Está claro que la actual crisis comenzó como una corrida cambiaria, con el pasaje de inversores financieros tenedores de Letras del Banco Central (Lebac) en pesos que se desprendían de ellas luego de haber hecho una buena ganancia con sus altas tasas de interés. Con los pesos compraban dólares que hace unos cuatro meses eran baratos debido al atraso cambiario.
Es decir, una típica decisión del inversor financiero, que opera en mercado con fuertes desequilibrios de precios de esos activos y va hacia donde más le conviene.
Es necesario tener en claro que eso que llamamos "los mercados" en lo que hace a la cuestión financiera se trata de personas que operan con bonos especialmente de los gobiernos, y con monedas extranjeras. Por eso el precio del dólar es un indicador relevante de esos mercados. Especulan con el dinero que crea dinero, no se trata de inversores que compran activos reales o que organizan fondos de inversión para sembrar granos, criar vacas, plantar olivos o nogales.
Otro aspecto muy importante de esta crisis es que ocurre en un país que hace siete décadas que no tiene moneda propia, es decir, aquella que cumple las tres funciones básicas para ser tal: que sea medio generalizado de cambio, unidad de cuenta y reserva de valor.
Durante el periodo precitado hemos tenido una inflación promedio cercana al 50% anual (salvo los años de la convertibilidad); en ese contexto la moneda nacional dejó de ser reserva de valor y tampoco es unidad de cuenta para operaciones importantes.
Es a causa de que la moneda propia no cumple con las funciones que le corresponde, que los argentinos ahorramos en dólares e igualmente se usa esa moneda para determinar precios en el mercado inmobiliario, automotores y viajes al exterior.
La necesidad de pensar en dólares, de ahorrar en dólares, la importancia que gran parte de la población asigna al tipo de cambio, no es una enfermedad cultural como se suele decir. Es una acción absolutamente racional y razonable, que practican todos quienes pueden hacerlo. Más aún, debiera tenerse en cuenta que durante el gobierno de Cambiemos, buena parte de quienes compran dólares los dejan en los bancos, no se fugan del país, están ahí.
Fue en ese contexto de corrida cambiaria que se fue agudizando una crisis política, que se había iniciado a fines del año pasado, en una conferencia de prensa donde el Poder Ejecutivo prácticamente desautorizó al presidente del Banco Central, modificando las denominadas metas de inflación y la política llevada a cabo por el ente monetario. Ahí comenzó a gestarse la desconfianza en el gobierno, en su capacidad de manejar la situación, circunstancia luego agravada por la crisis cambiaria.
Surgieron entonces los reclamos de cambios en el Gabinete, que el gobierno respondió con una drástica reducción de la cantidad de ministerios pero sin incorporación de nombres nuevos.
Frente al problema de la desconfianza se reiteran viejos pedidos de acuerdos políticos y sociales. Acuerdos que siempre fracasaron como sabe quien estudie la historia de nuestro país. Lamentablemente en sociedades donde dominan las corporaciones y la defensa de sus intereses sectoriales, la pretensión de que depongan los mismos en aras del conjunto, es sólo una petición de principios. Más aún cuando una parte de la oposición es abiertamente golpista, pregonando públicamente la caída del gobierno.
Así las cosas parece que un razonable acuerdo político sería que la oposición permita, facilite al gobierno gobernar conforme a sus ideas y propuestas, legitimadas democráticamente en dos elecciones. La oposición no puede pretender que el gobierno haga lo que ellos quieren; los ciudadanos ya votaron para que gobierne Cambiemos y para que cumpla sus promesas políticas y económicas. Por cierto que toda oposición tiene pleno derecho a criticar, a cuestionar lo que hace el gobierno, pero no impedir.
No obstante, la recuperación de la confianza no es asunto de la oposición, es del gobierno. Hay que dejarlo gobernar y que muestre que es capaz de recuperar la confianza de la opinión pública. El próximo año los votantes pueden cambiar.