Crítica del acto central "Tejido en Tiempo de Vendimia": ¿pulgar arriba o pulgar abajo?

Patricia Slukich comenta en este video si es bueno o malo el espectáculo visto en el Frank Romero Day.

Crítica del acto central "Tejido en Tiempo de Vendimia": ¿pulgar arriba o pulgar abajo?
Crítica del acto central "Tejido en Tiempo de Vendimia": ¿pulgar arriba o pulgar abajo?

En este video, a minutos de haber presenciado la puesta: ¿pulgar arriba o pulgar abajo a la Fiesta Mayor de los Mendocinos dirigida por Alicia Casares?

Hay que decirlo, aún sabiendo que muchos lectores puedan indignarse: la Fiesta del Sol sanjuanina, que comenzó como una copia dudosa de nuestro megaespectáculo sobre la Vendimia, está de a poco convirtiéndose en un duro rival para los creativos locales.

El secreto es que en San Juan -que todavía no ha podido ni por asomo hacerle sombra a la magnificencia del Frank Romero Day y sus efectos especiales- no hay ni siquiera un tema prefijado; lo que le permite a los artistas volar a gusto en proposiciones temáticas y estéticas, siempre y cuando refieran a algo del universo identitario de esa provincia.

En cambio, en Mendoza, no terminamos de asumir que la estructura rígida y en secuencia de nuestro espectáculo (surgimiento del vino, los huarpes, la cosecha y su virgen protectora, los inmigrantes y la industria pujante) es lo que asfixia los intentos de volverlo una experiencia memorable y lo condena a una repetición al infinito de los mismos gestos escénicos con escasas variantes.

Nuestro talentos locales buscan, cada año, la forma de encontrarle la vuelta a una escena que tiene demasiadas premisas inamovibles. Este año Alicia Casares y su guionista Miriam Armentano intentaron dar con la idea que podía sacarlos del atolladero tradicionalista: se propusieron narrar una historia que, aunque compuesta en cuadros, tiene una esencia teatral. Es un romance que viene difícil, entre dos personajes centrales -Mariela (Laura Masuti) y José (Rubén Antinori)-; tiene un antagonista que busca poner a prueba ese amor -el Tejedor de Destinos- y un narrador testigo y en escena (Nicolás Godo Giménez) que debe gestar la cohesión narrativa que toda obra teatral precisa. La acción transcurre en una finca en plena cosecha, durante todo un día.

Tenemos aquí, un primer apunte revolucionario que podría haber desterrado el "fantasma sanjuanino" de un plumazo. Y es que la pretensión era la de que no hubiese un show de Vendimia puro y duro, sino una obra teatral: simple, desplegada en el espacio con los brillos de los trajes, los bailes, la música y los vestuarios, pero obra de teatro al fin.

El asunto es cómo esa teatralidad se despliega sobre el inmenso escenario de los cerros. Y, hay que decirlo: todo quedó a medio camino para confluir en un espectáculo prolijo, bien craneado en el espacio escénico, con un vestuario bellísimo, algunas buenas ideas de puesta (con la ayuda de la utilería mayor y menor), buenos efectos visuales (en especial en la pantalla y el teatro aéreo utilizado solo como elemento decorativo y no de progreso en la narración). Pero del quiebre, de la posibilidad de instaurar un espectáculo inolvidable, solo algunos buenos cuadros bien trenzados. El final es conmovedor: en la música y sobre la escena.

La intención de que el antagonista (protagonizado por Iván Keim) sobrevuele la narración para ir estableciendo la tensión del conflicto, se pierde en la sucesión de los cuadros. Los amores entre José y Mariela quedan ocultos en la parafernalia visual y la progresión de la historia asoma a veces, de tanto en tanto, cuando los climas bajan de esa épica constante que le impone la música y las creativas coreografías a cargo de Virginia Paes.

La utilería menor de Damián Belot, y la mayor de Luciano Cortés, son en esta fiesta grandes aliados para recuperar los apuntes de la historia de base. La escenografía de Gabriela Bizón también hace lo suyo en este sentido. Es que la gran actriz que es Alicia Casares, conoce cómo diagramar un espacio escénico y gestar climas dramáticos, sabe de la importancia de estos elementos y de sus posibilidades expresivas.

Pero el problema en "Tejido..." es que el planteo estructural de la escena total, asentada en la idea de los tejidos y las tramas, no se anima a romper el molde, a patear el tablero de la estructura rígida y armar la mentada revolución. Y lo curioso es que sí se atrevió a romper con la seguidilla de temáticas que son habituales en la estructura: ni cuadro de inmigrantes, ni cuadro de huarpes; lo cual se agradece y celebra.

Uno de los elementos que, en esta puesta no colabora, es la música. Es que la banda sonora pergeñada por Mario Galván, excepto apuntes deliciosos como el de la "Cumbia del cosechador" o la formidable composición de Ramón Ayala, "Cosechero", sostiene un tono épico constante, que vuelve al conjunto un corpus monótono y con pocas sutilezas y, cuando lo intenta (con un fragmento de aria de "La traviata", por ejemplo) suena descontextualizado y fuera de registro. Hay por supuesto grandes momentos, porque Galván es un buen músico, para acompañar al planteo escénico: el carnavalito, el cuadro de las tejedoras (con la voz solvente de Paula Neder), el tango que tiene la espesura que requiere la escena y el malambo son los casos.

Así, pese a que todo funciona en este espectáculo, se convierte en una más de las batallas que los artistas de Vendimia emprenden, cada año, para destruir el corsé que los constriñe a un apunte más. Este tejido tiene momentos hermosos, donde el color y los buenos ritmos (el Alcatraz y su cuadro respectivo es un ejemplo) le aportan emotividad e hidalguía. Pero lo que fue intención de revolución narrativa no terminó de cuajar. Sin embargo esta fiesta de Casares merece el aplauso: por colorida, prolija, noble y bien intencionada.

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