La Cinemateca Francesa, de la cual depende el Museo del Cine, es una institución de prestigio mundial, que atesora -y exhibe- películas y documentos que abarcan desde los orígenes de esa materia. Día tras día tiene una concurrencia internacional, profundamente interesada en la historia, problemas y horizontes del cine. Ni qué decir que ahí se ha producido la "toma de conciencia" de muchos directores hoy renombrados o en camino de serlo.
El programa de la Cinemateca, que naturalmente abunda en títulos procedentes de Francia, Italia, Alemania, Suecia, Rusia, Japón, etc, acaba de tener una fecha consagrada a la Argentina, a través de la obra de uno de sus directores con más segura decisión artística.
Se le dedicó las dos sesiones de una noche, bajo la inscripción: "Hommage a Torre Nilsson". Por nuestra parte, pensamos que también debía serlo para Beatriz Guido, la autora de las novelas que fundamentaron las dos películas: "La casa del ángel" y "Fin de fiesta".
"La casa del ángel" ya había tenido, en Francia, exhibición normal. "Fin de fiesta" se ha dado hasta ahora -me explica Torre Nilsson- sólo en tres oportunidades: en la quinta presidencial de Olivos, para el presidente de la Nación; en el National Film Institute, de Londres, y esta vez en París.
Aquí fue recibida con evidente satisfacción -no solamente expresada con los aplausos que siguieron a la palabra "fin" -por un público especializado que acudió lleno de interés (estaban, entre otros, Cavalcanti, Sadoul y Jaques Prevert).
Fin de fiesta
Impusieron un silencio impresionado los métodos de violencia preelectoral que caracterizaron en algunos momentos y en algunos lugares las luchas cívicas argentinas.
El film los ubica en Avellaneda en 1935 y extiende su mirada a sucesos trascendentales como el asesinato de Enzo Bordabehere en el Senado de la Nación.
Sedujo la pintura del contradictorio.
Guastavino, el hombre de armas al servicio del caudillo oficial, con su lastimante e irresoluto problema amoroso.
Agradaron con su interpretación, García Buhr, Lautaro Murúa, Graciela Borges y el actor mendocino Leonardo Favio, este en un papel casi sin palabras, que le exige mucho.
Provocaron excelente impresión la parte formal y expresiva y la atmósfera creadas por Torre Nilsson.
El diálogo no pudo ser captado íntegramente porque en su original tiene copioso lunfardo, del cual no se daba idea en la sintética traducción sobreimpresa en francés.
Film experimental
Desde las vecindades del escenario, Torre Nilsson expresó: "las palabras que un director puede decir antes de la exhibición de un film son muy pocas y el director siempre tiene miedo de ser peor que su obra o de empeorarla ante el juicio de ustedes. "Fin de fiesta" sigue en la línea que yo pretendo para el cine: un cine que busque mostrar la verdad de gentes y países, introducirse en geografías y personajes y que de ninguna manera se comprometa con lo comercial. 'Fin de fiesta', a pesar de ser el octavo o noveno que hago, es un film experimental. Si es comercial, yo no tuve la culpa".
(Al día siguiente, durante una conversación, quise saber si yo había oído bien: ‘experimental’. Torre Nilsson me dijo: “Sí, porque a mi modo de ver lo más serio del cine es experimental en el sentido de ‘búsqueda’, lo cual significa que no tengo la vanidad de haber alcanzado ya algo distintivo, terminado”).
Cuando terminó de hablar en la Cinemateca, Torre Nilsson salió abriéndose paso entre la densidad de la concurrencia que ocupaba los pasillos. Estaba muy nervioso, nervioso de expectativa. No tenía por qué, como se lo demostró, más tarde, la resonancia completamente positiva que obtuvo su film.
Asistió Yoko Tani, la actriz japonesa de la película británica "El viento no sabe leer", ya estrenada en Mendoza. En París hace teatro. Estuve con ella y le pregunté su impresión sobre "Fin de fiesta". La contestación, resumida: "Muy interesante el tema. Es buen cine".