Cristina se equivocó de discurso

En la reciente Cumbre de Panamá, mientras los presidentes de Estados Unidos y Cuba limaban asperezas y acercaban posiciones, Cristina Fernández brindó un discurso anacrónico fuera de la realidad.

Cristina se equivocó de discurso

Cristina Fernández de Kirchner vio, en la reciente Cumbre de las Américas realizada en Panamá, la oportunidad ideal para posicionarse en el liderazgo de los mandatarios de esta parte del continente. Seguramente a su criterio y el de sus seguidores-aduladores había un vacío que resultaba apetecible de cubrir entre los mandatarios sudamericanos, y el momento era el ideal. Además, por supuesto, de que difícilmente pudiera repetirse en razón de que se trataba de la última reunión de importancia en la que iba a participar en carácter de Presidenta de la Nación.

El vacío de liderazgo está dado por las tremendas dificultades que enfrenta Nicolás Maduro para mantener su gobierno en Venezuela, con una presencia personal absolutamente debilitada si se la compara con el liderazgo que supo alcanzar Hugo Chávez. La brasileña Dilma Rousseff está demasiado ocupada y preocupada por los hechos de corrupción descubiertos en la petrolera estatal, mientras la chilena Michele Bachelet ha caído en la consideración de los propios chilenos como consecuencia de la denuncia de utilización de influencias por parte de su nuera para lograr un préstamo bancario para un negocio inmobiliario. La Presidenta y su entorno debieron pensar que en la Argentina esos problemas no se dan porque no hay denuncias de corrupción (¿Ciccone y los ferrocarriles son inventos de los medios dominantes?) y su entorno familiar no está mezclado en utilización de influencias (¿Hotelsur y los hoteles del Calafate también son inventados por los medios hegemónicos?) mientras, en esto sí hay que reconocerlo, mantiene una imagen interesante para la consideración pública.

Lo que seguramente ni Cristina Fernández ni su entorno tuvieron en cuenta fue que la nueva era de relaciones entre Cuba y Estados Unidos iba a ocupar absolutamente el centro de la escena, no sólo por el hecho histórico en sí mismo sino por el tenor de los discursos pronunciados por cada uno de los mandatarios. “Los cambios de política hacia Cuba abren una nueva era en el hemisferio (...) Que el presidente Castro y yo estemos sentados aquí es un hecho histórico. Nunca antes las relaciones de Estados Unidos con América Latina fueron tan buenas”, expresó Barack Obama, quien aprovechó la Cumbre para marcar un nuevo ciclo en las relaciones con América Latina. De inmediato, al tomar la palabra, Raúl Castro expresó su voluntad de avanzar en un “diálogo respetuoso y de convivencia civilizada entre ambos Estados, dentro de nuestras profundas diferencias”, culminando las alocuciones con un fuerte apretón de manos entre ambos mandatarios.

Detrás de ellos habló la Presidenta argentina, aunque su discurso no fue escuchado por Obama, quien se retiró antes del recinto. Pero las palabras de la Presidenta no estuvieron dentro del tono cordial que se le había dado a la reunión. Dijo, por ejemplo, que “Cuba no está sentada aquí por casualidad, porque a un presidente se le ocurrió, sino porque luchó con una dignidad sin precedentes. Líderes que no traicionan su lucha sino que fueron parte de ella”. Descargó sus dardos contra Estados Unidos porque “quiere equidad con prosperidad, pero luego tildan de populistas a los gobiernos que más incluimos a nuestros compatriotas” y cuestionó la relación de Estados Unidos con los países de la región al señalar que “la historia ayuda a comprender lo que pasa, lo que pasó, por qué pasó y fundamentalmente a prevenir lo que puede llegar a pasar, porque la historia enseña”. Valoró la decisión de Obama de iniciar el diálogo con Cuba, pero cuestionó la decisión del gobierno estadounidense sobre Venezuela, tildando de ridícula la calificación de “amenaza para la seguridad de Estados Unidos”. Las palabras de Cristina Fernández sorprendieron a propios y extraños. “Habló como si nada hubiera cambiado”, dijeron algunos analistas, mientras otros lo calificaron como “discurso anacrónico”.

Años atrás, durante un acto oficial, el entonces presidente Carlos Menem comenzó a leer un discurso que no se correspondía con la ceremonia. Reconoció entonces que se había equivocado de discurso y, de inmediato, leyó el que correspondía. Cristina, en la Cumbre, también se equivocó de discurso, porque no estaban dadas las circunstancias para hacerlo, pero no reaccionó y no quiso reaccionar a tiempo.

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