En los últimos tres años Cristina Salguero habló con decenas de personas desconocidas, recorrió, una y otra vez, lugares que en circunstancias normales jamás hubiera visitado. Se memorizó el recorrido de una camioneta Renault Kangoo y se hizo, y aún se hace, muchas preguntas para las cuales nunca encontró respuestas.
El 7 de agosto de 2016, Cristina recibió la peor noticia. Su hijo Diego Raffa (33) había sido asesinado en Guaymallén de un disparo durante la madrugada de ese trágico domingo. Un tiro en las costillas terminó con la vida del joven padre.
"La bala mató a mi hijo, pero hirió a toda nuestra familia", sintetizó la mujer mientras repasaba con la mirada perdida recortes de diarios con la foto de Diego. Desde ese día, Cristina se propuso un solo objetivo: encontrar al asesino que le arrebató a su hijo. "No me quejo de la Justicia ni de cómo han actuado los investigadores, pero necesito saber por qué lo mataron. Era un chico bueno", remarcó.
A tres años del crimen, el homicidio del joven electricista de Dorrego sigue impune.
Según la mujer, la causa nunca tuvo detenidos ni imputados, sólo sospechosos que fueron descartados al poco tiempo.
Por esto, Cristina, con un visible dolor a cuestas, se transformó en la principal investigadora de la muerte de su hijo. La mujer logró reconstruir minuciosamente las últimas horas de Diego, las cuales ha repasado incontables veces en su cabeza intentando, sin éxito, descubrir algún "cabo suelto" que delate al asesino.
La noche fatal
Diego vivía solo en un departamento de la calle Lamadrid al 955 de Dorrego, se ganaba la vida como electricista y hacía casi dos años que se había convertido en padre de un varón. Ya no estaba en pareja; meses atrás había terminado la relación con la madre del bebé.
Sábado 6 de agosto de 2016. Diego estaba contento. Había comprado las cosas para festejar el cumpleaños de su hijo con casi dos semanas de anticipación. El 19 de ese mes su primogénito cumpliría 2 años. Además, en la noche iría a un bar con amigos.
A las 21.30 Diego llamó a su madre. "Te voy a llevar las cosas del cumpleaños del nene para que las ordenes vos que tenés más idea". Ese fue el último diálogo entre el electricista y su mamá. "No me dijo si esa noche iba a salir", recordó Cristina.
Cerca de la medianoche, Raffa llegó al restaurante “El Cordobés”, ubicado en la avenida Base Aérea al 160 de Las Heras, frente a la “Rotonda del avión”. Su plan era presenciar el toque de una banda de amigos. Pero los “Yaku Jina”, un grupo que hace música boliviana (ese día se celebraba el aniversario de la independencia de ese país), ya había bajado del escenario. El espectáculo acababa de finalizar.
El electricista, que se movilizaba en una camioneta Renault Kangoo, se ofreció a llevar a sus amigos músicos con sus instrumentos. Cuatro personas salieron en el vehículo del joven padre. La primera parada fue la casa del líder de la banda, el más cercano a Diego. En ese domicilio dejaron los instrumentos.
Diego insistió en continuar con los otros dos músicos. "Yo los llevo", le dijo al cantante de "Yaku Jina". Tres personas continuaron viaje en el rodado. Sin embargo, no siguieron hacia las casas de los músicos. Ya era la madrugada del domingo 7. Los hombres se desviaron de su recorrido original y se detuvieron en un bar ("una bailanta") cercano a la feria de Guaymallén a tomar una cerveza.
Tras algunos minutos en ese lugar, los tres hombres volvieron a la Kangoo y siguieron viaje. El primero se bajó en una casa del barrio Lihué. El segundo descendió en un domicilio en las inmediaciones del cementerio de Guaymallén. A unas diez cuadras, asesinaron a Diego Raffa de un tiro. Los vecinos de la zona escucharon tres disparos pero nadie se atrevió a salir. Sólo llamaron a la Policía.
El cadáver del electricista fue localizado en un descampado de calle La Purísima, entre Roca y Godoy Cruz, de Buena Nueva. Malherido, Diego logró bajar de su camioneta pero cayó desplomado detrás del vehículo. El asesino iba en el asiento del acompañante. Disparó desde esa posición y luego se esfumó. Habían pasado unos minutos de las 6 de la mañana del domingo 7 de agosto de 2016.
Madre e investigadora
La autopsia reveló que la víctima fatal tenía 1,4 gramos de alcohol en sangre y que un proyectil, que le ingresó por el costado derecho, a la altura de las costillas, y que perforó órganos vitales, acabó con su vida.
Aún shockeada, la familia de Diego comenzó a intentar reconstruir las últimas horas de su pariente asesinado. Su foto inundó los perfiles de Facebook. El objetivo era, y sigue siendo, encontrar testigos.
Lógicamente, los principales sospechosos eran los músicos que se subieron a la Renault Kangoo. "El fiscal los interrogó y me dijo que no había ningún elemento que hiciera sospechar que estaban involucrados. Yo también hablé con ellos", remarcó la madre del trabajador ultimado.
Los Andes intentó en numerosas ocasiones contactarse con el fiscal de Homicidios Horacio Cadile, quien instruye la causa, pero no fue posible.
Con el correr de los días y sin pistas sólidas, la mujer comenzó con una investigación paralela propia. "He ido muchísimas veces al lugar del homicidio. Es como un descampado por donde pueden pasar autos. No logro entender por qué se volvió por ese camino, que no es el más directo para su casa", pensó en voz alta la mujer.
Cristina también se contactó con el dueño del "bar-bailanta" donde su hijo bebió una cerveza minutos antes de que lo asesinaran. "El hombre me dijo que se acordaba perfectamente de Diego; él era un chico alto, rubio y de ojos claros. Me contó que compraron sólo una botella de cerveza pero que no la terminaron", recordó.
Pero un dato llamó la atención del Cristina por sobre el resto del relato. El propietario del bar remarcó que el joven "estaba muy contento. Bailaba y se reía". Cristina no deja de imaginar a su hijo en esa escena.
Diego no fue víctima de un robo. El homicida no se llevó nada. La billetera y el celular del electricista estaban en la camioneta. "No entiendo qué puede haber pasado. Mi hijo era una excelente persona. Una de mis teorías es que se subió alguien que le hizo dedo y que, no sé por qué motivo, lo terminó asesinando", arriesgó Cristina.
Desde hace tres años, a cada minuto, un pensamiento inunda la cabeza de esta madre: el asesino de su hijo está libre.
Ha pasado mucho tiempo, pero la mujer no se da por vencida. Fotos de la cara de su hijo en primer plano son su última esperanza. "Tal vez alguien lo reconoce y puede dar datos nuevos de la noche del crimen", aseguró.
"Vivimos un infierno. Necesitamos saber qué pasó, quién lo mató. Su hijo algún día va a preguntar y quiero poder contarle la verdad", concluyó Salguero, una madre que busca a un asesino suelto en Mendoza.