Crítica del show de Vendimia: una sinfonía que desafina en todos sus instrumentos

La puesta es un errático planteo escénico y musical que, por su falta de concepto, elimina la efectividad de todos los elementos artísticos.

Crítica del show de Vendimia: una sinfonía que desafina en todos sus instrumentos
Crítica del show de Vendimia: una sinfonía que desafina en todos sus instrumentos

Mucho se habla en esta provincia sobre lo gastada que está la "fórmula" del argumento del espectáculo vendimial: el agua, el vino, los huarpes, los inmigrantes, el cuadro de la virgen, los pueblos latinoamericanos, la gesta sanmartiniana, la Mendoza pujante se suceden, año a año, con escaso margen para los puestistas de proponer una obra interesante, memorable, que justifique el dinero invertido y haga sentir a los mendocinos el orgullo de la pertenencia de cara al mundo. El espectáculo de Vendimia se sostiene en esa fuerza imbatible que tiene la identidad cultural cuando se hace carne en los pueblos. Y es por eso que, aún en su rigidez argumental la esperamos, la comentamos, la vemos y la sentimos nuestra.

Las fiestas populares son hitos en los que esa identidad tiene que poder encontrar referencia. Y en ese sentido, con más o menos suerte, ha habido puestas que merecen el recuerdo. No es el caso de "Sinfonía azul para el vino nuevo", por muchos y diversos motivos que descansan en uno de base: no hay un concepto poético y escénico claro sobre el que construir y pensar los elementos de la puesta para que funcione.

Sobre ese escenario del teatro griego hemos escuchado los textos y hemos visto transitar por los cuerpos de los artistas los guiones de escritores inmensos: Liliana Bodoc, Luis Villalba, Arístides Vargas; entre más. Esta vez el guion (de Golondrina Ruiz) es apenas un grupo de ideas, algunas que podrían haber funcionado muy bien, sostenidas en un esqueleto simple y lanzadas sobre el escenario como si éste fuese el caldero de un guiso que va a quedar gustoso porque tiene de todo.

Lo que sucede es que en ese potaje los elementos a "cocinar" provienen de concepciones culturales muy diversas, muchas de las cuales no nos pertenecen ni son parte del ideario popular mendocino: desde el pop ochentoso de "Xanadú" (la película de Robert Greenwald que interpreta Olivia Newton John) hasta el ideario Disney (con sus hadas madrinas consejeras y sus textos repletos de adjetivaciones y lugares comunes para la emoción) se cuelan en los trazos visuales, textuales, musicales, de vestuario y coreográficos de esta puesta (dirigida también por Golondrina Ruiz). En esa mixtura lucha por darle nervio telúrico y propio esa porción de lo escénico que reconocemos como cuyano, con sus toques de cuecas y tonadas.


El espectáculo mezcó géneros y logró "romper" un poco con la tradición de las fiestas | José Gutiérrez / Los Andes
El espectáculo mezcó géneros y logró "romper" un poco con la tradición de las fiestas | José Gutiérrez / Los Andes

Sí es interesante relevar que esta estructura ha hecho un esfuerzo por zafar de la rigidez argumental que se impone año a año. Y lo ha conseguido, pero a costa de construir una obra que es, en todos sus puntos, un artefacto kitsch (con sus aires adocenados, cursis e infantiles). La única idea lograda es la de introducir mayor participación de lo teatral en la puesta, en especial al principio, donde la atmósfera de comedia y clown (que lleva a fuego la marca de Claudio Martínez) merece el destaque con las eficaces intervenciones de Aníbal Villa (el personaje principal). Vale entonces contar que el argumento teatral, que sostiene al devenir de cuadros sin criterio estético único, es la historia de un director de orquesta (Villa) que busca durante toda la obra la nota azul que convierta la sinfonía que está componiendo en una pieza única. En esa búsqueda irá encontrando la ayuda de las Memorias (Alicia Casares, Mariú Carrera, Celeste Álvarez, Margarita Cubillos, Elena Schnell, Sandra Viggiani y Vilma Rúpolo) que lo guían en el encuentro con los elementos naturales: grandes actrices que cumplen con altura su rol de hadas madrinas a lo Cenicienta.

El argumento funciona bien, se comprende y es el hilo conector de los cuadros. Pero la cruza de estilos y poéticas visuales y sonoras, el vestuario de Andrea Cardozo (un desacierto total en su construcción de sentido), el diseño escénico con innumerables elementos que no aportan organicidad a la obra (los artistas aéreos; las visuales que, como en un acto escolar, refuerzan la idea infantil de explicar lo que no es necesario explicar; las coreografías sin destaques interesantes) convierten a "Sinfonía…" en este guiso repleto de ingredientes sin función específica. Por lo tanto sin atmósferas, ritmos ni cadencias, y de una extensión excesiva (casi una hora y media de duración) con cuadros desperdiciados por estas fallas (como el de tango, por ejemplo, que en realidad son dos) y los folclóricos (muy bien logrados) que se pierden en la espesura de efectismos.

El repertorio musical, dirigido por Juan Pablo Moltisanti, sigue los dictados de esta puesta kitsch y abigarrada en una mezcla de estilos sonoros que se superponen, unos a otros, sin criterio unificador: hay grandes momentos musicales interpretados por cantantes notables; como los hermanos Miceli, Belén Loüet  y María Eugenia Fernández. El cuadro reggaetonero, no es el caso.

Así, con "Sinfonía azul para el vino nuevo", tenemos en nuestra historia otro espectáculo de Vendimia que ha intentado, no sin buenas intenciones, escapar del rígido encorsetamiento en que está presa esta puesta desde hace años. ¿Es distinto?: sí. ¿Eso lo hace bueno?: no. Se impone, entonces, un giro total, un cambio trascendente y completo a fin de que se potencie el vigor de esa identidad cultural que lo sostiene. Es un desafío que deberán tomar quienes conducen los destinos de esta fiesta (en todos sus aspectos) para elevar ese milagroso acto de fe en lo popular que se vive cada año.

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