Están sentadas en el living. La periodista le pregunta a Clara (Sônia Braga), una crítica musical jubilada y protagonista absoluta de esta película, si prefiere el disco o el mp3. Ella no es dogmática, reconoce las ventajas de todo lo digital, pero se atreve también a responder de una forma más inteligente: se levanta, elige uno de los vinilos que tiene en su gran colección y le cuenta a la entrevistadora su historia: lo compró en tal lugar de segunda mano, se editó en tal otro, encontró adentro tal recorte de diario, no sabe quién fue su anterior dueño.
Así nos dice que un disco no es solo un objeto: es también una historia. En la materialidad se inscriben, siempre, nuestros recuerdos. Ella lucha por esa memoria.
Y ésa es quizás la tesis de fondo de Aquarius (Kleber Mendonça Filho, 2016), una película que se estrenó a principio de este año con gran repercusión (compitió en el Festival de Cannes del año pasado) y que ahora, merecidamente, vuelve al popurrí de fin de año que propuso el Cine Universidad (hoy y el sábado), además de estar disponible en Netflix todos los días.
Es la historia de Clara, una mujer que se niega a abandonar el edificio donde vive, resistiendo con tenacidad a algo que parece irremediable: la modernización del mundo, las nuevas tecnologías, el llamado progreso.
Ella no quiere moverse de su departamento, donde tiene los objetos y los recuerdos de toda su vida: la superación de un cáncer, la infancia de sus tres hijos, su esposo fallecido, sus largas horas de escucha y de lectura. Todo eso de felicidad y de desdicha que nos hace ser quienes somos.
Ya desde la primera escena, donde la vemos joven y recién recuperada de la quimioterapia, tenemos la pista para interpretar lo que Mendonça Filho quiso decirnos. Asistimos al cumpleaños 70 de su tía Lucía, quien se deja seducir por los recuerdos que le dispara un mueble en la habitación: se ve a sí misma en los años '40, joven, sexual, revolucionaria.
Pero 30 años después, el conflicto se disfraza (¿se complejiza?) en una lucha frente a la modernización inmobiliaria de Recife, que es donde se ambienta la historia. Ella seguirá en ese edificio, incluso cuando todos sus vecinos se hayan ido. Rechaza todas las ofertas. Se irá solo muerta, dice.
La película tiene un gran atractivo no solo desde este punto de vista psicológico, sino también antropológico, porque plasma desde la tangente esa grieta social tan honda en Brasil, que queda manifiesta en muchas de las situaciones del filme (desde la injusticia a la que se habituó su empleada Ladjane hasta la presencia enigmática de los evangélicos en el edificio).
Braga está magnífica, al punto de que es imposible imaginarse la película sin ella. Tiene la posibilidad de mostrar eso tan pocas veces retratado: una mujer madura, enérgica, que se permite aún jugar a la seducción y disfrutar de su sexualidad. Todo con un mar de música de fondo, porque la banda sonora es riquísima: va desde Amar Azul a Heitor Villa-Lobos. Todas las canciones de su vida están a ahí presentes. Ese soundtrack es ella misma.
Dónde verla: en el Cine Universidad (Nave Universitaria, España y Maza), hoy miércoles 13 de diciembre, a las 22, y el sábado 16 de diciembre, a las 20. En Netflix también está disponible.