El sábado inglés, como todos los días, comienza con el "breakfast": jamón o panceta frita, huevos fritos o pasados por agua, tostadas o pan blanco de miga con manteca común o salada, mermelada y té, puro o con leche, un par de tazas. Pero a muchos les será dado el placer de tomarlo sin prisa media hora más tarde de lo habitual -digamos, a las 8 u 8.30- porque para ellos la semana activa terminó al atardecer del viernes.
Un amplio sector de los negocios y las fábricas no hacen, el sábado inglés de 24 horas, pero rigurosamente empieza para todos poco después de mediodía. No resulta extraño para un argentino; sin embargo, no es universalmente igual ni siquiera en Europa. En Francia, por ejemplo, la generalidad de las oficinas públicas funciona desde la mañana del lunes hasta las 12 del sábado; pero casi la totalidad del comercio trabaja los sábados hasta las 18.30 ó las 19; el lunes, esas casas, si abren, sólo lo hacen en horas de la tarde, pero no pocas establecen la pausa completa de domingo y lunes.
Bien, en Londres, la mañana del sábado, si luce sol, quien está libre -y los niños lo están, para agregarse más a los padres ese día- puede responder desde temprano al llamado de la naturaleza, una de cuyas formas es el deporte náutico, o más fácilmente incita a pisar el verde, siempre manso, del campo o de los parques de la ciudad. El campo agrícola, tan suave como las colinas que se tienden hacia el mar por el lado de Folkestone tan pronto como acaba Londres.
Un ramillete de flores. Túnicas gris-azuladas
Pero de mañana también está el llamado de la ciudad para pasearla y penetrarla. Los grandes comercios son, dentro de ella, como otra ciudad, la ciudad donde se acumulan todas las cosas que cada uno desearía poseer para que el hogar y la vida sean más cómodos y agradables. Como no se puede comprar todo, se mira; se lleva a los chicos al zoo que algunas grandes tiendas poseen en su tercer o cuarto piso, y se toma un helado o un café con "rolls" en el restaurante.
El señor elegante, que posee o no posee título, se cubre con un redondo "bowler" (sombrero melón) y lleva prevenido el paraguas, que fino y plegado parece bastón; adquiere en el puesto de la esquina un ramillete de flores y se aleja por la vereda llevándolas en alto, muy enhiestas, muy junto al pecho, que seguramente le ha dictado la compra.
A las 10.30 hay cambio de guardia en el Buckingham Palace (residencia de la reina) o bien en el Saint James Palace (donde viven la reina madre y la princesa Margaret, ahora de nuevo en constante primera plana de los diarios, a raíz del noviazgo con Tony Jones). Los soldados, con su morrión altísimo, que les cae hasta los ojos, evolucionan de acuerdo a tradicionales ritmos militares, muy propios, con algo de Ballet, bajo potentes órdenes de mando, y en seguida llega la guardia de relevo, precedida por las calles de una banda más numerosa que la guardia misma, muy sonora y vistosa. La banda se estaciona, hace música, un breve concierto, en redondel en torno de su conductor, mientras los dos abanderados -el que sale y que entra- recorren el terreno próximo largo a largo, una y otra vez. Las túnicas rojas no son para todos los días y así es que los centenares de personas que en cada ocasión congrega la ceremonia se dan con una guardia algo más simple de indumentaria, con sus vestiduras gris-azuladas.
El pájaro más antiguo y rastros americanos
En el National History Museum los niños tienen su propio centro, que les facilita el dibujo, la pintura y el estudio de todo eso que los rodea y representa los mundos animal, vegetal y mineral desde remotas épocas. Allí donde la cultura nos da la presencia de Darwin se pueden considerar los testimonios de la evolución del hombre y los animales. Y se puede ver, en la realidad de sus huesos impresos en la piedra, el Archaeopteryx, el más antiguo pájaro conocido (vivió en Europa hace 120 millones de años; el dibujo que lo representa nos muestra una cabeza de reptil y con pico y una gran cola marrón).
Ahí está el "megatherium american", de los depósitos aluvionales de Buenos Aires, reconstruido con huesos que coleccionó Sir Woodbine Parrish y otros que tenía el British Museum. Una gran bestia que apoya en un árbol sus patas delanteras y se sienta sobre las traseras y la poderosa cola. Algo más que evoca a Sud América: la "southern anaconda", presentada por la Zoological Society of London en fecha relativamente reciente, en 1950.
Asimismo, en el Museo Británico -ese inmenso depósito de los elementos representativos de la existencia cotidiana y la cultura de los pueblos, que agrupa desde los manuscritos que atañen a la historia de Inglaterra hasta trozos monumentales del arte escultórico de los griegos y los egipcios- hay algunos rastros de América: sea el tótem del norte, sean estampillas postales o mates de la Argentina. La inscripción dice: "Maté", con acento. Hay mates retorcidos y abultados, con borde de plata junto al facón, la espuela, el estribo y el rebenque. Estampillas de la Confederación Argentina, de 1862; una, azul de 15 centavos, tiene un sello con estas señas: "Correo de Gualiguaichú".
Allí vivieron Dickens y Winston Churchill
¡Hay tantos museos que la falta de urgencias del sábado convida a descubrir o bien a repasar o bien a participar al conocido al hijo, a quien uno quiere!...
De arte, las galerías, la National, por ejemplo, frente a Trafalgar Square, con su abundancia de tumultuosos Turner, sus Reynolds y Gainsborough, Botticelli, Van Dyck, El Grego, Goya, Leonardo, Holbein, Miguel Ángel (representado por uno de los tres cuadros que se le conocen, pues como se sabe en pintura se expresó por medio del fresco), Rembrandt, Rubens, los impresionistas franceses etc.
De literatura, la Dickens House, en el 48 de Doughty Street, con una pequeña placa que simplemente dice: "Charles Dickens, 1812-1870, novelist lived here". (Ya muy cerca se insinúan las lonjas de viviendas de la gente humilde: calles estrechas donde la ropa lavada cuelga de vereda a vereda, o mejor, de la ventana de un lado a la ventana de enfrente).
Museo de la historia vieja de Inglaterra, la Tower of London, y monumentos de la historia cuya resonancia hemos sentido en todo el mundo, particularmente en los años de guerra: el Parlamento, junto al Támesis, y Dowing Street 10. Es tan sencilla esta casa donde Churchill preparó sus batallas: dos pisos, ladrillos ennegrecidos, la puerta de madera, el 10 con letras blancas, la típica rejilla inglesa que bordea el hueco que da al subsuelo, un farol cuadrado en una callecita tranquila y corta. Cerca -no ante la misma puerta- dos policías de casco, nada más, constituyen toda la custodia de la casa del primer ministro británico.
Ingleses y extranjeros se acercan a ver el 10 Downing Street. Desde el interior por encima del visillo, alguien, con igual curiosidad, los mira.
A la vuelta está Whitehall. La guardia montada, con su casco emplumado. El soldado permanece en posición, horas, sobre su cabalgadura. Los chicos se acercan al caballo, le acarician la cabeza, él se deja y aprovecha los terrones de azúcar. El soldado de casco emplumado de rojo no se mueve, parece no estar, fija la mirada no se sabe dónde.