“Un partido político sin unidad de acción es una fuerza inorgánica que no realiza grandes obras ni se consolida en el tiempo”, parafraseaba el mentor y creador del Justicialismo y del sindicalismo como columna vertebral del PJ, Juan Domingo Perón.
El presente es sinónimo de incertidumbre para el peronismo, que sufre una crisis generalizada de liderazgo que ya no sólo afecta al partido.
Ahora también quedó en evidencia que opaca a la CGT.
Probablemente la dirigente peronista que más mide a nivel nacional (pero con un techo bajísimo y una imagen negativa altísima que la asemejan al Carlos Menem de 2003) sea la ex presidenta Cristina Fernández que, horas antes de la protesta convocada por la CGT, desfilaba una vez más por Comodoro Py y quedaba en la puerta de un nuevo procesamiento.
Debajo de la ex mandataria pululan nombres como los de Daniel Scioli, Florencio Randazzo, Juan Manuel Urtubey; o gobernadores como Sergio Uñac (San Juan), Domingo Peppo (Chaco) o Gustavo Bordet (Entre Ríos). Pero ninguno tiene el peso suficiente como para liderar el peronismo, de cara a las elecciones generales de 2019.
La multitudinaria movilización del martes quedó opacada -y el gobierno aprovechó esa oportunidad- por la falta de definición de un paro general de parte de una conducción de la CGT que ya venía siendo cuestionada por su tibieza ante la Casa Rosada y por los posteriores incidentes.
Parte de la “mala imagen” de la CGT la cosechó Hugo Moyano junto a Luis Barrionuevo, artífices del acercamiento del gobierno de Mauricio Macri con la central obrera y de la “pasividad” del sindicalismo en el primer año de gestión de Cambiemos.
En la discriminación que hace el macrismo entre “nosotros o el pasado”, el oficialismo ubica al peronismo en el pasado, como consecuencia de la mochila K que -a su entender- quedó reflejada en las agresiones que todos vieron a través de los videos emitidos en la TV y que circularon por las redes sociales.
La interna de la CGT fluye de arriba hacia abajo. Juan Carlos Schmid es el ala dura, un dirigente moyanista pero considerado un cuadro político de tradición peronista; que no tiene las mismas inquietudes que Héctor Daer, más asociado a los gordos e independientes del arco sindical que suelen “dialogar” con el gobierno nacional de turno; ni con Carlos Acuña, la voz del gastronómico Luis Barrionuevo en la central obrera.
De alguna manera Omar Maturano de La Fraternidad, dejó en claro que hay gremios que no quieren decidir un paro en lo inmediato: “Hay gente que quiere imponer un paro y nosotros estamos esperando a la conversación con el Gobierno nacional, a ver si van a cambiar la política económica”.
Suena risueño que un dirigente de la experiencia de Maturano pretenda que un gobierno cambie su política económica porque la CGT lo pide, a poco más de un año después de llegar al poder y sin un escenario de crisis -sí de recesión económica- que lo obligue a pegar un golpe de timón. En realidad, detrás de esa excusa se aloja la intención de no hacer un paro, al menos por ahora.
Si la CGT no recobra cierta credibilidad que quedó bajo sospecha en la marcha del martes, el peronismo habrá dinamitado el único canal de expresión real con el que hoy cuenta. Tanto el Consejo Nacional Justicialista como la ex Presidente o los nombres de la “renovación”, no alcanzan, por sí solos, para homogeneizar los reclamos opositores o encolumnar al resto detrás de una sola propuesta.
Si el triunvirato no logra resarcirse del papelón del martes, podría correr riesgo esa fórmula de “tres” como conducción de la central obrera.