¿Mis primeros recuerdos? El patio de la casa donde viví hasta casi los 5 años: un fuentón de aluminio lleno de agua al sol, que se convertía en mi ‘pelopincho’ durante el verano.
Nací en Rosario, en la zona sur de la ciudad. El vecino de la casa donde nos mudamos fue mi primer amor, antes de cumplir los 6.
Solía ir con mi papá de la mano al Cineclub de Rosario, a ver todas las películas de Artkino Pictures.
Ví “101 dálmatas”, la del ‘61, unas siete veces. No, no por la villana. Yo era tierna de niña. Me volví amante de los malos de película mucho después.
Mi madre es mendocina, de Junín, así que viajábamos en los veranos a Mendoza. Tengo maravillosos recuerdos de las fincas de mis tíos, en el Este mendocino. De allí, de esa tierra de infancia, nació la pasión por narrar el tiempo que San Martín permaneció en esa zona, los nueve meses que vivió en su chacra mendocina, casi solo, luego de la campaña libertadora.
Sí, yo fui presa política quince meses: desde setiembre de 1975 hasta diciembre de 1976. Vine a Mendoza en enero de 1977, tan pronto salí de la cárcel. No podía quedarme en Rosario. Aquí tuve que empezar de nuevo, junto a mi primer marido, quien había estado preso el mismo tiempo.
Trabajé de cajera, de administrativa, de cualquier cosa que ocultara que yo podía pensar. Pero me duró poco...en el ‘79 me acerqué al Instituto Goethe, donde proyectaban películas del nuevo cine alemán. Empecé a estudiar el idioma. Integré el primer grupo del Goethe que armó Gladys Ravalle. Luego me fui a hacer teatro con Cristóbal Arnold. Incluso fui la Anyula de “La Nona”. Mis primeras actuaciones habían sido en Villa Devoto, en el teatro vocacional que hacíamos con algunas compañeras actrices y/o directoras.
Después empecé con el Súper 8, cuando el grupo de teatro de Cristóbal participó del mediometraje “El Futre”, debuté como asistente de dirección.
¿Qué me dio el teatro? Me dio soltura en la expresión corporal. Me dio un lenguaje. Soy tímida, pero en la cárcel era una forma de canalizar muchas cosas. Y luego en libertad (pero aún en tiempos de dictadura) fue una forma de encauzar energías.
Estudié periodismo. Cine no, porque no había escuelas específicas. Así que soy autodidacta, si bien hice varios cursos con profesionales en Buenos Aires. Mi primera experiencia como realizadora fue soñada. Soy feliz cuando estoy en rodaje.
¿La primera obra que considero mía? Fue en súper 8, se llama “Desde mis manos” y es un documental encargado por Feyes sobre la recuperación de discapacitados mentales a través del trabajo, que es la tarea que la fundación realiza. ¡Emocionante ! Me pone piel de gallina recordarlo. Especialmente cuando les exhibimos la película a los protagonistas. Muchos nunca se habían visto, ni siquiera en una fotografía...El cine te regala esas cosas. El cine te regala todo el tiempo: te abre la cabeza, abre fronteras, derrumba prejuicios.
Sola no. Iba a rodar con mi segundo marido, José Luis López Escalante, excelente camarógrafo y director de fotografía. Yo casi nunca he manejado la cámara. Lo sé hacer, pero no lo hago. Prefiero un camarógrafo de confianza. A mí me gusta trabajar con lo que está delante de la cámara y que ella registre.
El documental y la ficción fueron en paralelo. En las provincias una va haciendo lo que va pudiendo, más aún en aquellos años.
Mi primera película importante se llamó "El Tajo", ficción cortometraje en 35 mm. Recibió el premio del primer concurso Historias Breves. Digamos que "El Tajo" me abrió las puertas para poder dedicarme al cine como profesión.
Me gusta la ficción, amo trabajar con actores. Pero el documental también me interesa. Siempre estamos construyendo un relato.
Y si...claro que se dan momentos mágicos. No hay como los amaneceres en rodaje. Toda filmación es especial: está la adrenalina, la angustia, ¿saldrá como yo lo imagino?, ¿lo podremos hacer?
Las sorpresas mayores las tenés en la mesa de montaje, donde construís y deconstruís emociones diferentes según cómo organices el material. O no construís nada y el público se aburre, no se emociona y es una porquería. Obviamente, hay que sortear obstáculos.
En “Memoria de un escrito perdido”, teníamos muchas horas de entrevistas y, por contrato, el documental debía durar 52 minutos. A mí no me gustan las voces en off. Tenía claro lo que quería contar, y en alguna medida cómo, pero el primer corte de la película tenía ¡2 horas 25 minutos! ¿Cómo comprimir todo eso sin una voz en off que ayude al espectador a entender? Además había que meter datos históricos para contextualizar.
Entonces llegó la idea salvadora. ¿Qué pasaba si poníamos a la autora del escrito perdido escribiendo a máquina lo que había que completar en el relato? Entonces no sería tan voz en off ...¡Ficción ! ¿Te das cuenta? La autora del relato falleció en 1982. Entonces eso abrió otra ventana, una ventana deliciosa: había que hacer una breve reconstrucción de época y, además, irnos a París, porque el texto fue escrito allí.
Yo tenía montones de imágenes de Tucumán y Rosario, para ‘ventilar’ las entrevistas y terminé construyendo la ficción de la autora del relato escribiendo en un departamento parisino en 1979. Ganó en belleza, que siempre es de lo que se trata. Aunque ahora está en stand by, estoy decidida a hacer la película sobre San Martín que tengo en mente desde hace años. Tendré que buscar otros caminos.
Avancé muchísimo. Dos años de investigación y uno y medio de escritura de guión. El filme narra el regreso de San Martín a Mendoza luego de la campaña, un San Martín que ya está abajo del caballo.
Mi vida laboral sigue el mismo diseño de los últimos años: trabajo con una productora de Buenos Aires haciendo dirección de casting en publicidad, especialmente para el extranjero, mientras voy preparando proyectos propios. Hago institucionales y documentales para empresas en Mendoza y algunas veces en Buenos Aires y me convocan para ser jurado de concursos o tutora de proyectos.
El ambiente audiovisual, para una mujer, ha cambiado un montón desde que yo empecé hasta ahora, pero falta mucho todavía para hablar de igualdad.