Desde distintos ángulos del sector productivo de la provincia se insiste en cambiar la matriz productiva, pero, sin embargo, no se consigue avanzar más que en meras declaraciones o en diagnósticos ya agotados, porque no terminan de identificar la raíz del problema.
Uno de los aspectos más salientes es de tipo cultural y tiene que ver con no reconocer la impronta con la que nuestros bisabuelos y abuelos crearon una economía productiva en un suelo particularmente agreste.
Hasta se repiten discursos de políticos que no sabían nada de lo que decían. “Mendoza es pródiga en recursos naturales” es una mentira total. Mendoza es un desierto donde solo se puede ocupar el 4% por las limitaciones que genera la falta de agua.
Los inmigrantes, que llegaron llenos de hambre y privaciones sintieron que esas limitaciones constituían un desafío, pero nunca una bendición, De hecho, muchos se fueron a la pampa húmeda, donde la geografía era mucho más generosa.
Cuando llegaron los primeros inmigrantes a Mendoza, se cultivaba trigo, maíz, alfalfa y se consumía pescado provenientes de las lagunas de Guanacache La ganadería era una actividad muy importante. Las verduras y frutas venían de huertas familiares.
A partir de la introducción de variedades de vides europeas y americanas, traídas por Miguel Pouget, Mendoza comienza a cambiar su perfil productivo hacia una vitivinicultura donde comienzan a reinar variedades de calidad.
Aquellos primeros emprendedores aprovecharon las franquicias para comprar tierras fiscales y avanzaron sobre el desierto. A fin de superar los obstáculos que éste les presentaba, convencieron a los gobiernos para comenzar a ordenar el sistema de riego. Si bien conservaron la estructura básica que ya habían construido los Huarpes, avanzaron en la construcción de tomas y luego represas para asegurar agua para las nuevas tierras.
La llegada del ferrocarril generó grandes cambios. Uno positivo fue la posibilidad de enviar producción local hacia el gran mercado de Buenos Aires y el Litoral. Pero la contra fue que muchas cosas que se hacían acá llegaban más baratas, como trigo o harina y carne desde la pampa húmeda, donde la productividad de los campos era mayor por no tener limitaciones con el agua.
Los inmigrantes locales se fueron adaptando, mientras llegaba la segunda oleada de extranjeros, entre 1890 y 1930. Todos se incorporaron al sistema productivo, a pesar que antes de 1910 ya se había producido la primera crisis de excesos de stock y los bodegueros de entonces pedían la intervención del gobierno.
Desde entonces la cultura productiva de Mendoza estuvo signada por la vitivinicultura, que se asociaba con la olivicultura. Llegaron las frutas, destacándose las manzanas y peras y el Valle de Uco y luego otras variedades.
Los problemas de excedentes de producción terminaron haciendo que el Estado tuviera una bodega propia porque había aparecido una categoría de productores que antes no existían: los viñateros sin bodega quiénes generaron una presión a la que los políticos respondieron con una bodega estatal.
Lo que no suele destacarse en nuestra historia es que mientras estos sectores, que se llenaron de apellidos que luego fueron ilustres, seguían con sus negocios, en paralelo se estaba desarrollando la industria petrolera.
El primer yacimiento de petróleo de Argentina lo encuentra el ingeniero Carlos Fader en Cacheuta en 1886 y desde entonces este recurso fue creciendo en importancia hasta llegar a representar un tercio de los recursos provinciales. Sin embargo nunca hubo una Reina del Petróleo. Esta industria complementó a las de origen agrícola y dieron lugar a un sector metalmecánico que supo ser importante.
Hoy Mendoza se encuentra haciendo las mismas cosas que hace 60 años y pretende obtener resultados distintos. Los mendocino pelean por mantenerse en una zona de confort que ya ni siquiera aporta confort pero el solo hecho de salir de ella llena de miedo a todos y quienes más se oponen a los cambios son los denominados “progresistas” que quieren que todo siga igual ayudando a los pobres y hacer ellos su clientela cautiva.
Los progresistas compiten con los conservadores para ver quién es más regresivo. Pero para cambiar no hace falta principalmente plata, sino liderazgos y emprendedores, hombres y mujeres que se atrevan a soñar y a luchar por sus sueños, por más que los sistemas establecidos les pongan trabas.
Ahí estarán mirándolos los “progresistas” esperando verlos fracasar y presionando a los políticos para que les pongan trabas para proteger a los ya establecidos.
Es un modelo cultural. Mendoza castiga a los atrevidos y más si son exitosos, pero exalta a los fracasados como víctimas.
Por lo tanto, la única forma de crecer será haciendo cosas distintas o cosas parecidas de otras formas más eficientes y habrá que cambiar legislación vetusta y limitante. Si seguimos haciendo lo mismo nos estará sobrando población.