Crisis, ¿cómo salir?

El autor afirma que para sortear esta coyuntura vitivinícola cada variedad tiene que tener sólo un destino específico.

Crisis, ¿cómo salir?

A propósito de la nota publicada en este diario hace unas semanas  acerca de la naturaleza de la crisis vitivinícola en Argentina y otras zonas productoras, recibí comentarios y, por sobre todo, preguntas. Una, sin duda, fue la más repetida, y con razón: ¿Cómo se sale? Nada sencilla es la respuesta. Me eximo de comentar los aspectos macroeconómicos, otros lo harán mejor que yo, y me eximo de dar una visión providencialista, que no comparto. Así que me aboco a intentar dar algunas respuestas desde la agronomía, única ciencia que medianamente conozco.

En primer lugar debemos reconocer la originalidad de nuestra vitivinicultura asentada en los oasis irrigados del oriente andino, distantes de los centros de consumo y puertos de ultramar. La apenas incipiente y reciente implantación de viñedos en las márgenes del río Paraná y Uruguay y en la proximidad atlántica de la provincia de Buenos Aires no modifican la afirmación previa. Esta ubicación geográfica determina un clima desértico continental y suelos aluvionales jóvenes, entre los 400 msnm y los 1.200 msnm, en los que la vid encuentra un óptimo nicho agroecológico en tanto pueda proveerse de riego al viñedo. Otro aspecto de nuestra originalidad está dado por la gran diversidad de variedades que se cultivan y modalidades de cultivo, como parrales, espalderos, viñas bajas, majuelos etc.

Tan originales en el tema varietal somos que a las tradicionales variedades francesas, españolas e italianas, le sumamos algunas que podríamos llamar autóctonas, que lejos de constituirse en rarezas , conforman parte significativa de nuestro cepaje, como son las variedades “criollas” y nuestros conocidos torrontés.

Preocupados como estamos por esta crisis, intenté definirla como la “crisis de la calidad”, o bien como “la crisis del consumidor”, según desde donde se la mire: “sobran vinos de baja calidad o faltan consumidores para ese vino”.

Si coincidimos en el diagnóstico, o sea en cuál es la naturaleza de la crisis, no nos queda más remedio que intentar convertirla en oportunidad y completar o concluir la reconversión iniciada en los 90, que provocó el boom de principio de siglo con el arrollador ingreso de nuestro malbec al mundo, modelo que comienza a dar muestras de agotamiento por allá en el 2009 al compás de la crisis financiera mundial y que se vuelve crítico en los últimos tres o cuatro años.

Los cambios por venir se deberán sustentar en afianzar la calidad y recuperar la productividad, términos para nada antagónicos y muy por el contrario, imprescindiblemente unidos para salir de la crisis. Para ello hay que repensar muchos viñedos que perdieron su productividad  por envejecimiento, plagas y enfermedades, obsolescencia de la estructura, pérdida de la calidad de suelos y aguas, pérdida del capital humano; entre otras razones. Repensarlos hoy, quiere decir repensarlos en serio. No hay opciones de mejoras mínimas que puedan cambiar el destino de estos viñedos. Con cuatro postes más y un alambre nuevo no se repiensa un viñedo, se prolonga la agonía y solo se tiene la ilusión de cambiar. Peor aún, este esfuerzo parcial solo demorará la decisión de hacer las cosas en serio, y solo habremos dilapidado los tan escasos recursos financieros.

Repensar estos viñedos que han perdido definitivamente su productividad, significa reevaluar la necesaria complementariedad entre las condiciones agroecológicas y las virtudes de cada varietal y sistema de conducción. Nuestra originalidad en la diversidad es virtud y también un defecto que hay que corregir. Cada segmento de producto final requiere un sitio, una variedad y manejo a ese fin. No podremos en el futuro sostener un viñedo para “todo terreno”, mostos, jugo, pasas, mesa, vino tinto, blanco,  rosado  y mistela. Puesta cada cosa en su lugar, que es como decir cada variedad y manejo en su sitio y acorde a su destino, recién alcanzaremos mejoras en la productividad por la calidad de las uvas producidas, por la homogeneidad del viñedo, por las facilidades para mecanizar tareas, por la longevidad de la inversión, por los menores consumos de agroquímicos, por el uso racional del agua, por reencontrarnos al fin con la alegría de participar en una nueva etapa.  Esta etapa bien se podrá llamar la etapa de la “Especialización”.  Esto implica adaptaciones que en algunos casos pasarán por la mecanización de tareas, en otros por la reevaluación de usos y costos de agroquímicos, manejo de riego, canopia, pero si hay un factor determinante que no podrá ser ajeno a ningún replanteo será la innovación en genética y sanidad.

