Hubo dos momentos históricos en los que el conductor del peronismo, jugando el papel del barón de Frankenstein, construyó una criatura monstruosa para llegar al poder que de otro modo no habría podido obtener. Uno de ellos fue Juan Perón en 1973, el otro fue Eduardo Duhalde en 2003.
La creatura de Perón
Cansado de intentar retornar al país durante más de 15 años, Perón no encontró más alternativa que reunir todo lo que andaba suelto dispuesto a aceptar su conducción, pero ello sumaba (¿sumaba?) gente de la extrema izquierda a la extrema derecha que no dejaban de pensar como pensaban sólo por ser convocados por Perón. Ninguno de ellos quería hacerse peronista, todos querían que Perón se hiciera como ellos.
La creatura frankensteiniana que dio a luz un 25 de mayo de 1973 fue terrible y tuvo contradicciones insalvables. Quizá, y sólo quizá, la habría podido reemplazar por algo más razonable su propio creador, pero éste murió en el intento y lo que vino después fue un caos demoníaco en sentido literal. El Apocalipis
La creatura de Duhalde
En 2003, para que no volviera Menem al poder, el conductor ocasional, Duhalde, creó su propia creatura. No era monstruosa sino desconocida, venía del sur y era lo único que tenía luego de que De la Sota o Reutemann se rindieran.
Para imponer a Néstor Kirchner, Duhalde inventó un esperpento electoral llamado neolemas que atomizó tanto la oferta electoral que por el medio se coló su candidato.
Todo hacía suponer que detrás del ignoto K, Duhalde, poderoso señor de la provincia de Buenos Aires, fortalecería su dominio sobre el país. Pero ocurrió que Kirchner tenía un proyecto de poder mucho más grande que el que tenía Duhalde, y en poco tiempo la creatura desplazó al creador, sin monstruos ni caos. La creatura de Frankenstein, esta vez, a diferencia de la novela y de sus propios antecedentes peronistas, normalizó al país, aunque por la forma en que lo hizo también crearía sus propios monstruitos a futuro.
Néstor vio lo que casi nadie vio: la potencialidad del progresismo para un proyecto de poder. Hasta entonces él era un caudillo más o menos renovador en lo ideológico pero feudal hasta la médula en su gobernación santacruceña. La esperanza era que como presidente dejara sus prácticas feudales y las cambiara por sus concepciones progres (más cultivadas aún por su esposa), pero ocurrió una síntesis muy rara: haciendo suyas las banderas progresistas, cubriendo de autoestima y gloria a ese sector hasta entonces minoritario en la política concreta pero muy prestigioso en el pensamiento político, logró feudalizar al progresismo. ¿De qué modo?, haciéndolo inmune a las dos principales críticas que hasta entonces el progresismo postmuro de Berlín tenía contra el poder: la impunidad y el autoritarismo. Nadie había luchado tanto contra la corrupción del poder y contra las desviaciones autoritarias como el progresismo. Kirchner logró, y luego Cristina aún más, que el progresismo mirara para otro lado, disculpara o incluso amnistiara ambos flagelos si los practicaban los que levantaban sus banderas. Predominó la autoreferencialidad por sobre las posturas éticas. Y desde entonces, todo lo que de corrupción o autoritarismo tenga que ver con el kirchnerismo, es justificado por infinidad de progres que no son ni corruptos ni autoritarios pero que prefieren juzgar más por lo que se dice que por lo que se hace.
La creatura de Cristina
Nadie sabe a ciencia cierta qué pasará a partir del 10 de diciembre cuando otra vez una aprendiz del barón de Frankenstein, Cristina Fernández (continuadora peronista de Perón y Duhalde) ha creado su propia creatura en la piel de Alberto Fernández y en la frágil pero espectacular unidad del peronismo que forjó ella con su propia mente y manos.
La creatura es toda suya, tanto la personal: el Alberto, como la colectiva: el peronismo que le responde, donde casi nadie quedó afuera.
Sólo ella podía inventar un Alberto que puede ser a la vez el que piensa igual a ella en casi todo y el que piensa distinto a ella en casi todo; los dos juntos para captar votos de un lado y del otro. Ninguno excluye al otro. Algo rarísimo.
Ella conoce además las debilidades del peronismo porque las ha vivido todas e incluso ha intentado lo mismo que ahora le intentan a ella: los peronistas no K sueñan hoy con infiltrar al cristinismo como Cristina y Néstor en su momento pensaron infiltrar al peronismo para quedarse con su herencia. O como casi todos pensaron en 1973 infiltrar a Perón para lo mismo, heredarlo.
Pero lo que ocurre siempre al final es que el peronismo no echa a los infiltrados, sino que los hace peronistas. Y el movimiento no para de sumar.
Esta semana, frente a la justicia, Cristina pareció una fiera acosada dispuesta a matar o morir, pero no dejó de ser un espectáculo al que nos tiene acostumbrados. Para advertirle a sociedad y jueces que ni ella ni su familia irán jamás presos, que los electores (a los cuales confunde con la historia) ya la indultaron si algún pecado, “sin querer”, cometió.
Por ahora no parece querer cogobernar, sino en todo caso prepararse para gobernar en un mañana si no le sale lo que espera de esta etapa: quedar libre de culpa y cargo de toda acusación, con otros o sola con su famila, pero quedar libre.
El poder sigue siendo todo suyo, o diríamos que es la única que tiene tanto poder en el país, los demás tienen pedazos muy pequeños comparados con el de ella, incluido Alberto. Todos tienen algo pero ella tiene mucho más que algo.
El Congreso es el Álamo de Cristina, desde allí resistirá. Mientras tanto extiende sus controles por todos lados para neutralizar algún posible ataque desde el Ejecutivo, desde las provincias o desde lo único que cree infiltrado del enemigo dentro del Congreso: Sergio Massa. Tiene además un territorio propio colosal, la provincia de Buenos Aires.
Esta semana le lanzó su primera advertencia a Alberto: Vos fuiste mi jefe de gabinete. Por eso, o caemos los dos o nos salvamos los dos; institucionalmente somos igual de responsables (o vos un poquito más porque debías saber más), yo no pude haber sabido nada de la corrupción si antes no lo sabías vos, insinuó sin decirlo.
Aterrado frente a esta clarísima advertencia, Alberto no tuvo mejor idea que decirle a Macri, más o menos lo mismo que Cristina le dijo a él: Mauricio, así como fueron por Cristina, esos mismos jueces ahora irán por vos. Lo mejor sería que no vengan por ninguno, insinuó sin decirlo.
Esto es todo lo que sabemos hasta ahora de la creación cristinista; veremos con el análisis día a día, qué surgirá de este nuevo y tan singular experimento a los que el peronismo nos tiene acostumbrados, pero que sin embargo nunca deja de sorprendernos.