El Gobierno está sediento de dólares. Esa escasez se produce después de diez años de un importante crecimiento de la economía local y a pesar del cepo cambiario, que eliminó la libertad de los argentinos de acceder a monedas extranjeras. En los últimos días, y ante el evidente fracaso del blanqueo impositivo para los tenedores de dólares, el Gobierno hurgó hasta en el fondo de la cacerola. Pidió a algunas empresas que repatriaran dólares depositados en el exterior, y la AFIP envió melosas cartas a los contribuyentes invitándolos a adherir al blanqueo aún vigente.
Entre agosto de 2012 y junio de este año, el Banco Central perdió 10.000 millones de dólares de reservas. Un ritmo de 1.000 millones de dólares por mes. Eso sucedió en medio del cepo cambiario y cuando todavía la soja estaba a más de 500 dólares la tonelada.
El problema consiste, en el fondo, en la imposibilidad del Banco Central de comprar dólares. Se frenó, además, el ingreso de dólares por el turismo externo y cayó verticalmente la inversión externa directa, que significa recepción de dólares del exterior. Esto debe aclararse porque el Gobierno inscribe también como inversión externa las inversiones en pesos que hacen empresas extranjeras radicadas en el país.
Las cosas podrían empeorar aún más en los próximos meses. Los primeros síntomas de reactivación de la economía norteamericana llevaron al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, a anunciar que su política (tasas de interés bajas hasta la inexistencia) no será para siempre.
Parte del dinero que andaba en países emergentes se fue en el acto a los Estados Unidos. La tendencia de la economía de China continúa en declinación, aunque suave, pero declinación al fin. Esta noticia afecta sobre todo a Brasil, que tiene un comercio más amplio y diversificado con China. La Argentina es una víctima indirecta, pero infaltable: cualquier desestabilización de la economía brasileña le concierne directamente.
Una cuestión central del cambio de rumbo de las variables internacionales es la tendencia a la baja de los precios de las materias primas. En los últimos tres años, el país se benefició por los altos precios de sus exportaciones primarias, expoliados por problemas climáticos propios y ajenos que limitaron la oferta. Este año está prevaleciendo la normalidad.
La cosecha norteamericana de soja, cuyo volumen se conocerá a fines de setiembre, se anuncia extraordinaria. También podrían serlo las de Brasil y la Argentina que son, junto con los Estados Unidos, los tres grandes exportadores de soja. Habrá soja, entonces, pero a precios más baratos.
La soja a futuro se está vendiendo ya a unos 100 dólares menos la tonelada. Según el movimiento CREA, un think thank de las organizaciones agropecuarias, el país podría perder globalmente unos 7.500 millones de dólares por la caída de los precios internacionales. Aunque no todos coinciden con esa cifra, la mayoría de los economistas pronostica también un descenso en los ingresos por las exportaciones de materias primas.
La novedad tendrá dos consecuencias. Por un lado, el Gobierno accederá a menos dólares. Ya en los precios a futuro de la soja, la administración está perdiendo 35 dólares por tonelada, que es el valor de las retenciones. A su vez, el actual nivel de precios, que sigue siendo históricamente alto, es insuficiente para los productores agropecuarios argentinos, que deben vérselas con altas retenciones y con el retraso del tipo de cambio. La austeridad a la que serán sometidos los productores frenará, desde ya, la dispersión de recursos hacia las comunidades del interior del país.
El campo tiene ya un final abierto con la escasez de trigo. Hay una pregunta que ningún productor puede responder: ¿Hasta qué calidad se va a moler? Una parte importante del trigo que queda no tiene calidad para convertirse en pan o, lo que es peor aún, contiene toxinas dañinas para la salud. El camino más barato sería el de la importación de trigo, pero esa salida chocaría con las barreras ideológicas del oficialismo. Ya hay, de todos modos, notables faltantes en la oferta de pan en grandes cadenas de supermercados.
El único precio internacional que aumentó es el de los combustibles, pero en esos productos la Argentina es compradora, no vendedora. El volumen de dólares que el país debe dedicar a la compra de combustibles (unos 13.000 millones de dólares), aumentó en los últimos tiempos un 15 por ciento por el alza de los precios. Pésima noticia cuando lo que faltan son dólares.
En gran parte, al menos, estamos ante las consecuencias de un equipo económico que no es sólo ideológicamente viejo; es, sobre todo, malo. La presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, coloca las ideologías por encima de la experiencia práctica. El hombre fuerte del equipo económico, Guillermo Moreno, es, como lo definió un economista, prehistórico. El otro líder de ese equipo, Axel Kicillof, habla un idioma que no es de este mundo. El jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, pierde el tiempo en la persecución y la venganza.
La inflación se disparó, tal vez hacia una nueva y peligrosa fase de su constante escalada. Los economistas privados entregaron al Congreso sus conclusiones sobre julio; seguramente, el número final será el 2,8%. Si esa cifra se repitiera todos los meses, la inflación anual sería del 39 por ciento. ¿La inflación se está colocando por encima del 30 por ciento anual? Es probable. El nuevo ritmo inflacionario se debe al regreso de una emisión desmedida de pesos. Durante el primer semestre, el Banco Central emitió menos dinero porque el Tesoro estaba abastecido, sobre todo, por la buena recaudación impositiva de abril y mayo, que es estacional.
En julio, junto con los tiempos preelectorales, volvió la emisión desordenada de moneda nacional. Ningún economista prevé que la máquina de fabricar dinero artificial se detenga hasta octubre, cuando sucederán las definitivas elecciones nacionales. No hay ninguna razón, por lo tanto, para ser optimistas sobre un eventual retroceso de la inflación.
¿Qué hará el Gobierno ante ese cuadro preocupante, nacional e internacional? Es difícil que la Presidenta modifique su política económica. Moreno lleva siete años de fracasos en la conducción, pero él se las arregla para convencer a Cristina Fernández de que las derrotas no son suyas. Son, según su descripción, una combinación de conspiraciones internas y de un mundo incapaz de valorar los méritos del anacronismo.
Empresarios y banqueros temen que el Gobierno los siga presionando para traer al país saldos que tienen en el exterior. En dólares, obviamente. O que directamente los obligue a hacer eso. Habrá ocurrido un milagro con el blanqueo si al final aparecieran 1.000 millones de dólares. Demasiado poco.
¿Eliminará o limitará el uso de tarjetas de crédito en el exterior? Nadie responde, salvo Echegaray que en su momento lo desmintió categóricamente. Es inexplicable que el Gobierno no haya liberado la compra de dólares para los viajes al exterior. Sería un dólar que se pagaría, desde ya, al precio del mercado paralelo, pero desahogaría al Banco Central de esa carga innecesaria. Funcionarios del equipo económico dijeron que ese sinceramiento podría ser sólo el principio de una devaluación integral del peso. Temen elegir ese camino, entonces, porque saben dónde termina.
Sea cual fuere el resultado electoral de hoy, Cristina Fernández deberá enfrentarse con una economía más complicada, quizás con un mundo menos generoso. Nadie sabe cómo reaccionará ante la adversidad pero nadie, tampoco, espera otra cosa que la peor profundización de su política y de su estilo en los dos años finales de su poder. Preferirá siempre decir adiós con sus viejas banderas desplegadas.