"Es un genio". Deslumbrada hasta la certeza, Cristina Kirchner describió de esa manera, ante un interlocutor reciente, al ministro de Economía, Axel Kicillof. Se está quedando sola: las críticas a Kicillof ya son habituales en las vecindades del cristinismo y en su periferia.
Semejante convicción explica que la Presidenta se haya desentendido de los graves problemas de la economía para dedicarse a golpear de nuevo sobre la Corte Suprema de Justicia. Cristina está ignorando la ley y el sentido común para designar a los conjueces del máximo tribunal de Justicia del país. Cuando ya su final tiene una fecha precisa e irreversible, y pocos días antes de que muriera una impecable jueza de la Corte Suprema, Carmen Argibay, ella ordenó la colonización de parte, al menos, del máximo tribunal del país.
La obra del "genio" es inhallable. La estabilidad cambiaria conseguida tras la devaluación de enero está pagando el precio de una brutal retracción económica. ¿Ejemplos? Van algunos. La venta en supermercados cayó un 6% en abril, según economistas privados. Hasta Coca-Cola tuvo una caída en sus ventas. Los shoppings vendieron el mes pasado casi un 15% menos en cantidades.
El patentamiento de autos se derrumbó un 33% en marzo y un 35% en abril. Las ventas minoristas descendieron un 7,5% en ese mismo mes. El ritmo de caída del PBI podría ser del 3% durante este año. El desplome de la industria fue del 4,8% en abril y del 7% en el negocio inmobiliario, que ya venía muy afectado por el cepo a la compra de dólares.
El crédito al consumo cayó un 10% en abril por las altas tasas de interés. La devaluación y las tasas altas fueron la condición necesaria para estabilizar el precio del dólar. Pero eso lo hizo el Banco Central. Es su deber. Defendió la estabilidad de la moneda nacional. Las cuotas de las compras a crédito se duplicaron por las tasas y porque ahora hay menos cuotas. En el anterior Mundial de fútbol se podían comprar televisores en 50 cuotas. Ahora hay ofertas de sólo 12 cuotas.
Kicillof, que no acompañó con sus propias decisiones esa política del Central, se dedica a analizar la economía desde los tiempos del Virreinato o a preguntarles a los empresarios qué hacían durante la dictadura. Es más una mezcla de fiscal moral y de historiador soviético que un ministro cercado por la adversidad.
El derrumbe de la venta de autos tiene dos motivos. Uno es la devaluación. La industria automotriz argentina necesita de muchos insumos importados. Los autos fabricados en el país son, por lo tanto, más caros en la medida en que el dólar es más caro. A esos aumentos inevitables se les agregó un impuesto extraordinario, de entre el 30 y el 50%, para los autos de alta gama que rige desde principios de año. Esa idea surgió para desalentar la compra de autos importados y terminó afectando a casi todos. Los precios topes de los autos fijados para ese impuesto no se modificaron con la devaluación y la inflación posteriores.
De la producción agropecuaria sólo quedó la soja. Las exportaciones de maíz y de trigo están por debajo de la cosecha anterior. La producción de soja podría ser este año superior a la del anterior, pero la calidad es inferior. No entrarán, por eso, más dólares que en 2013. La crisis de Ucrania, un importante productor de trigo, y la sequía en los Estados Unidos, otro gran productor de trigo, no fue aprovechada por la Argentina para acceder con ese cereal a más mercados internacionales.
La confianza en un "genio" económico inexistente profundiza el conflicto social. No hubo un contrarrelato más exacto y duro de una institución argentina que el que hizo el viernes la Conferencia Episcopal, que nuclea a todos los obispos del país. La pobreza, la desigualdad, el narcotráfico, la corrupción y hasta la Justicia fueron problemas severamente descriptos por los obispos. Cristina les contestó, enardecida, con un sofisma inverosímil: separó al Papa, a quien vinculó sólo con los curas villeros, de los obispos.
Es la Iglesia del papa Francisco, aunque no puede atribuírsele a él, en efecto, la autoría intelectual de ese documento. El Papa es un jefe de Estado y, como tal, debe guardar las formas con todos los países, incluido el suyo. Pero la Iglesia argentina tiene derecho a expresar sus opiniones. De otra manera, sería condenada al silencio para no comprometer al Pontífice. También es perfectamente comprobable que las posiciones explayadas por los obispos son las mismas posiciones que sostenía desde Buenos Aires el cardenal Bergoglio y las que sostiene ahora el Papa cuando le habla al mundo desde Roma.
El clima de confrontación, denunciado también por los obispos, está ahora en el Senado, donde el oficialismo quiere lograr el acuerdo para los conjueces de la Corte con la mayoría simple de los votos. La Constitución establece que el acuerdo para los jueces de la Corte debe contar con los dos tercios de los votos del cuerpo, mayoría que el cristinismo no tiene. ¿Jueces titulares y jueces suplentes, que es lo que son los conjueces, significan lo mismo?
El argumento del oficialismo es que la Constitución no dice nada sobre los conjueces. Pero ¿qué harán los conjueces? La misma tarea que los jueces titulares cuando deban reemplazar a éstos. Deben cumplir, entonces, con los mismos requisitos que los titulares. "El problema es que no llegamos a los dos tercios", se sinceró un senador oficialista.
La lista de candidatos que mandó Cristina al Senado está llena de amigos que nunca podrían acceder por sus propios méritos al máximo tribunal de Justicia. Hay una sola excepción: Carlos Arslanian, que fue juez, presidente de la Cámara Federal que juzgó a las juntas militares y tiene una larga trayectoria en el ejercicio del derecho. Sería el único candidato, entre muchos, al que los radicales le darían los dos tercios que necesita el acuerdo.
El problema no es Arslanian, sino la decisión de forzar la interpretación de la Constitución para nombrar a conjueces amigos del oficialismo. Cristina Kirchner está enterrando hasta la historia del kirchnerismo. Su esposo firmó el decreto que obliga a los candidatos a jueces de la Corte a someterse a un mes de escrutinio público antes de ser nombrados. Ella misma fue la autora de la ley que redujo de nueve a siete el número de miembros de la Corte, que está vigente.
La Corte Suprema es un cuerpo endeble ahora. Uno de sus miembros más emblemáticos y respetados, Carmen Argibay, murió ayer. La noticia cayó como un rayo en la Corte. Esperaban ahí una lenta recuperación de la jueza, que ya había atravesado el peor momento de su enfermedad. Otro juez, Enrique Petracchi, está enfermo. Y un tercer juez, Raúl Zaffaroni, ya anticipó que se irá a fin de año, poco antes de cumplir la edad límite.
El cristinismo se entusiasma con la posibilidad de que podría nombrar a dos jueces titulares de la Corte en el año y medio que le queda. Ya tiene los candidatos: Carlos Zannini será el primer propuesto cuando se hayan producido dos renuncias o muertes más en la Corte (ahora quedaron seis jueces) y Alejandra Gils Carbó podría ser la siguiente candidata a jueza suprema. El fanatismo puro y duro llegaría a la cima de la Justicia.
Un sector de la oposición comenzó a analizar su estrategia. Algunos proponen un acuerdo parecido al que los opositores firmaron cuando se hablaba de una reforma de la Constitución. Ninguno le hubiera dado, por ninguna razón, los dos tercios de los votos en el Congreso que necesitaba esa reforma. ¿Y si hicieran lo mismo con los candidatos de Cristina para cubrir las eventuales vacantes en la Corte? Si se llegara a esa crisis institucional, nadie podría imaginar peor despedida para la Presidenta que se va.
Cristina choca con el contrarrelato
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