oscars, cuál el N°1?- "Mi bella dama" y "Mary Poppins". Al desembocar en la decisión principal, la adaptación musical de "Pigmalion" de Bernard Shawn tenía acumulados siete y la comedia musical con actores y dibujos de Walt Disney le seguía con cinco. Fueron proyectadas escenas de las películas finalistas: "Dr. Insólito" regocijó con francas risas, "Beckett" encendió una hoguera de aplausos, menos tuvieron "Zorba el griego", "Mary Poppins" y "Mi bella dama".
Ganó ésta, sin herir ni entusiasmar. Había asentimiento general para la perspectiva, traducido en los pronósticos que elaboran los diarios. Jack L. Wanner, el productor, recibió el Oscar y habló. Antes de que terminara, la concurrencia empezó a retirarse, como en cine cuando el misterio queda aclarado y la película no es de final conciso: los impacientes dejan la sala, como si el que viene por la esquina fuera el último ómnibus. En la plaza de estacionamiento del Civic Auditorium aguardaban sumisos los Rolls Royce, pero era igual.
Los premiados habían ido saliendo, el curso de la función, entre bastidores, para desembocar en los sucesivos compartimentos donde estaban los fotógrafos de diarios, revistas y agencias noticiosas (que los registraban en pose al pie de un Oscar de dos metros y medio), los "cameramen" de cine y televisión, los periodistas de noticias y entrevistas. Se supone que es uno de los caminos de la fama. Rita Moreno, que lo recorrió en 1962 por "West sida story" ("Amor sin barreras"), anda sin trabajo.
Y mañana será la rutina
Beverly Hilton Hotel, 45 minutos más tarde. 242 mesas, cada una con 10 personas en torno. Escala internacional de cine: figuras de primera magnitud, 10 por ciento.
Los "flashes" rebotaban en el techo y su deslumbramiento se tumbaba sobre el amortiguado candor de las velas y la violencia encarnada de las rosas y los claveles.
Los fotógrafos prescindían de Merle Oberon, de Joan Crawford, de Angela Landsbury, de Elsa Lancaster… Las preferían oscarizadas.
Cesó la orquesta, cayó la luz. Entró fingíendose puro oro el Grande Ídolo Oscar, en palanquín que empuñaban cuatro enchaquetados de rojo. Y atrás la procesión de Oscarcitos sobre las blancas tortas de postre que más enchaquetados atribuyeron a los 242 manteles.
Medianoche. Las mesas clareaban de ausencias. Era temprano, tempranísimo; pero se filmaba a las 8 y a las 7 había que presentarse en el estudio. Algunos astros, los que bailaban y los sometidos a maquillaje especial, a las 6.30. Aunque hubieran consumido la noche en el Oscar recién ganado, contemplándolo. Contemplándose en él.