Hoy la nueva genética ofrece una gran amplitud de posibilidades que van desde materiales adecuados para producir originales vinos de alta gama, como para producir jugos y vinos industriales muy competitivos en el mundo y adaptarse a diferentes tipos de suelo y condiciones climáticas. Tenemos las herramientas para garantizar al mundo genuinidad y sustentabilidad. En cuanto a la sanidad es casi de Perogrullo decir que de ella depende en gran medida la productividad y longevidad del viñedo en el segmento que sea. Estos dos atributos, genética y sanidad, son intrínsecos a la planta de vid, y deben valorarse en toda su dimensión al repensar nuevos viñedos.

Mientras tanto, qué mejor que conocer nuestras fortalezas y debilidades y trabajar mancomunadamente las áreas públicas y privadas de investigación para no cometer los errores del pasado.

Hacia dónde vamos

En la última nota publicada, ponía énfasis en la importancia que deberá darse en el futuro a dos aspectos claves en todo proyecto nuevo o de reconversión vitícola, que son la genética y la sanidad.

La genética vitícola innova permanentemente, tanto en lo que se refiere a variedades, selecciones y clones, más la diversidad de portainjertos adaptados a diferentes condiciones de suelo y resistencia a plagas. Se introducen nuevas variedades con interesantes potenciales en zonas tradicionales y nuevas zonas de secano, como lo son las variedades blancas, sauvignon gris, albariño, roussanne, petit manseng, verdejo, verdichio,  se recuperan otras ya conocidas que hoy llaman nuestro interés como patricia INTA y aconcagua INTA, las que a su destacado nivel de producción de uva suman su aptitud para la industria de los jugos, el vino y los espumantes.

Entre las selecciones masales, las ya consagradas Selección malbec Mercier Perdriel y Selección malbec Mercier Agrelo y las ya probadas Selección bonarda Mercier Tupungato y Selección torrontés Mercier La Colonia. Entre los nuevos clones, hoy el área de innovación más dinámica en viticultura, se dispone de los clones locales de malbec, Mercier 713, Mercier 512, Mercier 505, INTA 18, y los franceses Entav 595, Entav 598 y de reciente introducción el clon Entav 1026. También de reciente introducción el  clon Entav 412 de cabernet sauvignon, el clon Entav 214 de cabernet franc, el clon 474 de tannat, todos clones saneados libres de virus. Con muy buenos antecedentes marselan clon Entav 980, grenache clon Entav 136, por solo mencionar algunos no tradicionales. Todo ello constituye un acervo genético de más de 50 variedades viníferas, y alrededor de 200 selecciones masales y clonales con las que se pueden abordar prácticamente las muy diversas zonas agroecológicas del país, todas las exigencias de los viticultores y las demandas de los mercados.

En cuanto a la sanidad, mucho se ha avanzado, pero es insuficiente. La tan proclamada “productividad” debe comenzar por implantar material vegetal trazable y que garantice la temprana puesta en producción plena, por un lado, y la longevidad del viñedo por otro.  En el mundo vitícola se impone rigurosamente el uso de plantas “certificadas”, que garantizan controles periódicos sobre las plantas madres a fin de evitar la expansión de virosis y otras enfermedades detrimentales de rendimientos, o que acarreen la muerte prematura del viñedo.

En el país se producen plantas de esta categoría desde el año 2006. Sin embargo, no ha alcanzado una demanda sostenida por parte de los productores vitícolas. Quizás por desconocimiento o por que  los temas sanitarios no han estado en la agenda de estos últimos años absorbida por el resultado de caja.

En la misma dirección el uso de portainjertos resistentes a filoxera y nemátodes le da sustentabilidad a toda reconversión a futuro, ya que permiten implantar viñedos donde ya hubo viñedo, elevar los niveles de productividad, poniendo en cada tipo de suelo el portainjerto más adecuado, y dándole un sólido fundamento técnico al concepto de sustentabilidad.

Por ello, y por su trascendencia, es tiempo para que avancemos en forma conjunta el sector público y privado en la “Certificación Obligatoria” de todas las plantas de vides que se produzcan y se planten en Argentina. La Resolución N° 742 del año 2001 de la Secretaría de Agricultura Ganadería y Pesca de la Nación y las normativas complementarias dictadas por el Inase, con los cambios necesarios pueden cobijar esta propuesta. Progresivamente, con metas a cumplir en el corto plazo, este sería una imprescindible herramienta para repensar nuestra industria.

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